Miquel Giménez-Vozpópuli
  • Anda el separatismo en horas bajas. Del caso Novell a Estrasburgo, pasando por la ANC y la Diada, están los de amarillo que no levantan cabeza

Si se encuentra a algún conocido o saludado que lleve el lacito amarillo en la solapa, igualito que los carlistas llevaban el “¡Detente, bala!” en su pecho, no le diga nada. Déjelo pasar. Estará conmocionado, y no es para menos. En pocos días se ha sabido que el ex obispo de Solsona Novell ha colgado los hábitos por una señora experta en satanismo y poesía erótica. Por si ese golpe no fuera suficiente, habida cuenta que Novell era un separatista contumaz y sus homilías causaban olas de gozo entre los lazis de misa y comunión diaria, a los de Estrasburgo, léase Tribunal de Derechos Humanos, las cargas policiales del 1-O, tan inhumanas y criminales según la ANC, no le parece que vulneren derecho fundamental ninguno.

El imaginario separatista todavía no ha aterrizado y por eso se niega a comprender que las actuaciones policiales no eran para impedir que se votase algo irrelevante y sin consecuencias legales, sino para impedir que se celebrase un acto expresamente prohibido por la autoridad judicial.

A la vista del panorama no es raro que la todopoderosa dirigente amarilla Elisenda Paluzie diga que tiene unas ganas locas de abandonar su cargo como presidenta de la ANC. Normal. Todo indica que la próxima Diada va a ser poco más que una amable reunión de ancianitos ex altos cargos dirigentes, en primera instancia, para que con la caída de la noche sus hijos y nietos se pongan a quemar contenedores y a destrozar el mobiliario urbano. Resumiendo, que no se les ha apuntado ni el tato. Si será grave que han suprimido el famoso contador con el que nos daban la tabarra: que si ya tenemos a tantos apuntados, que si hoy hay mil más que ayer. Pues este año, nada de nada. Calladitos estamos más guapos.

Si se encuentra a algún conocido o saludado que lleve el lacito amarillo en la solapa, igualito que los carlistas llevaban el “¡Detente, bala!” en su pecho, no le diga nada. Déjelo pasar. Estará conmocionado, y no es para menos

Claro que no falta quien intente caldear el ambiente, por si un aquel Puigdemont insta a enfrentarse a España desde su comodísima Bélgica y algún que otro puigdemontiano como López Bofill demanda un ejército de diez mil soldados. Hijo de mi corazón, si ya no juntáis ni a mil, ¿qué quieres? ¿Qué vayan los cuatro de la Meridiana? En fin, que no es que esto se acabe, porque Esquerra está agarrada de la teta sanchista y hará el paripé hasta donde haga falta con tal de que los neoconvergentes no vuelvan a tener la vara de mando. Aunque, en el fondo, sean igual de antidemocráticos y supremacistas. Lo que si parece irse terminando es la cosa callejera, la pancartita, la camiseta de colorines imposibles – este año, la ANC, si comprabas la del próximo 11 de septiembre te regalaba la del año pasado – y aquel aire orgulloso de ocupar calles y plazas con el mismo rostro de superioridad que exhibieron las tropas de la Wermacht al entrar en París.

Decimos que se acaba porque hay signos que no son difíciles de interpretar. Cuando una de las más conspicuas defensores del procés, Marta Pascal, ex portavoz de Convergencia, exportavoz del PDeCAT, exsenadora, fundadora del Partit Nacionalista Català, acaba fichando como comentarista deportiva en el programa de radio de mi estimado Josep Cuní, es que están haciendo luces para que la gente abandone el local. A lo mejor habrá que escuchar entre líneas lo que diga. En su primera intervención acusó al Barcelona de no tener defensa, diciendo “Tienen que subir y dar la cara en un proceso interesante”

Ay señor, tantos años, tanto dinero, tanta ruina, tanta fractura social para acabar comentando el juego del balompié. Desde luego, ya es mala suerte.