Jon Juaristi-ABC

  • Los análisis sociológicos o económicos no sirven ya para explicar la división entre derechas e izquierdas

José María de Lizana, marqués de Casa-Torre (1843-1911), fue un político liberal vizcaíno de la Restauración que tuvo el cuajo de reconocer que, en las guerras civiles españolas del siglo XIX, el carlismo representó a los campesinos pobres y a los viejos hidalgos arruinados por el desplome de las rentas rurales, mientras los liberales defendieron siempre los intereses de los ricos. Más o menos es lo mismo que dijo Marx sobre las crisis del Antiguo Régimen en general y sobre las guerras civiles españolas en particular. Ambos, Lizana y Marx, se mostraron partidarios incondicionales de los burgueses ricos frente a los paletos pobres (si alguien no lo cree, que lea el ‘Manifiesto Comunista’, ese panfleto edificante que tanto le pone a la vicepresidenta asimismo comunista del Gobierno de Sánchez).

Consecuente con esta tradición del pijerío revolucionario, Manuela Carmena sostiene que el voto de la izquierda viene de los intelectuales urbanitas y, el de la derecha, de los paletos analfabetos. Sin embargo, lo que fue cierto hasta las elecciones legislativas de febrero de 1936 ha ido cambiando desde entonces. La gran mayoría de los descendientes de los campesinos pobres y analfabetos de 1936 pertenecen hoy a la población urbana más o menos alfabetizada que vota a la derecha, al menos en Madrid, y es que la nación, cuando funciona, convierte a todos los ciudadanos en clérigos, como decía Ernst Gellner, un tipo muy sabio. Cuando no funciona, cuando se queda en nacionalismo, vuelve paletos a sus intelectuales urbanitas, como pasa hoy en Bilbao y Barcelona. O sea, al contrario que en tiempos de Marx y Lizana.

Pero los análisis en términos sociológicos o económicos ya no sirven para explicar la división del voto en derecha/izquierda. Hoy, a la derecha, la vota uno por miedo, por temer «con recelo/ perder lo que estuviere poseyendo» (Garcilaso de la Vega, ‘Égloga Primera’, verso 152, primera manifestación poética española del sentimiento de derecha), y, a la izquierda, por todo lo contrario: es decir, «por la desordenada codicia de los bienes ajenos».

Hija de tenderos, Carmena cree necesario montarse teorías para explicar algo tan sencillamente pasional. La vicepresidenta comunista, que viene del sindicalismo chupóptero, va de mucho más holgada, y no le importa que los testimonios documentales de su participación entusiasta y jaleante en la manifestación del 8 de marzo de 2020 desmientan sus quejas, como de Casandra sobrevenida, de que, cuando advirtió a sus coleguillas del Gobierno de lo que iba a pasar, nadie le hizo caso. Como buena comunista originaria carece de los escrúpulos horteras de Carmena. La verdad no es la adecuación de juicio y realidad, sino lo que en cada momento favorezca tus planes (en este caso, culpar exclusivamente al PSOE de los miles de muertes por Covid que dicha manifestación trajo consigo). En fin, dos ‘estereotipas’ muy típicas de la izquierda.