No hay espacios compartidos, sólo mundos paralelos. El acuerdo no es ya una cuestión de ideologías, sino de tecnologías. Y no nos estamos dando cuenta.
El 25 de septiembre de 2020, el entonces ministro Manuel Castells, en la Comisión de Ciencia, Innovación y Universidades del Congreso, en la que yo estaba, hizo unas apocalípticas declaraciones: “El mundo está en peligro, el mundo tal y como lo hemos conocido. No digo que se acabe (el mundo), pero este mundo sí, este mundo se acaba, este mundo que hemos vivido se acaba. Y habrá otro mundo que está gestándose y renaciendo».
Con independencia de su labor en el Ejecutivo, la verdad es que sus comparecencias eran joyas. Cada vez que hablaba, subía el pan. Nadie daba tanta munición en tan poco tiempo, no solo a la oposición sino también a la prensa. La visión de Castells ocupó portadas, informativos y tertulias de radio. Fue objeto de sorna en medios y redes sociales. Wyoming, incluso, aprovechó el potencial de la frase y creó un remix para las discotecas. «Este mundo se acaba, este mundo sí. Este, este, este mundo, este, este, este sí». Pueden encontrarlo todavía en internet. Año y medio después, no saben cómo me estoy acordando de Castells. La terrible infamia de la guerra de Ucrania me lo ha recordado. Pero no solo.
He impartido estos días las clases sobre la Sociedad de la Información: treinta horas. Hacía mucho que no compartía tanto tiempo de docencia regular con los más jóvenes de la titulación de Publicidad. Mis alumnos son la generación del “bachillerato virtual”, esa que en 2019/20 estudió on-line y que en 2020/21 no pudo preparar presencialmente la EBAU por limitaciones de la pandemia. La primera promoción que nos llega a la Universidad tras sufrir brutalmente la hiperdigitalización de la educación.
Créanme, conocer la percepción de la vida de estos chicos y chicas de dieciocho-diecinueve años, en el marco de una materia en la que hablamos de globalización, consumo de medios y experiencia con la realidad (física y virtual), ha sido todo un aprendizaje (para mí y confío que también para ellos). Les explico.
Ni uno me dijo escuchar noticias en radio, solo 6 afirmaron leer prensa (por supuesto, digital) y apenas 17 confesaron informarse por la televisión
Como desde hace 20 años, comencé preguntando qué vías y fuentes de acceso para el conocimiento de la actualidad usan habitualmente. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que de los 260 jóvenes matriculados, ni uno me dijo escuchar noticias en radio, solo 6 afirmaron leer prensa (por supuesto, digital) y apenas 17 confesaron informarse por la televisión. Sin embargo, curiosamente la mayoría dice “manejar información suficiente para tomar decisiones” y, en general, “estar informado sobre lo que pasa en el mundo”.
¿De dónde y cómo reciben noticias los jóvenes, una clave esencial para entender la realidad? Pues la mitad (al menos en mi clase) de ninguna parte. Es más, lo que nosotros entendemos como “vida pública” no les interesa en absoluto. ¿Para qué? La clase política les parece perfectamente prescindible y no creen en unas instituciones que no solucionan problemas.
De la otra mitad, un 25% acude diariamente a Twitter (ojo, solo a las “tendencias”), el 16% a Google o a Instagram y el 10% a Tik-Tok. Tengan todos ustedes claro que Facebook para ellos es “de abuelos”. Lo mollar de la cuestión es que estos jóvenes afirman “estar más informados que sus mayores” y piensan que “su generación sabe mucho más sobre la de sus padres que a la inversa”.
Me surgen a bote pronto dos dilemas. El primero, cuando hablamos de “información útil para tomar decisiones”, ¿estamos refiriéndonos, ellos y nosotros, a lo mismo? Una de las cuestiones que me impacta es la dificultad que encuentran para diferenciar hechos y opiniones. Otra, que ellos mismos identifican la desinformación y la opacidad como riesgos actuales importantes.
Y añado yo que, además, con la degradación progresiva de la educación, hemos ido aniquilando su posibilidad de acceso a eso que nosotros entendemos por conocimiento.
La segunda es que ignoro si, ciertamente, están tan puestos como creen en “nuestra realidad”. Pero lo que sí sé es que la mayoría de nosotros no estamos puestos en la suya y no manejamos ni sus códigos, ni sus referentes ni sus fuentes. Ellos me miran ojipláticos cuando les hablo de Claves de la razón práctica, Bachelet o Jorge Bustos; y yo les miro ojiplática a ellos cuando me explican lo que hacen en Discord, BeReal o Tumblir y cuando me cuentan quién es Morad o FatalRagnarok.
En su libro Pulgarcita, Michel Serres escribe que los jóvenes “no habitan el mismo tiempo/…/ están formateados por unos medios desde los que hemos destruido su ya de por sí disminuido intervalo de atención, a base de reducir la duración de las imágenes a siete segundos y el tiempo de respuesta a quince”. Y, añado yo que, además, con la degradación progresiva de la educación, hemos ido aniquilando su posibilidad de acceso a eso que nosotros entendemos por conocimiento.
Bauman apunta que nos estremecemos al recordar tiempos “en los que se favorecía la reflexión, se exigía paciencia y se invocaban cosas como la concentración mental y los fines a largo plazo”
No es una simple cuestión generacional. Los jóvenes hoy no tienen la misma cabeza que nosotros porque la tecnología les ha moldeado de manera diferente. Acceden al mundo que les hemos creado, y que se han encontrado hecho, con fórmulas distintas a las nuestras (no sé si mejores o peores). Analizan, sintetizan y piensan de otra forma. Hoy, estos chicos y chicas estarán conociendo lo que pasa con la guerra en Ucrania, o con la crisis del PP, no mediante portadas de periódicos o columnas como estas, sino mediante agregadores de noticias o síntesis como las de ac2alityespanol o noticiasilustradas, “en un minuto” o “a toda leche”. ¿Sabían ustedes, ni siquiera, que existen?
En su libro Maldad líquida, Bauman apunta que nos estremecemos al recordar tiempos “en los que se favorecía la reflexión, se exigía paciencia y se invocaban cosas como la concentración mental y los fines a largo plazo”. Añade que aquellos tiempos “son para los jóvenes un país extranjero, aunque ni siquiera el concepto extranjero significa para los internautas de nacimiento y de derecho lo mismo que para nosotros”.
Las nuevas tecnologías han generado unos nuevos individuos en una nueva era. Una era que los expertos denominan de “efectos mínimos” de la comunicación social. Con la fragmentación de las audiencias, la función de la transmisión del legado cultural y de la creación del consenso que los medios han tenido mucho tiempo se ha roto. No hay espacios compartidos, sólo mundos paralelos. El acuerdo no es ya una cuestión de ideologías, sino de tecnologías. Y no nos estamos dando cuenta.
La vida ha cambiado tanto que, como dice Serres, “los jóvenes deben reinventar todo: una manera de vivir juntos, instituciones, una manera de ser y de conocer…”. Este mundo no se acaba, no. Este mundo se ha acabado. Y el que viene yo no sé si es mejor o peor que el que los adultos construimos. Lo que sé es que es distinto. Castells no fue un buen ministro, pero sí fue un buen profeta.