José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • De aquella sublevación apolillada y cateta tan sólo quedan los aspavientos del iluminado forajido de Waterloo

La Cataluña levantisca ha desaparecido del mapa. Ya nadie habla del procés. Solo de esos espías rusos subcontratados por Puigdemont para organizar una especie de Armada Brancaleone con aspardeñas y de un obispo indepe y exorcista abducido por una damisela diabólica. Todo lo demás es melancolía de Messi y aromas de Montserrat.

El aniversario de los plenos de la desconexión, aquellas turbulentas jornadas parlamentarias del 6 y 7 de septiembre del 17, ha tenido menos eco que el alarido de Lesmes contra el Gobierno, asunto no menor por tratarse de un ámbito tan querido para los separatistas como es el judicial. Nadie se acuerda ya ni de las tumultuosas sesiones en las que el secesionismo pretendió sentar las bases de su ruptura y cimentar los pilares de la rebelión. Ni siquiera hay memoria de Carmen Forcadell, presidenta por entonces de la Cámara, que entre temblores, dudas y aspavientos pretendió bendecir desde su alta poltrona institucional aquel espantable esperpento y tan sólo logró una acolchada celda en la prisión de Mas d’Enric que cambió luego por la de Wad Ras.

Puro aspaviento, verborrea de taberna, amenazas de bronquista, ‘lo volveremos a hacer’ entonaba antes; ‘preparados para la confrontación’ corea ahora

Ni rastro de la república. Consumados los indultos, los doce del banquillo del magistardo Marchena han vuelto a casa, a sus ocupaciones familiares, a su ocio profesional y a su trasiego habitual por porrones y mongetas, manteles y butifarras, a mayor gloria de la patria. La sublevación ha quedado reducida a eso, a la paellada estival de la Rahola, a las astracanadas delictuosas de TV3, a los bolos colgando de Cuixart y a una mesa de diálogo que camino anda de devenir en taburete. De aquella épica apolillada y cateta, de aquellos furores prometeicos, tan sólo quedan los aspavientos tontiformes del forajido de Waterloo, transmutado en la sombra del fantasma de un espejismo, en el eco de los chillidos de un conejo estrujado. Puro aspaviento, verborrea de taberna, ‘lo volveremos a hacer’ entonaba antes; ‘preparados para la confrontación’ corea ahora.

Llega la Diada, la fiesta grande de la gran derrota, y apenas hay voluntarios para el desfile, para la gran parada de los coros y danzas de la pujolidad. Tan esquífidas se huelen ya las vísperas que, tal y como aquí contaba Laura Fábregas , los aparceros de la recua han optado por no ofrecer este año los pliegos de concurrentes y voluntarios para no evidenciar el ridículo. Solo uno de cada cuatro asistentes al desfile del 11 de septiembre de la prepandemia piensa repetir este año. «Entre mil no hay uno bueno», decía el Eclesiastés. De mil, acudirán quince, cabría decir ahora.

En Estrasburgo radican las esperanzas de los golpistas para tumbar la sentencia del Supremo. Este revés ha sonado como estruendo cachetada en los alicaídos ánimos de los congregantes de la secesión

Para abundar en el desánimo de la xenófoba grey, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), ha archivado la demanda contra el Reino de España presentada por dos paisanos del Bages quejosos por la actuación policial en la jornada del 1-O. En Estrasburgo radican las esperanzas de los golpistas para tumbar la sentencia del Supremo. Este revés ha sonado como estruendosa cachetada en los alicaídos ánimos de los congregantes de la secesión, poco entusiastas ya de las filípicas de Puigdemont y harto aburridos de las prédicas, cada vez más melifluas, de mosén Junqueras, el capellán más glotón de la cofradía.

Rufián y su extraña pareja

Tan escaso interés despierta el dossier catalán que no aparecía hasta el tramo final de la entrevista del domingo a Pedro Sánchez. Tan sólo se le dedicaban un par de preguntas en el amplio despliegue de El País. Casi como un incómodo y fatigoso compromiso. El presidente respondía con indolencia y hasta con hartazgo, y nada decía sobre su posible comparecencia en la mesa de los chantajes. Ya se verá. El separatismo, cierto es, se desinfla, aunque no se extingue. Cientos de miles de gandules viven de esto. Y no viven mal. Atraviesa, eso sí, una fase de decaimiento, como ocurre en las películas españolas a partir del minuto diez. Se atraganta, se hace bola. En los últimos días, sus únicos episodios vibrantes han sido el vídeo de Rufián con una señora cruelmente adiposa y los carísimos y sorprendtes outfits de Laura Borrás, la pivot del Parlament, travestida ya en inevitable influencer de la burguesía palurda y cicatera del lugar.

Del gesto heroico y desafiante, soberbio y altivo, a la mueca de perplejidad y ahora, simplente, a esa cara de bobo que ya no se despinta

La independencia no se concretará hasta el año 2030, proclama ahora el petit Aragonés, un ‘president’ ridiculo en un presente confuso. Al ser preguntada sobre un nuevo referéndum, Ada Colau, que tendrá pelos en cualquier parte menos en la lengua, lo ha dicho buen claro: «La gente no está para tonterías». Los catalanes juiciosos, que los hay, ya actúan como Cleómenes, aquel rey de Esparta, que tras escuchar una rapsodia de boca de un grupo e embajadores, les respondió: «En cuanto al inicio y al exordio, ya ni me acuerdo, ni por consiguiente, de la parte del medio, y en cuanto a la conclusión, nada quiero saber de ella».

Aquellas dos intantáneas, entre el júbilo y el chasco, entre la euforia y la desolación, captadas en las afueras del Parlament tras el discurso de la proclamación interruptus de la independencia, son la traslación perfecta del actual estado de ánimo de la feligresía supremacista. Del gesto heroico y desafiante a la mueca de perplejidad y ahora, simplente, a esa cara de bobo que ya no se despinta. Lo que viene siendo: «La república no existe, idiota».