NICOLÁS REDONDO TERREROS-El Mundo
El autor cree que Cs se ha equivocado al comportarse como un partido tradicional, que termina beneficiándose de los votos de Vox mientras no muestra capacidad para aprovechar los desencuentros con Valls.
Pero las consecuencias de la gravísima crisis económica, las ondas expansivas de los numerosos casos de corrupción y el debilitamiento de la legitimidad institucional abrieron un gran espacio político a la izquierda del PSOE. Esta oportunidad que ofrecía la indignación y el aburrimiento de un gran número de ciudadanos que se sentían marginados de la vida política española debido a la patrimonialización del Estado por los partidos políticos, fue aprovechada por jóvenes postergados por el comunismo instalado en IU. Sus resultados electorales fueron sorprendentes, pareció durante un tiempo que el refrescante mensaje, en el que predominaba una especie de peronismo debidamente escondido en consignas que parecían modernas, concentraba fuerza suficiente para «asaltar los cielos». Según Podemos, se iba acercando a la nuca del Partido Socialista.
Y, desde Cataluña, apareció un nuevo partido con la clara voluntad de imponer una política nueva, sin complejos con los nacionalistas, con un sello ético que garantizaba nuevos comportamientos y el destierro de aquellas conductas dominadas por despiadados egoísmos, en las que prevalecía el sectarismo de las siglas por encima del bien común, de visiones de Estado. Uno por la izquierda y el otro por la derecha parecían predestinados a renovar la caduca política española.
Los máximos dirigentes de Podemos no tardaron mucho en defraudar las expectativas generadas, la soberbia del máximo dirigente y su incapacidad para medir los tiempos, confundido por la creencia de que la política se desarrolla exclusivamente en un plató de televisivo, le confundieron hasta el punto de convertir a su partido en irrelevante después de las últimas elecciones municipales. El reformismo de Ciudadanos continuaba con más modestia ocupando espacios de poder, llegando a ser el primer partido en las últimas elecciones autonómicas en Cataluña. Seguían representando una política moderada, sin complejos ante los nacionalistas, con propuestas modernas y europeas que iban desde el ámbito educativo al de infraestructuras. Llegaron en su momento a un acuerdo con el PSOE para formar Gobierno con Pedro Sánchez, que no fructificó por la negativa de Podemos; posteriormente, haciendo gala en los mismos términos de flexibilidad y altura de miras, colaboraron en la investidura de Rajoy, desatascando una situación embarrancada por odios africanos y la pequeñez desagradable del resto de los protagonistas de la vida política española.
No era fácil su posición; eran tan necesarios como rechazados, no podían recurrir ni al patriotismo de siglas, ni a las prebendas de partido. Todas sus acciones debían ser minuciosamente explicadas para ser aceptadas y aun así eran frecuentemente recriminados porque representaban algo diferente a lo que significaban los partidos tradicionales. Muchas personalidades de la cultura y de la economía vieron en ellos una esperanza política moderada, moderna y europea.
Por desgracia, todo parece venirse abajo después de las últimas elecciones generales, municipales y autonómicas. Si la visión de los dos grandes partidos nacionales peleando por los ayuntamientos y autonomías era desagradable, el comportamiento de estos dos nuevos partidos durante los últimos días ha sido lamentable, ha avergonzado hasta a los más próximos y no hay nadie fuera de los beneficiados que lo pueda defender. Todo se ha empequeñecido de repente, hasta la aritmética de los resultados electorales ha perdido sentido; en algunos ayuntamientos el tercer partido ha terminado obteniendo la alcaldía y durante las negociaciones hemos oído cómo estaban dispuestos a repartirse el tiempo del mandato en las más altas magistraturas municipales. De estas emponzoñadas aguas políticas sale más manchado el que entró más limpio y esto justamente es lo que le ha sucedido al partido de Rivera. En pocas semanas, en días, hemos visto cómo Ciudadanos ha pasado de ser una esperanza para muchos a ser protagonista de unos cálculos fríos para obtener poder municipal, recurriendo a acuerdos en diferido con un partido como Vox.
Como decía Tony Blair, suele suceder que cuando las cosas le empiezan a ir mal a un partido no hay manera de remediarlo y el adversario no tiene más que esperar a que todo empeore. Si hubo alguna posibilidad para hacer verosímil que Ciudadanos ejerciera durante esta legislatura, incipiente todavía, la jefatura de la oposición, los acuerdos municipales le sitúan inevitablemente por detrás del PP. Por si no fuera suficiente en esta negociación han perdido la atracción de lo nuevo y no serán muchos los que puedan distinguir entre sus comportamientos y los de partidos tradicionales. Han conseguido un menguado poder municipal a cambio de alejarse de todo lo que han representado estos últimos años.
En este marasmo se han visto obligados a enfrentarse al problema planteado por su candidato en Barcelona. Los partidos de naturaleza parecida a la de Ciudadanos atraen a personalidades diversas que, con el tiempo, terminan convirtiéndose en un gran activo para la formación. Todo lo que significaba el partido de Rivera atrajo a una personalidad como la de Manuel Valls, y, en contra de lo que piensan algunos, creo que la renuncia a las siglas para que el ex primer ministro francés se sintiera cómodo fue el ejemplo más genuino de la falta de sectarismo que caracterizaba a Ciudadanos; a mi juicio fue la mejor representación de la «nueva política» que pregonaban. Operaciones de este tipo necesitan espacios de tolerancia, no pueden pretender que personajes como Valls tengan el mismo espacio de libertad que un militante ordinario; en estos casos la disidencia, los desencuentros, se deben entender como una ampliación del campo de influencia del partido correspondiente. Todo iba bien, hasta el punto que disciplinadamente Manuel Valls, con una cultura inevitablemente francesa y en contra de sus certezas más, terminó a regañadientes en la plaza de Colón.
YO COMPARTO, ma non troppo, la teoría del mal menor en política. Colau nos dará muchos disgustos y éstos serán aprovechados por los adversarios políticos, pero no creo que quepa duda alguna sobre la magnitud del desastre que la elección de Maragall habría supuesto para Barcelona, para la causa constitucional y para España. Pero, admitiendo la discusión sobre esta afirmación, no veo la necesidad de actuar como si hubieran destrozado el santo grial de Ciudadanos. La distancia entre el independiente Valls y Cs era suficientemente amplia como para administrar los desencuentros salvaguardando la independencia de uno y el perfil político de los otros. Sólo la intervención del concejal hispanofrancés en el pleno municipal inaugural es motivo suficiente para conservarlo. Su defensa de una Barcelona cosmopolita, capital de Cataluña, de España y del Mediterráneo, su reivindicación elegante y valiente de la España constitucional y su rechazo a la existencia de «presos políticos» o «exiliados» en nuestro país se convertirá en un hito en la lucha por la igualdad y libertad de los ciudadanos catalanes.
Cs ha vuelto a equivocarse comportándose como un partido tradicional, triste y disciplinado que termina beneficiándose de los votos de Vox mientras no muestra capacidad para aprovechar los desencuentros con Valls.
Todavía pueden remediar todos estos errores. Hoy en día la posición de los partidos políticos se mide por la capacidad de ser útiles a la sociedad. Importa poco para que nació Ciudadanos, ahora tienen la oportunidad de ser útiles al país proponiendo un pacto para poder investir a Pedro Sánchez, evitando la influencia de los extremistas o de los nacionalistas. Pongan reservas, establezcan cláusulas para asegurar una dirección determinada del futuro Gobierno, pero vuelvan a representar la esperanza que representaron. Cuídense mucho y no terminen siendo sólo una muleta del PP por evitar ser un partido bisagra.
Nota final: no me gustaría que vieran los que tienen legitimidad para decidir en Ciudadanos en este artículo una presión injusta e intolerable. Es más bien la expresión de la melancólica frustración de quien siempre ha esperado de los políticos más de lo que dan y tal vez más de lo que pueden dar.
Nicolás Redondo Terreros es miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.