Ignacio Camacho-ABC
- El conflicto de Madrid, con su caos de seguridad jurídica, es una obra maestra de incompetencia autodestructiva
Una sociedad o un país pueden hacerse daño a sí mismos de muchas maneras, voluntarias o no, pero el debate sobre el confinamiento de Madrid es una obra maestra de incompetencia autodestructiva en la resolución (?) de problemas. No sólo no hay entre los protagonistas de ese estúpido pulso de poder nadie que parezca haberse dado cuenta del coste sanitario, económico y reputacional que su siniestro juego tiene para la nación entera, sino que los dirigentes de ambos bandos están encantados de su estrategia. Sánchez porque ha decidido usar el Covid como ariete con el que derribar -él diría «derrocar»- a la presidenta del bastión simbólico de la derecha; Ayuso porque piensa, no se sabe si con el respaldo de Casado, que la oposición a esa ofensiva sectaria puede convertirla en la heroína de la resistencia. Y mientras todos ellos y sus respectivos hooligans se enredan en una confrontación tan irresponsable como majadera, los madrileños se sienten rehenes en medio de una emergencia, el corazón logístico y productivo de España se bloquea y una crisis perfectamente evitable proyecta en el exterior la imagen de un Estado incapaz de hacer frente a la pandemia, atrapado en una incomprensible disputa de competencias y desprovisto de la seguridad jurídica mínima para garantizar los derechos de personas y empresas. Todo eso en medio de una hecatombe social de desempleo y pobreza, de un recurrente conflicto de independencia y de un ataque a la Corona desde el propio Ejecutivo de izquierdas: el estereotipo del fracaso institucional con que nos etiqueta la opinión pública europea.
En el plano doméstico, el desafío entre la comunidad y el Gobierno provoca en el modelo autonómico un desbarajuste funcional que en la práctica lo revienta por dentro. Los intereses tácticos del sanchismo colman de privilegios a los nacionalistas y aprietan las tuercas al resto. Las cuadernas del sistema crujen porque el modelo de descentralización plantea dificultades y contradicciones que sólo es posible abordar desde la lealtad mutua y el consenso, virtudes políticas desdeñadas en una suicida deriva de enfrentamiento. El presidente naufragó al utilizar el estado de alarma como resorte de poder autoritario y ahora convierte su promesa de «cogobernanza» en mero papel mojado. Primero trató de exaltar su hiperliderazgo y luego de mutualizar las culpas del contagio. El resultado es que se ha cargado en siete meses un paradigma de actuación y su contrario; ahora ni siquiera da la cara y manda a subalternos a afrontar el caos que devora la capital del Estado. El estropicio es monumental: hay casi cinco de millones de ciudadanos en vilo, con su salud, su actividad cotidiana y su trabajo amenazados; el poder tropieza con los muebles constitucionales y la oposición cambia de criterio a bandazos. El virus desaparecerá algún día pero a ver quién levanta entonces este marasmo.