Cristian Campos-El Español
«¿Cómo va la campaña?» me preguntarán ustedes, pensando quizá que los periodistas disponemos de información privilegiada que no aparece en nuestros artículos.

Pues como decía el miércoles Mariano Rajoy en lo de Carlos Herrera, «dentro de un orden y por lo tanto en equilibrio, gracias».

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Lo decíamos ayer. El mejor escenario posible para Pedro Sánchez nos conduce a un escenario similar a 2016. Es decir, a segundas elecciones.

Con una salvedad. En 2016 todavía existía el PSOE. Y en 2016 el PSOE forzó a su secretario general a dimitir para evitar la ingobernabilidad del país.

Pero en 2023 el PSOE no tiene ya esa fuerza. Si Pedro Sánchez consigue un resultado que le haga imposible a Alberto Núñez Feijóo formar gobierno, pero que también se lo ponga casi imposible a él (el mejor de los escenarios posibles que maneja hoy la Moncloa), iremos a segundas elecciones.

Recuerden que sobre la piedra del «no es no» construyó Sánchez su iglesia.

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En 2016 ni siquiera existía Vox y el «no es no» se convirtió en el ideal aspiracional de esa izquierda que luego, en 2019, le cantaba a Pedro Sánchez aquello de «con Rivera no» para evitar la entrada de la «extrema derecha» en el gobierno. El progresismo siempre ha sido un devoto de la épica del resistencialismo contra apocalipsis imaginarios que sólo existen en su cabeza.

Si la izquierda española no estaba dispuesta entonces a compartir la gobernabilidad con el centro liberal más moderado que ha habido en España en 45 años, el de Ciudadanos, ¿que creen que ocurriría ahora con un Vox en 25-40 escaños y Buxadé al mando de un partido de extrema derecha real?

«¡O Otegi o el caos!» podrán cantarle los votantes socialistas a Sánchez la noche del 23 de julio frente a Ferraz. Y es probable que obtengamos las dos cosas. Apunten esto en su agenda si Feijóo no llega a los 150 escaños.

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En este juego de gallinas que se dibuja en el horizonte si los mejores augurios para el PSOE se cumplen (el primero en frenar mientras conduce a toda velocidad hacia el barranco pierde), Feijóo tiene todas las de perder frente a Sánchez. Porque si uno de los dos grandes partidos españoles debe ceder para que España no caiga en el caos de la ingobernabilidad, ese será el PP.

Aunque también cabe la posibilidad, como en Rebelde sin causa, de que a uno de los dos competidores se le enganche la manga de la cazadora en la puerta y acabe despeñándose por el acantilado. La pregunta es quién será Jim Stark y quién el desgraciado Buzz Gunderson en esta versión de la película.

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Por suerte para los españoles, no estamos todavía en ese escenario. Otra cosa diferente es que veamos señales de él en cualquier rincón.

Un leve repunte en los sondeos del 0,5% para el PSOE (a costa de Sumar) sirve para clamar «¡todavía hay partido!».

Si Feijóo no llega a los 150 (viniendo de los 89), se dice «¡la campaña de Feijóo está fracasando con estrépito!».

Si Vox no llega a los 30 diputados (tenía 52), se asume sin mayor sorpresa que esos 22 escaños se pierden en el éter y sin recalar en el PP. Pero cada escaño que pierde Sumar redunda en cuatro o cinco para el PSOE.

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El relato que se ha impuesto es el siguiente. Cualquier cosa que no sea el peor de los escenarios posibles para el PSOE (entre 80 y 90 escaños) será una victoria arrolladora para Sánchez. Cualquier cosa que no sea el mejor de los escenarios posibles para el PP (160-165 escaños) será una derrota humillante para Feijóo.

Es probable, así, que la noche del 23 de julio, y con un PP con 30 o 40 escaños más que el PSOE, el análisis sea «Sánchez sobrevive y Feijóo se estrella en las urnas».

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Les voy a contar una interioridad. El viernes por la noche, pocas horas después de la presentación del programa electoral del PSOE, el sanedrín de EL ESPAÑOL decidió que el editorial del sábado debía ser un análisis de las 5 mejores y las 5 peores medidas propuestas por el PSOE.

Un servidor, genéticamente desconfiado respecto a las bondades del progresismo (y de cualquier otro redentorismo que se ampare en esas buenas intenciones con las que Satán alicató el infierno), dedujo que iba a ser muy fácil encontrar las cinco segundas y extraordinariamente difícil encontrar las cinco primeras.

¡El peor vaticinio de mi vida!

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A las 00:00 de la madrugada, y quemando las pestañas en el intento, todavía no había dado con las cinco negativas. Porque ¿quién no va a estar de acuerdo con generalidades como «la defensa de la igualdad a escala global e internacional» (aparentemente lo global y lo internacional son dos cosas diferentes), «una salud mental universal, pública y de calidad» o «educación de calidad, hambre cero, salud y bienestar»? ¿Qué monstruo no quiere eso? ¿Cómo oponerse al BIEN y a la CALIDAD?

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Por supuesto, como ocurre con la Agenda 2030, otra colección de vacuidades para galas benéficas de a 5.000 euros el cubierto, el diablo está en los detalles. ¿Cómo pretende usted conseguir eso, caballero? ¿Cuánto me va a costar y quién lo va a pagar? ¿En qué punto exacto de este sendero hacia el paraíso los ciudadanos nos convertimos en siervos del Estado?

Y ahí, el programa del PSOE hace un extraordinario trabajo de ocultación. «A ver con qué abren los diarios mañana» pensaba yo la madrugada del viernes. «A ver cómo logran extraer una gota de zumo de este destilado de vapor de agua sin H, sin 2 y sin O».

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Y, efectivamente, esté sábado todos los diarios hablaban de lo que el programa del PSOE no decía en vez de lo que decía. Ninguna referencia con contenido real al cambio de postura respecto al Sáhara, a la mesa de diálogo con los independentistas, a los peajes por carretera, a la futura política de alianzas de Sánchez, a la política lingüística en las comunidades nacionalistas, al futuro de Carles Puigdemont, al reparto de los fondos de la UE, a la ley trans, a la del ‘sí es sí,’, a la de vivienda, a la de memoria democrática, al futuro de la monarquía, a Ceuta y Melilla, a Argelia o a la fuga de empresas y profesionales de éxito de ese infierno fiscal conocido como «la España del bienestar».

Y, por supuesto, ninguna referencia a la extraordinaria incapacidad de nuestra economía y de nuestro mercado laboral para situarse a la par del resto de países de la UE.

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En cualquier caso, sepan ustedes que la Moncloa está convencida de que esta campaña, como todas las del futuro, va a ser decidida por las apariencias y no por el programa. Y de ahí la desidia (272 páginas de oquedades macabeas) con la que está escrito el del PSOE. La batalla está hoy en otros escenarios. Permanezcan atentos a sus pantallas porque el soma es hoy catódico.

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Albert Rivera me dijo una vez que las elecciones las gana el que tiene más ganas de ganarlas. Hablaba Rivera de 2019, cuando el que más ganas tuvo fue Sánchez, pero me pregunto si la lección es aplicable también a 2023.

¿Quién creen que tiene más ganas de ganar estas elecciones? ¿Sánchez o Feijóo?

Anteriores entregas de Maldades en campaña:

Día 1: Empieza fuerte la campaña: Yolanda propone amordazar a los medios

Día 2: El mejor escenario para Sánchez nos conduce a segundas elecciones