José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El acto propio de conmemoración de los independentistas fue por la tarde ante la cárcel de Lledoners: un aquelarre antimonárquico e independentista
“Nuestro pueblo está condenado a que, con monarquía o con república, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario o bajo un régimen autonómico, la cuestión catalana perdure como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas, de injusticias”. Manuel Azaña. Presidente de la Segunda República.
En ocasiones la realidad es tan nítida que ofrece las claves más obvias para interpretar los acontecimientos. La jornada de ayer en Barcelona fue una “estafa”. No lo digo yo. Era lo que proclamaba una de las tres pancartas que colgaban de las fachadas de las Ramblas y de Plaza Cataluña. En una que daba al mosaico de Miró podía leerse: “Sin ellos este acto es una estafa”. Ellos son, claro, los políticos presos que para los independentistas resultan presos políticos. Y el secesionismo se comportó ayer –más allá de los análisis bienintencionados- en coherencia con la calificación (“estafa”) que se propaló desde una fachada barcelonesa a modo de velamen náutico.
Prácticamente, nada fue lo que parecía. Los separatistas decidieron no repetir su vergonzoso comportamiento colectivo contra el Rey del 26 de agosto del año pasado y actuaron a la inversa: se replegaron de manera ostensible, eludieron los símbolos, evitaron los gritos, gotearon consignas amarillas en las horas previas, Torra hizo su esperable aportación en una declaración institucional prescindible y hasta permitieron que unos desavisados y torpes “unionistas” se creyeran por un tiempo que el centro de la Ciudad Condal era el madrileño barrio de Chamberí. La consigna de criogenización del acto en Plaza Cataluña funcionó con la exactitud con la que lo hacen las asiáticas consignas del secesionismo. Estuvo –distante, renuente, forzada- la autoridad competente y los partidos políticos (no la CUP) pero no hubo ni una sonrisa ni un apretón de manos. Formaba parte de la estafa.
Capítulo aparte merece la recepción y el tratamiento protocolario que recibió el Jefe del Estado. Padeció, que no lo dude el Gobierno, la dignidad de la institución por más que la actitud de Felipe VI compensase los desplantes. Fue recibido sólo por la delegada del Gobierno en la Comunidad. Torra se cobró el inevitable saludo al monarca imponiéndole la presencia de la esposa del procesado por rebelión, Joaquim Forn, y tanto él como la Reina soportaron durante todo el acto los mensajes hostiles de las pancartas indemnes en su descaro. Una de ellas colgada en el nº 9 de la misma Plaza Cataluña. Ninguna se retiró antes de que llegasen los reyes o comenzase la ceremonia.
Tanto el rey Felipe VI como la Reina soportaron durante todo el acto los mensajes hostiles de las pancartas indemnes en su descaro
Así los separatistas hicieron al Jefe del Estado “un Tortosa” que es expresión explicativa de una actitud de absoluto menosprecio. En vez de gritos y encerronas, vacíos y silencios. Ellos manejan igualmente bien la mudez como la verborrea, es decir, saben cómo llenar la Diagonal en una Diada o emboscar al Rey en la cabecera de una manifestación y cómo vaciarla o aislar al adversario. Todo forma parte del mismo “expertise” subversivo que alientan Puigdemont y Torra, secundados por las falanges populares que les organizan la ANC y Òmnium Cultural que se reservaron para el acto propio de conmemoración de los atentado que se celebró ante la cárcel de Lledoners en donde están recluidos preventivamente Oriol Junqueras y Joaquim Forn. Allí, sin inhibiciones, se formó un aquelarre antimonárquico y separatista en el que participó un elenco estelar que clausuró el discurso del auténtico Torra.
¿Las víctimas? A nadie se le cayó de la boca su condición de tales; su homenaje; su solidaridad; su cercanía, pero la consigna de aislar al Rey (recuerden: “Sin ellos el acto es una estafa”) pudo mucho más que el impulso de acompañarlas masivamente –como saben hacerlo en la Cataluña que se moviliza recurrentemente- en el primer aniversario de su desgracia causada por la criminal acción de unos terroristas yihadistas que habitaban en Ripoll y de los que nos queda mucho por saber pese a los ditirámbicos elogios a la gestión de la policía autónoma catalana. Las dosis de silencio al respecto son espectaculares en Cataluña y cuando alguien las desafía se cierne sobre el averiguador –sea periodista, sea medio de comunicación- toda clase de represalias. Ejemplos hay de ello.
Habrá quien crea que ayer los acontecimientos discurrieron mejor que el 26 de agosto del año pasado. Se confunde: se desarrollaron, sí, más taimadamente, pero con similar intencionalidad y muy parecidos resultados. El acto conmemorativo de la mañana fue el conveniente en función de las circunstancias internas del propio separatismo; el de la tarde en Lledoners –y los previos del jueves- redundó en la estrategia de agit-prop secesionista que ha inaugurado una larga carrera con etapas volantes: 6 y 7 de septiembre (leyes de desconexión), 11 de septiembre (Diada), 20 de septiembre (registro policial y asedio popular a la consejería de Economía), 1 de octubre (referéndum ilegal), 27 de octubre (declaración -¿o no?- de independencia) y 28 de ese mismo mes, fuga de Puigdemont. Un calendario casi imposible para un Gobierno -¿quién gestiona la cuenta de twitter del presidente Sánchez?- que se mantiene en pie parlamentario porque así lo quieren los que calificaron el acto de la mañana de ayer como de una “estafa”. Sí, efectivamente, lo fue.