Tonia Etxarri-El Correo
Pablo Casado tiene sobrados motivos para dejar de apoyar a Pedro Sánchez
O yo o el caos. O estado de alarma prolongado o no hay plan. Es el dilema que Pedro Sánchez está planteando a la oposición y a las comunidades autónomas para que le apoyen sin rechistar. Y la oposición -que en el mes y medio de confinamiento obligatorio ya ha comprobado que el caos es él- empieza a barajar la posibilidad de dejar de apoyarlo. El balance de la gestión de la pandemia no puede ser benévolo. Por la ocultación de datos. Por la ausencia de diálogo y consultas. Por el deficiente abastecimiento de suministros. Por las ordenes contradictorias (¿Mascarillas antes no, ahora sí? ¿ Se recupera el 50% del aforo de hostelería en vez del 30%?). Por la improvisación. Este fin de semana en el que niños y adultos han podido moverse con libertad restringida, el lehendakari Urkullu, en la reunión telemática de Sánchez con los presidentes de las comunidades autónomas, se volvió a quejar de la forma unilateral de su proceder. Se enteró por la Prensa de las ayudas de 16.000 millones que Moncloa decide dar a las autonomías. Si Sánchez no cambia de actitud, no va a poder prorrogar la excepcionalidad en el Congreso esta semana con un apoyo sustancial. Sus socios de investidura no se lo garantizan. El PNV quiere que acabe ya el estado de alarma y que se devuelvan las competencias, aunque su crítica no parece que vaya a reflejarse en un cambio de voto. ¿Le seguirá apoyando con reservas aunque no se fíe de él? ERC se acerca al ‘no’.
Y Pablo Casado tiene sobrados motivos para dejar de apoyar a Pedro Sánchez. Ha estado secundando el estado de emergencia durante mes y medio. Sostiene, y en eso coincide con Ciudadanos y con algunos presidentes autonómicos, que el Gobierno ha abusado del poder que le concede el estado de alarma. Sin consultar con nadie. Con tics impropios de un presidente en democracia. La vinculación de las ayudas sociales y los ERTE a que se perpetúe el estado de alarma ha sido acogido como un chantaje en toda regla. Pero el PP está barajando una abstención, después de tres votos afirmativos continuados, como un aviso al Gobierno. Para que pase ya al estado de emergencia sanitaria y Sánchez se avenga a compartir la gestión de la crisis.
En la octava semana seguimos perdidos en una maraña de datos sobre el recuento. El sábado Sánchez sacó la bolita del bombo: 1,9 millones. Es el número de tests que dice que se han realizado. Del porcentaje de los fallecidos sabemos poco porque somos el único gran país de Europa que no recuenta los muertos fuera de los hospitales. A nadie se le escapa que si al número oficial de fallecidos se le añade el número de bajas en casas y residencias se dispararían las estadísticas. Sería un golpe para los titulares oficiales. Tenemos más de 35.000 sanitarios infectados. Y superamos los 25.264 muertos. Sánchez tardó en reaccionar por conveniencia política. Y ahora, presionado por la sociedad y la economía, quiere ser de los primeros en salir del embrollo.
La oposición sigue esperando que hable con ellos. Pero Sánchez ni se inmuta. Sus ministros no dejan de referirse a Portugal para enviar un recado a Pablo Casado. Que tome nota de la oposición leal y se comporte como un portugués. Pero obvian un pequeño detalle: que el primer ministro Costa es el primero que practica la lealtad con la oposición. Consensuando con ella. Como Alemania. Merkel no da un solo paso sin reunirse con los 16 ‘länder’.
En Moncloa es otro cantar. El presidente sigue sin contar con la oposición. Ni siquiera con sus socios de investidura. Intenta colgarse una medalla diciendo que acude al Congreso cada quince días como muestra de su talante dialogante. Pero no es verdad. No se trata de un gesto deferente. Está obligado constitucionalmente por el artículo 116.2 de la Carta Magna.
Si decayera el estado de alarma, Sánchez tendría que aprobar otro decreto. Pero eso no ocurrirá. Porque, seguramente, obtendrá más votos afirmativos que negativos. El paso del PP del voto afirmativo a la abstención es un toque al presidente del Gobierno para que cambie de fórmula y dé más movilidad a la población. Y para que la actividad económica pueda volver a recuperar su rutina con garantías sanitarias. Cabe esperar que no acabemos rescatados. En ese caso nos acordaríamos de Grecia. Pero no del Gobierno actual que está resolviendo tan eficazmente la batalla contra el coronavirus, sino del anterior, el de Tsipras, tan admirado por Pablo Iglesias, que llevó a su país al fracaso más estrepitoso.