DIARIO VASCO, 19/2/12
Las distintas sensibilidades existentes en la Iglesia vasca pugnan por marcar la doctrina oficial en el proceso de pacificación
El Instituto Diocesano de Teología y Pastoral ilustra una convocatoria de esta misma semana en Euskadi sobre la reconciliación con la imagen de dos vías ferroviarias que tienden a juntarse. Ese es el propósito y el mandato de la sociedad vasca según se refleja, uno tras otro, en todos los sondeos de investigación que se publican periódicamente. Aunque siempre aparecen, también, matices y distintas sensibilidades. ¿Quién maniobra el cambio de agujas de la línea y con qué intensidad para que, llegado el momento y sin piedras en los raíles, todos viajen en el mismo tren? La Iglesia vasca aspira a participar en esa tarea y busca su hueco en una Euskadi sin ETA; pero, como ocurre en el propio tejido social, no tiene una doctrina uniforme y exhibe un discurso polifónico.
«La Iglesia tiene que ayudar a ensanchar el consenso mayoritario en lo relativo a la reconciliación pendiente. En este nuevo contexto sin violencia, ése es el único objetivo que puede justificar cualquier programa o iniciativa eclesial», resume un cualificado sacerdote vasco sobre el papel de esta institución en el proceso actual, tras el anuncio del cese definitivo de la violencia. En esa línea, los obispos de Euskadi han convocado una jornada de oración por la reconciliación para el próximo sábado, que se celebrará por separado en cada diócesis bajo el lema ‘Busca la paz y corre tras ella. Zorionekoak bakegileak’. Hace ahora once años, cerca de 50.000 personas se concentraron en Armentia, en Álava, convocados por la jerarquía, en unas circunstancias completamente distintas: en plena escalada del terrorismo, con el desánimo extendido en la ciudadanía vasca y con un discurso episcopal que se movía en coordenadas diferentes.
Aquella convocatoria fue la primera movilización conjunta de la Iglesia vasca en favor de la pacificación, tras iniciativas domésticas en cada territorio que se saldaron, en algún caso, con graves enfrentamientos entre fieles y radicales, fruto de la fuerte división sociopolítica que se vivía en el País Vasco. La misma ETA se refirió en un ‘zutabe’ a la jornada de Armentia para arremeter contra la jerarquía, a la que acusó de perder la neutralidad «en el conflicto». Dos años antes, el obispo Juan María Uriarte había realizado labores de mediación para conseguir una tregua y acercar la paz. Durante la última década, algunas personas de la Iglesia vasca han realizado gestiones discretas de uno y otro lado cuando se ha solicitado su apoyo, y miembros cualificados de la institución han mantenido ‘líneas calientes’ con los protagonistas del proceso. Joseba Segura, pieza importante en el engranaje y al que se ha querido traer a Euskadi para este momento crucial, seguirá tres años más en Ecuador fortaleciendo la red local de Cáritas.
El final de ETA llega ahora con un relevo generacional e ideológico en la cúpula de la Iglesia vasca, y con un clero que, de forma mayoritaria, ha vivido ese periodo convulso en la historia de Euskadi. Y con dos obispos eméritos, José María Setién y el propio Uriarte, sin mando en plaza pero con una actividad notoria en ese ámbito y -lo que es más importante- con influencia en la ‘intelligentsia’ eclesiástica y en determinadas elites culturales y políticas a través de su conexión a distintas terminales.
Discursos diferenciados
En este nuevo escenario afloran las distintas almas de la Iglesia vasca, con un debate soterrado sobre cuál debe ser la postura común. ¿Una reconciliación con memoria o sin memoria? «En la primera posición se sitúan quienes plantean la centralidad de las víctimas, la necesidad urgente del perdón y el reconocimiento del mal causado. En la segunda, con aspectos de la primera, se encuentran quienes abogan por suavizar las cosas, significando la necesidad de reconocer a todas las víctimas, todas las injusticias y todos los sufrimientos», resume un analista.
El propio lehendakari se ha incorporado al debate. En una entrevista al semanario ‘Vida Nueva’, Patxi López, que no acudirá el sábado a la convocatoria de los obispos, sostiene que «todo el trabajo se debe hacer desde la memoria y el reconocimiento a las víctimas. Algunos pretenden aprovechar el fin de la actividad de ETA para impulsar un ejercicio de amnesia colectiva. No lo podemos permitir y creo que la Iglesia tiene que ser firme en esta cuestión», reclama.
Ni siquiera es unívoco el discurso de los tres obispos actuales, que juegan en campos distintos, y en el que caben matices, en unas diócesis diferenciadas y autónomas para sus propios recorridos. «Cada cual se la juega con su ‘iglesia’», admite un observador. José Ignacio Munilla, prelado de San Sebastián, es el que más ha teorizado sobre esta cuestión, con un mensaje muy claro. «Tiene una personalidad más dialéctica, que se reafirma frente a otras, y actúa sin complejos, sin dejarse fagotizar por el ambiente», aseguran quienes le conocen. Munilla, que nunca se refiere a los presos salvo para admitir una justicia restaurativa, defiende que las víctimas «deben ocupar un lugar central en el camino hacia la paz y la reconciliación», y alerta de «la tentación de difuminar su memoria». Por eso rechaza que el discurso de los damnificados por el terrorismo, con cuyos representantes se ha reunido, sea «embarazoso» o «extemporáneo» y apoya su participación directa «como una garantía de la verdadera paz».
El obispo de San Sebastián se pregunta qué cabe esperar de la Iglesia en el momento presente y responde sin titubeos: «La mayor contribución es la llamada a la conversión, que incluye el arrepentimiento y la petición del perdón por los daños causados». Junto al arrepentimiento como parte fundamental de «los cimientos de la paz», rechaza las imágenes «idealizadas o románticas» sobre la violencia y concluye que ésta nada tiene que ver «con la valentía o el arrojo», sino con «la cobardía y el recelo». En cuanto a los instrumentos para este camino, enumera un catálogo seleccionado del Evangelio, centrado en la oración. Una propuesta que a los protagonistas directos del proceso actual se les queda muy corta. El discurso de Munilla es aplaudido por un sector de teólogos y profesores que, pese a encontrarse muy alejados o en las antípodas de su doctrina eclesial, valoran su postura sobre la pacificación.
Mario Iceta, que asume estos criterios, se muestra más contemporizador, «más político» en palabras de quienes han hablado con el obispo de Bilbao sobre esta cuestión. Y juega sus propias bazas abriendo pasillos a distintas sensibilidades y a la actuación de figuras notables de su ‘staff’. Como la de Ángel María Unzueta, vicario general y ‘número dos’ de la diócesis, que ha participado en encuentros de los grupos de contacto internacionales o en la Conferencia de San Sebastián. Unzueta también ha alimentado las marchas anuales por la paz o las jornadas en los colegios diocesanos. Iniciativas similares se han celebrado en las tres diócesis vascas.
Algunos creen que Iceta está muy marcado por la ‘vieja guardia’ de la diócesis, con influencia en organismos estratégicos y en la ‘sala de máquinas’ de la curia. El tema de la pacificación fue abordado en el último Consejo de Presbiterio, órgano que representa al clero, con una comisión permanente controlada por el Foro de Curas, crítico con algunas iniciativas del obispo, que se adelantó con su propia jornada por la paz en Gernika. Los sacerdotes vizcaínos escucharon como ponentes a Imanol Landa, director de Derechos Humanos en el Gobierno de Ibarretxe, y a Juan María Uriarte, una autoridad en asuntos de pacificación. Ambos coincidieron en que la Iglesia debe liderar la defensa de «todas» las víctimas de la violencia.
Pedir perdón
Fue una única sesión. El Consejo de Pastoral, órgano muy plural en el que también participan los propios fieles, va a abordar la cuestión de la reconciliación con varias sesiones, en las que participarán distintos ponentes. «Vamos a escuchar a todos», aseguran en el Obispado vizcaíno.
La pacificación es una cuestión en la que siempre se ha mojado monseñor Uriarte. La última vez, en octubre de 2011, en una conferencia en la Fundación Sabino Arana, en la que ya alertó de las «resistencias» a la reconciliación, un concepto que «genera sospecha y rechazo en zonas muy sensibles de nuestra sociedad». El obispo emérito de San Sebastián defiende como uno de los objetivos de la reconciliación que reconozca, repare y ayude a todas las víctimas, aunque reconoce que sería injusto «diluirlas en un magma indiferenciado». A su juicio, la restauración debe ser acompañada «con tacto, dedicación y sin intenciones ideológicas», y sostiene que a las víctimas «no les corresponde decidir una determinada política pacificadora, que es responsabilidad de los gobernantes, ni establecer las penas y la duración de su cumplimiento, tarea de los jueces».
El prelado pone el dedo en la llaga en una de las cuestiones capitales en el proceso actual: los presos. Uriarte, que siempre ha pedido el cese definitivo de la violencia terrorista de ETA, se refiere a la garantía de una política penitenciaria «más justa y humana». Reivindica una memoria crítica del pasado, «cuya reparación entraña valorarlo a la luz de la ética» y reclama desvelar todos los hechos lamentables. «No solo los que son lamentables para nosotros, sino también los que lo son para ‘los otros’». Un relato riguroso que esté abierto «a la memoria de todos».
Uriarte cree que es muy importante que el agresor pida perdón, pero reconoce que los muros levantados son «altos y recios» y las heridas padecidas son «hondas y graves, lo que dificulta una prematura invitación a perdonar. El obispo emérito es consciente de que pedir perdón «equivale a reconocer que uno ha estado gravemente equivocado al usar la violencia injusta, por lo que no resulta fácil deshacer todo ese entramado». Convencido de que el instrumento fundamental es el diálogo, cree que hay que ayudar al mundo cercano a ETA a desmontar su estructura. La izquierda abertzale tiene muy maduro ese debate, pero espera gestos del Gobierno -para algunos, ya están en adobo- antes de tomar alguna iniciativa. Iceta no sería ajeno a los movimientos que se fraguan en esa dirección para que el PP ‘mueva ficha’, apuntan algunas fuentes.
Seguidores de Uriarte
La ‘doctrina Uriarte’, que aplaza para más adelante «el tratamiento del contencioso político», coincide con las posiciones de otras instituciones que contribuyen a socializar su mensaje. Es el caso, por ejemplo, de Etikarte, una fundación registrada hace ahora un año, que preside monseñor Setién y que activa Pako Garmendia, catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto y ex director de Política Lingüística en el Gobierno de Garaikoetxea. Miembros de esta entidad como Patxi Meabe firman habitualmente artículos de opinión colectivos sobre las bases éticas de la pacificación. Meabe es miembro del Secretariado Social de la diócesis de San Sebastián, pero su actividad pública se realiza bajo el paraguas de Etikarte para no incomodar a Munilla. El jueves habló sobre esta cuestión en el Instituto Diocesano de Pastoral de Bilbao.
Otro de los ponentes anunciados en ese foro es Paul Ríos, protagonista cualificado del proceso de paz en la logística que ha rodeado a Brian Currin -católico, por cierto- y otros facilitadores internacionales. El responsable de Lokarri ha firmado un acuerdo con Baketik, la entidad que dirige Jonan Fernández -ex líder de Elkarri- en los aledaños del santuario franciscano de Arantzazu. Los textos de Fernández son utilizados como material de reflexión en comunidades cristianas -iluminó el encuentro por la paz de Eutsi Berrituz en Arantzazu- y en las diócesis vascas, incluida la de Vitoria.
El obispo Miguel Asurmendi está más cerca de Uriarte que de Munilla en este camino y aporta su experiencia sobre el corpus doctrinal del Episcopado vasco en esta materia. Pero el prelado alavés, un salesiano bonachón, prefiere mantenerse en una segunda línea, sin protagonismos y sin meterse en líos que perturben la recta final de su episcopado.
DIARIO VASCO, 19/2/12