José Antonio Sentís, EL IMPARCIAL, 24/5/12
De forma bastante premeditada, Esperanza Aguirre ha abierto un debate fundamental sobre la manipulación independentista del deporte más popular en España, el fútbol. Y, a la vista de la reacción de los nacionalistas radicales y asimilados, su estrategia ha sido un verdadero éxito. Pues sus palabras sobre la posibilidad de celebrar la final de la Copa del Rey a puerta cerrada, si se incurre en el delito de atacar los símbolos nacionales protegidos por la Constitución, han sido acogidas como un ataque frontal a los independentismos hispanos; lo que, por otra parte, es totalmente cierto.
Lo que ha dicho Esperanza Aguirre ya se le ocurrió a Sarkozy, que amenazó con la misma medida cuando nacionalistas corsos silbaron La Marsellesa. Pero, claro, aquello se entendió aquí como que los franceses son muy raros por exigir respeto a los símbolos de la República. Porque, en España, los símbolos nacionales han sido vistos con recelo desde que nuestra izquierda y nuestros separatistas los ridiculizaron en la Transición, como si esos símbolos sólo lo fueran como herencia del franquismo, obviando los bastantes siglos anteriores de existencia de la Nación Española.
Y, a la vista de la dejación en la defensa de Bandera, Himno y Jefatura del Estado, podía llenarse el espacio vacío con otras banderas, otros himnos y otros dirigentes tribales con ínfulas presidenciales, en búsqueda de naciones inexistentes a costa del troceamiento de la real.
La infinita mala suerte de los nacionalistas patrios fue que una generación después de aquella a la que le avergonzaba la bandera nacional y ridiculizaba el himno, justamente el deporte tuvo el efecto de reivindicar lo que la política no había hecho. Por supuesto, con triunfos individuales (Indurain, Alonso, Nadal…) pero también colectivos, como el baloncesto. Y, sobre todo lo demás, el fútbol y su victoria en el Campeonato del Mundo.
Aquella explosión de banderas nacionales indicó un camino que ya intuían los independentistas antiespañoles. Hace falta algo que sirva para conmover emocionalmente a sus clientelas, y qué mejor que el fútbol, que es también, como el nacionalismo, mucho más pasión que racionalidad.
Porque los intentos más o menos intelectuales de justificar la división de España siempre tropezaban con la cruda realidad de la historia. Y no digamos los intentos “científicos”, como la idiotez del ADN vasco de Arzallus, o las diferencias zoológicas de las razas de gallinas catalanas.
Pues bien, si fue penoso esperar al fútbol para que se recordara con orgullo la bandera, aún queda más patético intentar inventar una bandera a través del fútbol, que es en lo que estamos. Pero con un punto más que la gestación de sentimientos: con el necesario componente de todo nacionalismo que se precie, que es la exaltación del odio al otro.
Por eso estamos ahora en que desde todos los sectores del nacionalismo radical, incluso con los miméticos vecinos de éste, se insta no tanto a enarbolar los propios símbolos, sino a rechazar sonoramente los nacionales españoles en la final de la Copa del Rey. Lo que da pie a pensar, como Esperanza Aguirre, que no siempre es preciso tragarse los insultos, especialmente cuando atacan directamente el orden constitucional.
El partido entre Bilbao y Barcelona, quienes, por cierto, congregan entre ambos un inmenso afecto por parte de innumerables españoles, no ha de celebrarse a puerta cerrada. Pero, según como vaya la cosa, puede ser perfectamente que el próximo, de darse, sí deba jugarse en la intimidad, para que los silbidos no interfieran en el arte futbolístico, sin la molesta presencia de cámaras televisivas y en estadios acordes al evento, que no tienen por qué estar en Madrid, que parece ciudad que enerva ánimos de los hooligans independentistas.
Nadie lo había pensado, porque los nacionalistas han dictado hasta ahora la norma de una exquisita cortesía ajena ante su permanente desafío. Pero lo ha hecho Esperanza Aguirre, y ha aparecido como una idea posible, aquella que también tuvo Sarkozy.
No debe ser tan inverosímil cuando se han puesto como fieras los independentistas y algún otro insensato, los mismos que hicieron tragar al resto el guateque de Amaiur con los partidos independentistas del Congreso, que tiene narices que alguno se dedique al fútbol por si le funciona más que el asesinato.
José Antonio Sentís, EL IMPARCIAL, 24/5/12