Jon Juaristi-ABC
- Dotarse de una verdadera estrategia requiere reconocer que tienes un enemigo que busca tu destrucción
El Diccionario de la RAE define la voz estratagema, que viene del griego estrategos («general de un ejército»), como «ardid de guerra». O sea, como operación militar que se realiza para engañar al enemigo. El más vulnerable a una estratagema es quien no se sabe en una situación de guerra ni reconoce al enemigo como tal. La invasión napoleónica de 1808, pongamos por caso, comenzó con una estratagema. Los franceses pretendían que su objetivo era sólo atravesar España, país aliado, para atacar a Portugal, país enemigo. No encontraron resistencia alguna hasta que ocuparon Madrid y secuestraron a la familia real.
El problema de la derecha española es su resistencia a reconocer que la izquierda le está haciendo la guerra, y por eso tropieza una y otra vez con las estratagemas que esta le arma y cae en las emboscadas que le tiende. Hace veinte años, al comienzo de la segunda legislatura de Aznar, el PSOE de Rodríguez Zapatero decidió que era hora ya de resucitar la guerra civil perdida en 1939 para ganarla al segundo intento. La nueva estrategia exigía presentar al gobierno del PP como continuidad del franquismo. Su estratagema básica en aquella primera fase fue la apelación a la memoria histórica, a fin de que la derecha en su conjunto reaccionase como franquista o, al menos, neofranquista beligerante. Lo consiguió sin gran esfuerzo y pudo así movilizar contra el gobierno de Aznar a una gran parte de la población aterrada por los atentados del 11-M, cuya responsabilidad endosó a una derecha previamente estigmatizada como fascista. Sobra decir que contó con el concurso entusiasta de los comunistas y de los secesionistas, que nunca habían dejado de considerarse en guerra contra el Estado, «burgués» para unos y «español» a secas para otros.
Y en esas seguimos. La estrategia no ha variado, pero la derecha sigue sin enterarse. Cree que, como mucho, se enfrenta a un acoso político. Para la derecha, la política es la negación de la guerra. Para la izquierda, por el contrario, supone la continuación de la guerra por los medios que estime convenientes. El fundamento táctico de la estrategia de la izquierda consiste en persuadir al enemigo de que no está haciéndole la guerra sino una mera oposición política que no excluye la cooperación en tiempos de emergencia. A tal fin respondió, el pasado jueves, la monserga del presidente de la flamante Comisión de Reconstrucción sobre la función salvífica de la política. Patxi López viene muy bien para este tipo de maniobras. No hay que olvidar que fue la pieza de la que se valió en su día Rodríguez Zapatero para quitarse de en medio a Nicolás Redondo Terreros, obstáculo principal para la aproximación del PSOE a ETA, que ha culminado hace unos días en el pacto del gobierno socialcomunista con Bildu.
Pese a sus crispaciones retóricas, la derecha se resiste a ver lo que pasa ante sus ojos. El estupor y la indignación le impiden pasar del mero pataleo ante la desfachatez y la arbitrariedad del Gobierno sanchista, que abusa alegremente de la provocación y del cinismo proclamando que, de la catástrofe presente, «salimos más fuertes» (ellos, no España). La derecha parlamentaria tiene varias estupendas oradoras, pero carece de analistas perspicaces. Afirmar, por ejemplo, que Podemos quiere destruir el Estado es una melonada. ¿A santo de que iban a querer los chavistas españoles privarse del arma fundamental que controlan y emplean a su antojo para ganar la guerra civil? Lo que quieren destruir el PSOE y UP es la derecha, no el Estado. Como mucho, lo purgarán de gente incómoda para sus propósitos, sean abogados del ídem o guardias civiles. A ver si aprendemos.