TONIA ETXARRI-EL CORREO

  • No le falta razón al lehendakari Urkullu en su idea de prolongar el toque de queda teniendo en cuenta la incidencia de contagios en Euskadi

Finiquitado el estado de alarma, al cabo de seis meses, el lío jurídico anunciado ha estallado de norte a sur y ha puesto a la Justicia contra las cuerdas. Desde ayer las comunidades autónomas que necesiten adoptar medidas restrictivas porque la ola de contagios no remite en sus territorios quedan a merced de los tribunales de justicia. La pandemia no está controlada. Falta mucho todavía para llegar al 70% de la población vacunada. La liberación del estado de alarma provocará exceso de confianza y entrañará riesgos . Van a ser semanas de contradicciones y paradojas.

Entre la libertad y el virus anda el juego. El fin de las restricciones de movilidad impulsará la actividad económica pero topará con esos grupos de insensatos que les da por celebrar el fin del toque de queda como si ya estuviéramos todos inmunizados. Sin mascarilla, sin distancia, sin cabeza. ¿Qué pasará cuando se de el próximo rebrote? ¿No habrá a quien reclamar responsabilidades por las consecuencias de las noches alegres y las mañanas tristes? En caso de colisión entre la comunidad autónoma en cuestión y el tribunal de justicia, a Sánchez no se le ocurrió otra cosa que endosarle el lastre al Supremo. Pero el alto tribunal ya ha advertido que ésa no es su función. En medio de esta confusión de poderes, el lehendakari no piensa utilizar el comodín de la justicia. No ha recurrido las decisiones del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco que sigue tumbándole los planes. Primero con la reapertura de la hostelería, ahora con el rechazo a prolongar el toque de queda.

Pero no le falta razón al lehendakari Urkullu en su idea de prolongar el toque de queda, teniendo en cuenta el alto nivel de incidencia acumulada que todavía tenemos en Euskadi. Seguimos a la cabeza de los contagios: 436 por 100.000 habitantes. Y da la impresión de que Sánchez lo ha dejado todo en manos de la suerte.

El inquilino de La Moncloa se ha instalado en el desentendimiento. Habla pero no escucha. Y, mucho menos, contesta. Ni a la oposición ni a sus socios de legislatura. Ni siquiera recuerda al Jordi Pujol de los 80 cuando respondía con un «no toca» a las preguntas incómodas de los periodistas. Este presidente va más allá. Simplemente, rehuye. Ni una palabra todavía del fracaso electoral de su partido en las elecciones de Madrid. Su guardia de corps va dando palos de ciego en las reacciones. Calvo, Lastra, Ábalos, con berberechos, tabernas y fascismo. Sánchez hace años echó al líder de Madrid, Tomás Gómez, con cajas destempladas y los suyos ya han podido ver cómo se las gasta. El instinto de revancha le acabará cegando. Podrá expulsar a líderes históricos, si quiere, pero se ha ganado a pulso la desafección de buena parte del electorado socialista. No por casualidad, uno de sus barones ilustres, Emiliano García Page, acaba de advertir que «si llega otra ola, a algunos les supondrá un adiós».

Intrigas partidistas aparte, la gente está pendiente de la salud, la economía y la libertad de movimientos. Mientras tanto, desde el PP, Casado intenta recuperar liderazgo aprovechando el éxito electoral en Madrid, preconizando que «se acabó el tiempo de Sánchez». Pero, ¿qué fue de su ‘plan B’ para evitar que las comunidades autónomas quedasen a la intemperie jurídica? Un plan pormenorizado que otros grupos estaban dispuestos a secundar. Se limita a decir que «si Sánchez quiere» podríamos tener un marco jurídico contra la pandemia en quince días. No se entiende por qué el PP no insiste en el Congreso esta semana.