Ignacio Camacho-ABC
- La vacunación está organizada como una cartilla de racionamiento. Donde hay monopolio siempre surge el mercado negro
Raro iba a ser que no hubiese tráfico de influencias con la vacuna en el país que inventó el estraperlo. (Para no entretenernos: los alcaldes y funcionarios ventajistas han de dimitir de inmediato como ese consejero de Murcia que además tenía enchufada a su esposa en el mismo departamento, siguiendo el acreditado ejemplo de Pablo Iglesias con Irene Montero). Pero este prurito pícaro, tan español, de saltarse la cola con cualquier pretexto es posible porque la campaña de vacunación está organizada como una cartilla de racionamiento, al ritmo premioso que marcan la insuficiencia logística y la incompetencia operativa del Gobierno. Como siempre, la propaganda diseñó expectativas triunfales desacompasadas con la realidad de un proceso demasiado complejo para la esclerótica estructura
de un Ministerio hueco, incapaz de cumplir su propio calendario y cerrado en banda a echar mano de apoyos externos. Donde hay monopolio, y por ende ineficaz, surge siempre un mercado negro para la búsqueda irregular de privilegios.
Sólo el prejuicio ideológico impide que el Estado acelere la inmunización mediante el recurso al sector privado. Entre las mutuas clínicas, las laborales y las farmacias hay un ejército de veinte mil profesionales sanitarios que pueden solucionar el atasco prestando un servicio ágil, cercano y rápido. Y luego está el Ejército propiamente dicho, cuya ayuda suscita amplia confianza en los ciudadanos, al que el Ejecutivo no moviliza por no despertar reticencias en Cataluña y el País Vasco. Toda esa fuerza de trabajo está desperdiciada, cruzada de brazos en un momento especialmente dramático, cuando la atención primaria vive un caos y se acerca de nuevo el fantasma del implacable triaje hospitalario. Y en ese desdén de trasfondo puramente sectario hay mucho más motivo de escándalo que en el episódico aunque irritante abuso de unos cuantos altos cargos.
Existe en los últimos días en el ámbito médico una verosímil sospecha: la de que la administración lenta de la vacuna responde a la intención de no agotar las dosis disponibles antes de que sean repuestas. La posibilidad de un parón por falta de existencias desnudaría el cartón de las promesas inciertas y crearía una situación antipática: la de cómo mantener las expectativas creadas con la exhibición publicitaria de unas cajas con el logotipo del Gobierno de España. En cualquier caso los aprovechateguis ofrecen en estas circunstancias una apreciable distracción política y mediática; los hambrientos leones de la opinión pública necesitan carnaza y los oportunistas despiertan una aversión social generalizada. Pero por mucho que nos entretengamos lapidando epígonos de la vieja, recurrente tradición picaresca, la realidad epidemiológica es terca: sólo una parte mínima, casi insignificante, de la población estará inmunizada en primavera. Y entonces a ver a quién le tiramos la piedra.