Isabel San Sebastián-ABC

  • Nunca antes de Sánchez un dirigente español se rio del dolor de las víctimas escogiendo a sus verdugos por compañeros de viaje

ETA nació con el objetivo de quebrar la unidad de España y establecer en lo que ellos llaman ‘Euskal Herria’ una república comunista. (Recuerdo perfectamente el estupor de búlgaros o checos al oír esto cuando a comienzos de los noventa ellos pugnaban por salir de esos regímenes tomando como ejemplo la Transición española.) Durante cuatro décadas, especialmente sanguinarias coincidiendo con la vigencia de una democracia plena en nuestro país, sus miembros recurrieron a la violencia en aras de doblegar la voluntad popular e imponer su proyecto por la fuerza. Los asesinatos y secuestros eran el medio, no el fin perseguido por la banda, si bien la eliminación sistemática de agentes de la autoridad, adversarios políticos y analistas críticos facilitaba notablemente la tarea de allanar el camino a las urnas liquidando toda oposición. El terror era uno más de los métodos empleados para alcanzar su meta, que incluían y siguen incluyendo militancia partidista, actividad sindical, infiltración en organizaciones socioculturales, propaganda, etc. Lo importante era y sigue siendo romper la Nación para apropiarse de esa parte nuclear de nuestra patria común que son el País Vasco y Navarra… Y están muy cerca de conseguirlo. ETA no ha desaparecido; sigue existiendo. Ahora esas siglas engloban a Bildu, Sortu, Sare, Etxera y demás colectivos empeñados en rentabilizar políticamente todos y cada uno de los crímenes cometidos por los pistoleros, ensalzarlos presentándolos como héroes, reescribir la historia, tergiversándola de forma a convertir los tiros en la nuca o las bombas en ‘enfrentamientos’ entre grupos homologables e ir incrustando ese relato falsario en las mentes de los votantes hasta hacerse con el poder merced a esa mezcla perversa de mentira, intimidación y chantaje. Porque chantaje al Gobierno hay, a cara descubierta, sin que el presidente Sánchez se moleste en fingir siquiera un atisbo de resistencia. Una extorsión en toda regla, pagada con puntualidad, que lleva a Otegui a proclamar: «Queremos decidir todo aquí». O sea, imponer su dictadura.

ETA, como buena serpiente, solo ha mudado la piel. Pero bajo la nueva apariencia de formación respetable pervive la misma escoria de siempre. La que jamás ha torcido el gesto ante la sangre inocente. La que incuba un anhelo totalitario y liberticida cuya consecución no hace ascos a nada. La que ha dejado tras de sí un reguero atroz de víctimas que jamás se han cobrado venganza por las afrentas sufridas y únicamente reclaman memoria, dignidad y justicia. Ningún Gobierno ha reconocido el valor real de su sacrificio, aunque nunca habían padecido una humillación comparable a la actual. Nunca fue tan palmaria la desmemoria, la indignidad, la injusticia. Nunca antes de Pedro Sánchez un dirigente español escogió a sus verdugos por compañeros de viaje, escupió sobre sus tumbas y se rio de su dolor.