Estampida

ABC 03/11/13
IGNACIO CAMACHO

· Si la gente ya no acepta los discursos de los políticos, que son gratis, cómo les va a comprar encima las memorias

ES improbable que Aznar y Zapatero vayan a ser por sus respectivas memorias candidatos al Nobel de Literatura. A Churchill se lo dieron por las suyas, tan interesantes como estilísticamente desordenadas, porque parecía inapropiado darle el de la Paz –que es el que soñaba ZP en los tiempos de la dichosa negociación con ETA– después de haber ganado una guerra. Pero al menos las escribió él enteras sin negros que le aliviaran la sintaxis. Los dos últimos expresidentes atacan en otoño con sendos memoriales de laboratorio que les harán disputar en las librerías la contienda que nunca llegaron a sostener en las urnas. Ambos llegan, empero, en mal momento: los libros de políticos han dejado de tener tirón entre un público cada vez más cabreado con ellos.
En España el mercado editorial ha quedado de forma mayoritaria en manos de las mujeres, que prefieren novelas a ser posible escritas y protagonizadas por otras mujeres. La clientela femenina se deja seducir sobre todo por el lado emocional y se pirra, Grey aparte, por peripecias sensitivas como la de la costurera-espía de Tetuán o los serpenteantes ríos históricos de Julia Navarro. Hasta los mayores éxitos de Pérez Reverte, que es muy cuco y sabe con qué mimbres teje los cestos, giraban en torno a damas de rompe y rasga. A los jóvenes que aún leen les ha dado por los vampiros y los hombres adultos parecen inclinados al ensayo histórico o sociológico. Lo que nadie quiere es más plática política; los libros de dirigentes públicos, que suelen traer su foto en portada, han quedado sólo para simpatizantes irreductibles y adictos a las tertulias de la TDT. La sociedad del desencanto está irritada con sus élites y repudia sus chácharas como mercancía averiada.
Nada tiene de extraño habida cuenta de la escasa empatía que demuestran con una sociedad afligida. No pierden ocasión de retratarse en mala postura. La última ha sido esa imagen indecorosa de la estampida del Congreso, una riada de diputados en fuga escaños abajo, arrastrando las maletitas con ruedas con tanta prisa como escasa compostura. Que perdían el último avión, las criaturas, e iban a llegar tarde a sus casas como si viniesen del trabajo. Escenas como ésa son letales para el crédito de un colectivo con la reputación averiada y rebotan sobre la totalidad de la dirigencia, con razón o sin ella, con el efecto de una pedrada en un escaparate. Ciertos gestos políticos tienen un valor simbólico superior al de su alcance real y contribuyen a la creación de una apariencia desdeñosa, refractaria al sentido de la responsabilidad y del liderazgo. Ante esas desafortunadas expresiones de desarraigo la gente ha acumulado una aversión visceral contra sus representantes, actuales o pretéritos, a los que culpa genéricamente del gran fracaso nacional. Si ya no les aceptan los discursos, que son gratis, cómo les van a comprar las memorias.