Tonia Etxarri-El Correo
No le salió bien el plan a Pedro Sánchez. Ha fracasado en su idea de formar un gobierno progresista, pero en solitario, después de una negociación librada a toda prisa en los minutos de prórroga con los que hasta ahora eran considerados sus «socios preferentes». Quería un gobierno monocolor sin ser consciente de la mayoría tan precaria con la que cuenta en el Congreso: 123 escaños (más uno, el del Partido Regionalista de Cantabria) de los 350 que componen el hemiciclo. De hecho, ha actuado, y así se presentó ante sus señorías, como si las urnas le hubieran dado mayoría absoluta. Si en alguna consideración coincidieron la mayoría de portavoces parlamentarios, en la fallida sesión de investidura, fue en afearle su arrogancia y actitud despectiva hacia, incluso, los interlocutores a los que necesitaba. «La soberbia le está matando», le afeaba la representante canaria (autodefinida ahora como «nacionalista canaria») Ana Oramas. Puede ser que haya sido esa arrogancia suya la que explique por qué no ha habido intercambio de pareceres o intentos de negociación en estos casi tres meses de margen desde que se celebraron las elecciones generales. No ha sido respetuoso con los votantes de las opciones de centro derecha. Pero tampoco con el socio a quien, en teoría, debía de cortejar para ganarse su apoyo en la investidura, Pablo Iglesias. Al final, en 48 horas, una negociación atropellada entre socialistas y Podemos ha dado al traste con ese gobierno progresista que se había autoimpuesto como ‘misión’ liderar la segunda Transición.
Pedro Sánchez pretendía que el centro derecha se apartase a un lado, sin molestar. Para facilitarle un gobierno que más tarde o más temprano terminaría por necesitar a los populistas. Se equivocó al vetar a su líder. Porque, a partir de ese movimiento mal calculado, se ha visto a una izquierda torpe y ambiciosa, incapaz de llegar a un acuerdo para gobernar España con el sello progresista. Pablo Iglesias reivindicaba una cuota de poder en el gobierno proporcional a sus resultados. Y a Sánchez, la idea de tenerlo de ‘comisario’ en Moncloa, le producía pánico.
Los demás interlocutores parlamentarios, antiguos aliados de Sánchez, prefirieron no favorecer su investidura. Los socios de la moción de censura contra Rajoy han vivido mejor durante estos meses. Pero, una vez liberados de su obsesión contra la derecha, han sido incapaces de ponerse de acuerdo para liderar el país. El PNV estaba deseando que hubiera gobierno de izquierdas. Este Gobierno. Porque saben que no van a encontrar a otro presidente tan permeable. Pero, al final, los nacionalistas también prefirieron refugiarse en la abstención.
¿Y ahora, qué? Después de este clima de desconfianza y reproches mutuos entre Pedro y Pablo no parece que haya poso para reintentar un pacto de gobierno. Cuando Sánchez firmó su pacto de investidura con Albert Rivera, en el año 2016, presentaron un programa. Nada de nombres. Ni carteras. Ahora ha sido lo contrario. Socialistas y podemitas reconocen que no han tenido problemas de contenido sino de ministerios. Vaya espectáculo. Los reproches de ayer sonaban al inicio de una nueva campaña electoral desde el mismo Congreso. Quedan dos meses para saber si volvemos a las urnas. Lo que parece claro es que Sánchez, que abandonó su escaño para no abstenerse en la investidura de Rajoy, ha dejado una imagen de incapacidad para la interlocución. Con esa minoría parlamentaria no se puede ser tan arrogante.