ARCADI ESPADA-El Mundo

Tuve un sobresalto. El juez Marchena había dicho «Alonso Martínez», como tantas veces yo al taxista. Desde primera hora las llamadas defensas estaban embarrando el campo. Ahora protestaban porque un guardia civil había descrito unos hechos que interesaban sobre todo a las acusaciones de malversación. El letrado de Junqueras y Romeva argumentaba que los guardias civiles no habían declarado en la fase de instrucción y que sus testimonios en el juicio acarreaban la indefensión de los acusados.

Cada vez que un abogado pronuncia la palabra indefensión los que siguen el juicio oyen Estrasburgo. Las apelaciones a la indefensión son relativamente frecuentes en los juicios. Pero pocas veces se habrán repetido tanto. Una línea de defensa –de ofensa, mejor– sostiene que el juicio está perdido y que lo único que cabe obtener de él es propaganda y la denuncia ante los tribunales europeos de la falta de garantías de la Justicia española. La denuncia en sí misma, al margen de los resultados que obtenga, forma parte de la propaganda, naturalmente. Tal vez haya una parte de verdad en lo que dicen. Aunque no por las razones que invocan, sino porque los hechos del delito sucedieron a la vista de todos y tienen, en buena parte, un carácter incuestionable.

La descripción de la detención de un alto cargo de Exteriores que hizo ayer un guardia civil impide sostener la ficción de un Proceso pacífico. Lo mismo sucede con el delito de malversación. ¿Alguien atento puede creer que no hubo dinero público en la organización del referéndum? Es una hipótesis realmente creativa. Y aún lo es más después del singular interrogatorio que el abogado de Junqueras hizo a un guardia civil: supongo que su objetivo era desmontar la malversación pero la apuntaló gravemente. Es verdad que los hechos deberán encajarse en artículos concretos del Código Penal y ahí puede darse la ambigüedad que las defensas técnicas –las defensas– tratan de explotar. Pero también en este punto el sentido común traza límites. Es improbable que el Proceso pueda saldarse con mera desobediencia, el delito que desde ayer amenaza al Valido. Si negarse a higienizar las fachadas corrompidas por la peste de los edificios públicos de Cataluña conlleva el mismo castigo que declarar ilegalmente la independencia, tal vez Estrasburgo tuviera algo con qué avergonzar por fin y sin discusión alguna a la Justicia española.

El juez Marchena había dicho «Alonso Martínez» para recriminarle al abogado que pretendiera rebajar el instante verdadero del juicio oral, impidiendo que declarasen testigos que no lo habían hecho durante la instrucción. El juez Marchena decía «Alonso Martínez» para señalar al hombre que introdujo en España la Justicia moderna. Y estaba mirando al abogado con el semblante imposible del que observa a una especie extinguida.

De modo que cuando se interrumpió el juicio para el almuerzo me puse a leer la célebre Exposición de Motivos de la Ley de Enjuiciamiento Criminal (1882), aliñando la lectura con unas hojas de canónigos y unos fresones tempranos, algo que maridara con la prosa de excepcional luminosidad, precisión y elegancia de Alonso Martínez. Y así pasé por este párrafo crítico con los procedimientos de la antigua Justicia que la nueva iba a liquidar: «Al compás que adelanta el sumario se va fabricando inadvertidamente una verdad de artificio, que más tarde se convierte en verdad legal, pero que es contraria a la realidad de los hechos (…). Nuestros Jueces y Magistrados han adquirido el hábito de dar escasa importancia a las pruebas del plenario, formando su juicio por el resultado de las diligencias sumariales, y no parando mientes en la ratificación de los testigos, convertida en vana formalidad». Y pasé también por este telón y por esta aurora: «No; de hoy más las investigaciones del Juez instructor no serán sino una simple preparación del juicio. El juicio verdadero no comienza sino con la calificación provisional y la apertura de los debates delante del Tribunal que, extraño a la instrucción, va a juzgar imparcialmente y a dar el triunfo a aquel de los contendientes que tenga la razón y la justicia de su parte». Entre los principales escollos doctrinales que hubo de vencer Alonso Martínez estuvo el de Durán i Bas, un carca catalán. A veces hay un progresista español de guardia.

El serio problema ahora es el de Marchena, porque ya vamos a tener con qué comparar su prosa cuando la escriba y zanje.