CARMEN POSADAS – ABC – 12/12/15
· El éxito de Estado Islámico, ha dicho Donald Tusk, es el resultado de nuestra inacción. Muy bien, en el diagnóstico estamos todos de acuerdo, pero ¿cuál es la solución? Según el historiador Toynbee, las civilizaciones se configuran a través de la respuesta que el ser humano da a los retos naturales o sociales a los que se enfrenta.
Por estas fechas suelen aparecer en los medios de comunicación eso que los Nostradamus a la violeta llaman sus profecías para el año próximo. Juegan con ventaja, porque lo cierto es que nadie recuerda de un año para otro cuáles fueron sus esotéricas predicciones. Tampoco yo las recuerdo, pero de lo que estoy segura es de que ni el más jeremías o agorero de ellos tuvo la imaginación que en estos meses ha derrochado la Realidad para regalarnos un abanico de hechos tan inquietantes como inverosímiles. Desde la declaración unilateral de independencia por parte de Cataluña pasando por el auge de ese fantasmagórico Califato del tamaño de Italia que ingresa mensualmente cincuenta millones de dólares solo con el contrabando de petróleo, hasta el mayor número de desplazados y refugiados que el mundo ha conocido desde la Segunda Guerra Mundial, todo parece tan irreal como improbable.
Los chinos tienen una maldición que dice «Ojalá vivas tiempos interesantes». Se refieren, es obvio, a tiempos en los que uno está pegado a las noticias, atento a los programas de actualidad, pendiente de la política tanto nacional como internacional. Y ese es el panorama actual: tiempos realmente interesantes. Para estudiarlos en un libro de historia tal vez, pero para vivirlos son mucho más agradables los aburridos de solemnidad. Quienes analizan los tiempos interesantes suelen coincidir en que estos vienen aparejados con la aparición de grandes líderes de signo tanto negativo como positivo. Así sucedió en la Revolución Francesa, por ejemplo. Si en el bando de los primeros tenemos a Robespierre, el de los segundos contó con el genio inigualable de Bonaparte.
Lo mismo puede decirse de la Segunda Guerra Mundial. Los sátrapas Stalin y Hitler coexistieron y tuvieron como contrapeso a Churchill, Roosevelt y De Gaulle. Fuimos afortunados en aquella ocasión. El fiel de la balanza de la historia se inclinó del lado de los nuestros, ojalá en los tiempos interesantes que nos está tocando vivir suceda algo parecido. Sin embargo, para que así sea, lo primero que tendría que ocurrir es que hubiera líderes dignos de tal nombre. Los del bando contrario ya los tienen. ¿Pero cuáles son los nuestros? Ni Cameron parece Churchill ni Obama Roosevelt. Hollande ha reaccionado con un coraje que le honra después de los atentados de París, pero me temo que ni la señorita Julie Gayet lo compararía con De Gaulle.
Según Mark Twain, la historia no se repite pero rima, y es curioso observar cómo en 1938, cuando Hitler comenzó su fulgurante escalada bélica, la respuesta de Europa y también la de Estados Unidos fue tan cauta y tibia como la que están teniendo los líderes actuales frente a la amenaza yihadista. En aquel entonces estaba demasiado vivo el recuerdo de la carnicería que supuso la Primera Guerra Mundial y nadie quería embarcarse en una nueva contienda. Ahora lo está el recuerdo de los fracasos en Irak o Afganistán. Fiascos demasiado vivos y lacerantes como para arriesgarse a mandar soldados que pueden volver a casa en una caja de pino envuelta en una bandera.
Prisioneros de sus propias contradicciones y errores (léase las consecuencias de la primavera árabe o el haber ejercido de aprendices de brujo respecto al difícil equilibrio entre chiitas y sunitas) el mundo occidental y sus líderes observan y esperan. ¿A qué? Nadie lo sabe bien o, mejor dicho, prefieren no pensarlo. Tiempos confusos, tiempos resbaladizos y cenagosos en los que un paso en determinada dirección puede ser un paso adelante pero también uno en falso. Tiempos en los que las potencias occidentales con todo su poderío juegan en desventaja frente a un enemigo que no respeta ninguna de las reglas ni pactos de caballeros que han regido hasta ahora las confrontaciones. Ellos esgrimen el terror, nosotros los derechos humanos, ellos la barbarie, nosotros la ponderación. Es algo así como jugar un partido de fútbol con un rival al que le está permitido no solo coger la pelota con la mano, sino también romperle las dos piernas al contrario y volarle todos los dientes.
En los últimos días ha comenzado a tomar forma una coalición contra el terror auspiciada por la matanza de París y a instancias de Hollande. El Reino Unido ha decidido mandar su fuerza aérea, Alemania ofrece cerca de dos mil soldados de apoyo logístico y Estados Unidos, tras el atentado de San Bernardino, piensa desplegar un puñado de militares de élite a Siria. Pero la experiencia dice que, sin tropas sobre el terreno, los bombardeos pueden ser eficaces pero en ningún caso resolutivos. Tampoco deberían servir como histriónicas demostraciones de poder, pura propaganda o coartada simples despliegues para demostrar una fuerza que, todos lo sabemos, no se puede desplegar en su totalidad porque ISIS no tiene reparo en utilizar a la población local como escudos humanos.
Y mientras todo esto ocurre, nosotros, los ciudadanos de a pie, los vividores de tiempos interesantes, perplejos y sin saber tampoco cuál puede ser la mejor solución, miramos a nuestro alrededor con la sensación de que no hay nadie al mando de la nave y que estamos al albur de donde nos lleven los vientos y las corrientes de la Historia. El presidente del Consejo Europeo lo expresó de otra manera. El éxito de Estado Islámico, ha dicho Donald Tusk, es el resultado de nuestra inacción. Muy bien, en el diagnóstico estamos todos de acuerdo, pero ¿cuál es la solución? Según el historiador Toynbee, las civilizaciones se configuran a través de la respuesta que el ser humano da a los retos naturales o sociales a los que se enfrenta.
Así, con esperanzadora frecuencia son las circunstancias las que propician el surgimiento de personas que están a la altura de ellas (o si no, hacen que los que ya están en el poder se comporten de modo igualmente elevado). Ojalá sea así y ojalá se cumpla también en nuestro país para hacer frente a retos internos también considerables. Los chinos tienen otro proverbio bastante esperanzador al respecto. Ellos dicen que en las ciénagas más espesas es donde germinan las más bellas y raras flores. Ojalá el año que alumbra sea el que les dé la razón.
CARMEN POSADAS – ABC – 12/12/15