EL MUNDO 09/03/13
ARCADI ESPADA
Querido J:
El griterío español, e incluso el hispano venezolano, no deja oír muchos asuntos de interés. Por ejemplo, que un juez pallerol utilice una sentencia para condenar y, explícitamente, para intimidar; como si los jueces no intimidasen con su actos y debiesen acudir a las opiniones. O esto de lo que me voy a ocupar en esta carta, es decir, de la monumental paliza moral, política y estética que el ministro de Justicia propinó la semana pasada al diputado Alfred Bosch, de ERC, a partir de una interpelación, ¡y urgente!, sobre la necesidad económica de legalizar la marihuana. No negaré que las dos intervenciones del ministro estuviesen brillantemente construidas; y que su final no fuera voluptuoso. «Señoría, déjeme que le diga que si el discurso de su partido es no solamente sacar a Cataluña de España, que significa sacar a Cataluña de Europa, que significa sacarla, además, del euro, sino que además quiere financiarse económicamente situándose como un Estado al sur de Europa que viola la legalidad internacional y que se financia mediante el tráfico de estupefacientes, no creo con toda sinceridad que ese sea el camino inteligente». Sin embargo, para juzgar ecuánimemente su brillantez hay que tener en cuenta a qué nivel de argumentación se enfrentaba. Y es que el diputado Bosch había acudido a la tribuna para pedir la legalización del cannabis porque así el Estado podría recaudar más y esto sería interesante dada la crisis. Y había acudido, además, sin mayor apoyo científico sobre los efectos de la droga. Óyelo, si puedes: «Ha hablado usted de cuestiones médicas o científicas. Ninguno de los dos somos científicos, así que supongo que esa discusión habría que dejársela a los expertos, pero está más que demostrado que el cannabis o la denominada marihuana tienen propiedades terapéuticas claras. En ese sentido se ha pronunciado toda la comunidad científica, por ejemplo, en relación con la mitigación de los tratamientos relacionados con la curación del cáncer, las quimioterapias, radioterapias, mitiga los efectos de esos tratamientos violentos y limita también los efectos secundarios de enfermedades crónicas como el sida. ¿Que tiene riesgos? Evidentemente, se trata de una sustancia psicoactiva, claro que los tiene, pero no son riesgos graves».
Así como el ministro Gallardón aclaró que él no había consumido cannabis, no dijo lo mismo el diputado Bosch, lo que no puedo dejar de vincular, ¡comprenderás que no renuncie a ese dulce!, con los estudios (aunque discutidos) que señalan la relación entre el consumo de cannabis y el deterioro cognitivo. Para que el cannabis siente bien, ya lo dice el mismo diputado, la condición indispensable es tener cáncer o sida. Descartados esos dos grupos de fortuna, el cannabis es perjudicial y sus riesgos son graves. Lo asombroso es que Bosch pretenda dejar al margen la opinión científica sobre el asunto y, como es habitual entre la pandilla, pretenda que la política se base en construcciones normativas ajenas a la realidad. En opiniones. Hay conclusiones unánimes sobre el dañino efecto del cannabis sobre el cerebro adolescente. Desde la vinculación del consumo precoz con el desarrollo de la esquizofrenia hasta los mil veces descritos problemas de agresividad, falta de autocontrol y fracaso escolar. Cuando se habla de cannabis hay que hablar sobre todo de la adolescencia al menos por dos razones: porque el cerebro a medio hacer del joven es el más perjudicado por las sustancias adictivas, porque es el origen de adicciones mayores y más graves y porque es la etapa más compatible con el consumo desaforado de la droga. Para los adultos, el riesgo fisiológico y adictivo es menor y el alto consumo es más complicado por las condiciones que exige la vida laboral. Salvo en el caso, ya observado, de los diputados de Esquerra Republicana.
Esta realidad desagradable del cannabis es la primera que una persona razonable ha de invocar cuando en cualquier foro, aun menudo y local, plantea la legalización del consumo y hasta de la producción. El único argumento válido para la legalización es el beneficio que pudiera traer a la salud pública. Lo que un diputado Bosch no tocado por la pamplina curandera, la cursilería fumada o la ignorancia científica debería haber dicho en el Parlamento es, señores diputados, esto es una mierda pero vamos a ver si poniéndole un código de barras perjudica menos. El único argumento que el diputado Bosch no esgrimió en la tribuna.
Esta semana, en el Instituto Montserrat de Barcelona, un excelente colegio público del barrio de San Gervasio, donde, como sabes, estudian mis hijas, dos alumnos fueron tratados en días distintos de síncopes por ingestión de marihuana. Leves síncopes, pero uno de ellos fue llevado al hospital. Muchos alumnos fuman antes y después del colegio, y durante. Evidentemente, el instituto no es una excepción; ni entre la escuela pública ni entre la privada. Los responsables escolares ya acuden a una palabra: epidemia. Ignoran las razones. Yo también las ignoro. Sospecho, como ya te he escrito otra vez, que la generación facebook se abre paso en un mundo donde rige la ilusión de la ausencia de reglas, a la manera del espacio virtual, allí donde bastan el deseo para obtener lo deseado. Leo esta frase de Pinker, en Los ángeles que llevamos dentro: «La criminal década de 1960 fue la época reciente que más ensalzó la relajación del autocontrol. Tú a lo tuyo; Suéltate el pelo; Si te gusta, adelante; Baja a los infiernos», y pienso que esta época se le parece mucho. Sólo que con crisis en vez de baby booms.
Epidemia, eso es lo que dicen. Y el diputado Bosch analizando ilusionado en qué medida una generación de fumados puede traer la independencia.
Sigue con salud.
A.