Juan Carlos Viloria-El Correo

  • La obsesión mediática de dibujar el país de las maravillas acaba proyectando el efecto contrario

En los manuales de comunicación política se contemplan variadas fórmulas para llegar a la opinión pública e imponer el relato gubernamental y, otras tantas, para esquivar los acontecimientos imprevistos y desviar la atención del público en la dirección que más conviene al líder. A veces el silencio y la discreción son la mejor manera de dejar que el tiempo borre las malas noticias de las portadas de los medios. Otras, la mejor defensa es un buen ataque. Y luego está la estrategia de saturación mediática. Pedro Sánchez cabalgando sobre sus contradicciones, en lugar de dejar al PSOE afrontar estas elecciones locales con la autonomía que corresponde a la tarea de rendir cuentas de su gestión autonómica y municipal de cuatro años, ha optado por apropiarse de la campaña. Si el sanchismo se consideraba un lastre para las siglas centenarias, el presidente subió la apuesta. «Y dos huevos duros», que diría Groucho.

La estrategia de saturación mediática consiste en multiplicarse en todos los eventos, actos, foros, entrevistas, vídeos, plasmas, hasta el límite de lo que el elector puede asimilar. Si no queréis sanchismo, taza y media. Los más perspicaces intuyen que los asesores mediáticos de la Moncloa han pretendido aprovechar la campaña en la que teóricamente su jefe no se juega el poder, sino el de sus barones. Optaron por hacer un listado de promesas asociadas con la gestión administrativa del poder. Una vez fracasado aquel programa de vídeos con pensionistas, jóvenes, mujeres, casualmente tropezados con Pedro, el equipo ha optado por hacer de Sánchez un gran gestor y un político preocupado por la vivienda, el cine, el turismo ferroviario, y las cosas de comer. Datos, estadísticas, fijos discontinuos, fondos europeos, Doñana; la economía mejora, los alquileres bajan, España influye en el mundo, Biden nos recibe, somos la envidia de Europa. Ahora que estamos tan preocupados por la sequía esta campaña de promesas, invitaciones, compromisos, viene a ser como el riego por inundación. Ahora que sus compañeros de partido querían que aflorase la sigla socialista por encima del líder y guía, Sánchez se convierte en el mayor impulsor del sanchismo.

Pero la teoría de la comunicación política también advierte de que la saturación mediática de dibujar un país de las maravillas, acaba proyectando justamente el efecto contrario. Y con tamaña exposición no ha podido esquivar el caso de las listas de Bildu, que ha actuado como un disolvente de todo el trabajo de semanas. Y ha dejado al presidente justo donde no quería. Asociado a herederos de ETA, independentistas, y socios varios de su cuatrienio en Moncloa.