Isabel San Sebastián-ABC
¿Cuántos plazos podrá pagar Sánchez a sus extorsionadores de ERC y Bildu sin poner patas arriba el Estado de Derecho?
Salvo que, por milagro, algún diputado socialista o acaso el de Teruel Existe sufran un ataque de dignidad previo a la sesión parlamentaria de mañana martes, Pedro Sánchez será investido presidente del Gobierno con la mayoría más exigua de la historia democrática, alcanzada previo pacto de sumisión a Esquerra Republicana de Cataluña y Bildu. ¡Bonito timbre de gloria para el estandarte del puño y la rosa! El partido de Felipe González y Alfonso Guerra, el de Juan Carlos Rodríguez Ibarra y José Bono, el de Emiliano García-Page, Javier Lambán o Guillermo Fernández Vara, por mencionar únicamente a los vivos, aupado hasta La Moncloa por los herederos de una banda terrorista que asesinó a muchos de los suyos, unidos en comandita al más rancio independentismo supremacista catalán. Y tienen la desfachatez de llamarlo «progresismo». ¿Quién progresa con este engendro más allá de Rufián, Junqueras, Otegui, la apologeta de etarras Aizpurua y por supuesto el matrimonio Iglesias-Montero, que camina unido hacia la obtención de sendos ministerios sin el menor signo de rubor? No será España, desde luego, amenazada por las exigencias de estas fuerzas cuya razón de ser es destruirla, desgajando del conjunto a dos de sus regiones más ricas. Tampoco los ciudadanos españoles, cuya igualdad de derechos y oportunidades choca frontalmente con las pretensiones de esas formaciones nacidas para reivindicar privilegios y rasgos identitarios. Ninguno de los valores tradicionalmente defendidos por el socialismo sale reforzado de un pacto logrado a costa de agachar el testuz ante grupos que, por su naturaleza, ideario e historial serían ilegales en muchas democracias consolidadas de nuestro entorno. Los únicos beneficiarios del mismo son los citados chantajistas, que jamás soñaron con llegar a tanto, y el propio Sánchez… de momento.
El líder socialista se dispone a tocar el cielo, pero su éxito será efímero. No hace falta una bola de cristal para vaticinarlo. Basta haber asistido al debate de investidura y escuchado la sarta de barbaridades que engulló, sin rechistar, en su afán por alcanzar el poder a cualquier precio. Amenazas explícitas y descalificaciones personales de Rufián, ofensas al Rey, a la Justicia y a la Nación de Aizpurua. Desprecio escupido a su rostro con infinita chulería, soportado por su bancada en actitud de humillación absoluta. ¿Hasta cuándo será capaz de tragarse el PSOE esa mercancía pútrida? ¿Cuántos plazos podrá pagar a sus extorsionadores? Sin poner patas arriba el Estado de Derecho, no muchos. Sánchez será investido, pero no conseguirá gobernar, salvo que se embarque en un proceso revolucionario. El apaciguamiento es pan para hoy y hambre para mañana.
En esto consistía el «proceso» que puso en marcha Zapatero, asignándole el apellido falsario de «paz». Una enmienda en toda regla al régimen del 78. La voladura de la España constitucional, del imperio de la Ley, que a decir del candidato ya no basta para defender el sistema democrático, de la Monarquía, impunemente atacada desde la tribuna del Congreso con el aval de su presidenta, y de la soberanía nacional de los españoles, fraccionada por comunidades autónomas con la aceptación de «consultas» impuestas por los separatistas. La liquidación de todos los consensos que nos han brindado los años de mayor prosperidad de nuestra historia. Ese es el plan de la coalición que ha encumbrado a Pedro Sánchez y por eso ha contado su Frankenstein con el respaldo de Bildu y ERC. Está por ver ahora hasta dónde se atreve a llegar el socialista en sus ataques a la Carta Magna y cuánto margen de actuación le dejan los indeseables que le acompañan.