ABC-JUAN MANUEL DE PRADA

El doctor Sánchez es tan sólo un gobernante perverso que se aprovecha del derrumbe de un Estado fallido

LOS pensadores políticos clásicos distinguían tres tipos de gobernantes dañinos: el inepto, el prepotente y el perverso. El gobernante inepto tiene pocas luces y pocas dotes de mando; pero, con el tiempo, se vuelve mandón y aspaventero. El gobernante prepotente quiere perpetuarse en el poder mediante intrigas y mentiras y se rodea de una camarilla corrupta que hace irrespirable la convivencia. El gobernante perverso, por último, es una «voluntad pura» de poder que se sirve de las instituciones para imponer sus designios; y que no vacila en resucitar odios ancestrales y en pactar oscuros contubernios con los enemigos del pueblo, al que entretanto corrompe y envisca.

Ciertamente, el doctor Sánchez, reuniendo rasgos del inepto y del prepotente, es sobre todo un gobernante perverso que se sirve de las instituciones para saciar su «voluntad pura» de poder. Pero en cualquier comunidad política sana las instituciones actúan como baluartes de defensa contra los gobernantes dañinos, dificultando o haciendo imposibles sus designios. Así que, si el doctor Sánchez puede servirse de las instituciones para mantenerse en el poder, es porque España se ha convertido en un Estado fallido. Entiendo que aceptar tal evidencia no es plato de gusto para nadie, y mucho menos para el español pancista que vive plácidamente, repitiendo como un lorito los eslóganes memos del lugarcomunismo zombidemócrata.

Que España es un Estado fallido lo prueba, por ejemplo, el papel de «dontancredo» que se asigna al Rey. Pensemos en la reciente y estrambótica «ronda de consultas» en Zarzuela. El Rey ha encargado al doctor Sánchez que se presente a la investidura sabiendo que no ha reunido los apoyos suficientes; lo ha hecho sabiendo que los apoyos que el doctor Sánchez reclama son de partidos que no lo reconocen como Jefe de Estado (y que, desdeñosos, en algunos casos ni siquiera se dignan asistir a esta «ronda de consultas»); y lo ha hecho sin conocer la letra pequeña del pacto que el doctor Sánchez pretende alcanzar con estos partidos (letra pequeña que ni el propio doctor Sánchez conoce, pues es capaz de cambiar cada día de caligrafía). Toda esta chapucería grotesca, en donde la perfidia y la improvisación hacen coyunda (y en la que, además, se hace mofa de la monarquía), es propia de un Estado fallido.

La cruda realidad es que en España no hay gobierno estable desde hace cuatro años. La cruda realidad es que nuestro sistema político ampara la floración y perpetuación de gobernantes perversos que utilizan las instituciones en su beneficio. La cruda realidad es que estos gobernantes perversos pueden tranquilamente ser investidos por aquellos partidos que anhelan la destrucción de la comunidad política. La cruda realidad es que los pactos políticos los determinan desde su celda o desde su exilio dorado presidiarios y prófugos de la Justicia (que, por cierto, en unos días podrán dejar de serlo si a una parodia de tribunal luxemburgués así lo desea). Pretender que el doctor Sánchez es el culpable de este desaguisado (que, además, podría prolongarse eternamente) es puro pancismo zombidemócrata. El doctor Sánchez es un advenedizo que ha descubierto que se vive mejor cuando uno se puede permitir parrandas en el Falcon y sesiones de chapa y pintura para Begoñísima. Pero el doctor Sánchez es tan sólo un gobernante perverso que se aprovecha del derrumbe de un Estado fallido. Y detrás de ese Estado fallido hay –nunca nos cansaremos de repetirlo, «por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo»– una Constitución nihilista.