FERNANDO SAVATER – EL PAIS – 18/06/17
· Cuando se pregunten cómo se ha llegado a parcelar nuestra ciudadanía y de dónde surge el antagonismo irracional entre las partes y el todo, aquí tienen la respuesta.
De los empeños políticos en que me he visto a lo largo de mi vida, no todos fracasados, del que me siento relativamente más orgulloso es el Manifiesto por la Lengua Común, que firmó un plantel de figuras relevantes de todos los campos como creo que antes no se habían reunido nunca ni se ha vuelto a ver. Por supuesto no se trataba de defender al castellano o español (como lo llaman fuera de España), que se las vale muy bien por sí mismo como demuestra su número enorme y creciente de hablantes.
Ni mucho menos de avasallar a las otras lenguas españolas de ámbito regional, que forman parte de un patrimonio cultural que consideramos propio incluso aunque no sepamos manejarlas. Lo que se reivindicaba era la importancia política de tener una lengua común en la que todos podemos comunicarnos por encima de otras diferencias culturales y el derecho a utilizarla en la educación o las relaciones administrativas en cualquier parte del país. Porque la lengua común vincula institucionalmente nuestra diversidad, no la aniquila: permite la unidad de lo plural.
El debido reconocimiento a las otras lenguas territoriales ha sido utilizado por el separatismo como palanqueta para forzar ideológicamente la soberanía igual de todos los españoles. Se ve en mil detalles incluso menores, como esos exámenes de selectividad en Baleares, donde las pruebas sólo se facilitan en castellano a los alumnos que protestan y las reclaman.
Y aun así los docentes nacionalistas consideran que esta “concesión” equivale a fomentar “el odio y la fobia contra el catalán”… lengua en la que no hay el mínimo impedimento para examinarse. Cuando se pregunten cómo se ha llegado a parcelar nuestra ciudadanía y de dónde surge el antagonismo irracional entre las partes y el todo, aquí tienen la respuesta.