• Ortuzar le asegura a la izquierda abertzale que, tras la condena, nadie podrá decirles nada

Los vascos tenemos una percepción curiosa de nosotros mismos. Este verano nos hemos descubierto de pronto con problemillas de valores. Y el desconcierto está siendo tan grande que produce ternura. Como si los habitantes de la región francesa de Camembert encontrasen un trozo de queso cremoso y no supiesen si escandalizarse o perder el conocimiento. ¡Queso! ¡Entre nosotros! ¿Cómo imaginarlo?

El desconcierto es además tan surrealista que el problema de los valores llega a generar soluciones a las que les flojean, precisamente, los valores. Comentando el episodio del militante del PP alavés al que una joven golpeó entre insultos y vivas a ETA, Andoni Ortuzar le dice a la izquierda abertzale que bastaría con que, en lugar de rechazar lo ocurrido, lo condenasen. Así «nadie podrá decirte nada». Es bueno ver a las claras cómo el verbo ‘condenar’ se declina como ‘abracadabra’. Menos mal que la izquierda abertzale mantiene al menos el rigor semántico. Porque es muy raro condenar, o sea, reprobar porque se tiene por malo, lo que uno mismo hace. O sea, solo puede condenarse lo que hacen los demás.

El episodio de Vitoria está generando una pregunta que tiene que ver justo con eso: el sujeto en voz activa de la cuestión. ¿Qué hace una vasca de veinte años dando vivas a una banda de la que apenas puede tener recuerdo? Lo asombroso es que a esa pregunta no se le haya dado antes la vuelta: ¿qué hace aún en la vida publica vasca, explicándonos además lo que está bien y lo que está mal, la misma gente que hace diez, veinte, treinta años, ya nos explicaba tras cada agresión, durante cada secuestro, tras cada asesinato, por qué aquello no estaba precisamente mal?

Por lo demás, un joven vasco fanatizado es todo un misterio. Tienes veinte años y ves cómo los etarras salen de la cárcel tras asesinar a un semejante que con frecuencia era del PP «rodeados del amor de su pueblo» y entre aplausos y txistularis. Así que, con veinte años, falto de amor y empachado de pueblo, buscas a un semejante que sea del PP, no para matarlo, pero sí para señalarlo, hostigarle y puede que pegarle también un poco. Pues la conexión no se advierte por ningún sitio. En busca de respuestas, creo que convendría organizar pronto un congreso de artesanos de la memoria y otro, a ser posible, de porcelanistas de la paz.

CGPJ

Dialogantes

La comunicación no es fácil. Se requiere de una conexión frágil, sutilísima, que puede fallar por cualquier razón. «¿Cómo estás?», te pregunta tu interlocutor. «Batiscafo», contestas. Y ya está. No funciona. Pasa lo mismo si le das a alguien los buenos días y él te contesta «osezno turboeléctrico». ¿Qué? No hay manera. Es grande el prodigio de la comunicación. Y un milagro que los seres humanos consigamos todo el rato hablar entre nosotros, transmitir información, argumentar, explicarnos, llegar a acuerdos… Ayer Pablo Casado le pidió a Pedro Sánchez una reunión para abordar lo del Consejo General del Poder Judicial. «¡Basta de excusas!», respondió a eso, varias veces, la portavoz del Gobierno. Cierto que Casado hacía trampa y quería reunirse para reformar lo del CGPJ antes que para renovarlo, pero la portavoz podía haberle convocado a un encuentro para suavizar la tensión, tender puentes, buscar puntos en común… La Constitución obliga a los grandes partidos a entenderse. La comunicación, sin embargo, es imposible. Batiscafo. Estrategia. Sectarismo.

OCIO NOCTURNO

Pistas vacías

Al pensar en las persianas bajadas por la pandemia, lo hacemos en negocios que no pudieron resistir el confinamiento o salir adelante después. Olvidamos que hay negocios que siguen con la persiana bajada por una razón distinta: no se les permite abrir. Es lo que sucede con los pubs y discotecas que en el País Vasco llevan en muchos casos dieciocho meses cerrados. Ayer el consejero de Turismo explicó cómo se distribuirá la ayuda de 12 millones que se destina a fondo perdido al sector. Los profesionales lo agradecen pero quieren reabrir. Ante eso, el consejero señala al LABI. Algún profesional responde a su vez señalando a Berlín, donde los clubes ya funcionan. Eso te recuerda que Berlín es una ciudad muy joven y la nuestra es una sociedad envejecida y escandalizable. Antes de la pandemia, la decadencia de la vida nocturna en las ciudades vascas era un tema recurrente. Se dijo que saldríamos más fuertes pero igual lo que termina pasando es que, salir, se sale menos. La posibilidad buena tiene que ver con el presagio aquel de los locos años veinte, la efervescencia y el desenfreno. Por ahora, no hay mucho de eso a la vista. Está costando hasta volver al fútbol.