ETA ha vencido

LIBERTAD DIGITAL  11/12/14
JESÚS LAÍNZ

Los beneméritos Iñaki Arteta y Alfonso Galletero han vuelto a dar una bofetada a nuestras adormecidas conciencias con un tremendo e imprescindible documental sobre el trágico 1980, año en el que ETA alcanzó la cima de su infierno con noventa y tres asesinados en nombre de la Euskadi independiente. Tremendo porque recuerda a los olvidadizos e ingratos españoles el horror sembrado por una banda terrorista que llenó el País Vasco de sangre y miedo; e imprescindible porque sin tener presente aquella España de hace tres décadas no se puede entender la de hoy.

El documental no olvida nada: ni una sociedad vasca mayoritariamente indiferente cuando no encantada con el terrorismo; ni una complicidad de Francia sin la que aquella pesadilla no habría podido tener lugar; ni el obisparra Setién justificando la violencia etarra por la violación de los derechos nacionales de los vascos; ni los curas cómplices de los asesinos, y asesinos ellos mismos en muchas ocasiones; ni el papel de Arzalluz en la continuidad de ETA cuando algunos terroristas se plantearon disolverla; ni el infame trato dado a las víctimas por parte de los gobiernos nacionales; ni el igualmente infame proceder de una prensa vasca que trataba con complacencia a los etarras, jamás los llamaba «terroristas», y con desprecio a las víctimas -permitiéndose incluso alterar las esquelas sustituyendo el «vilmente asesinado» redactado por la familia por un “fallecido”-; ni las personas que fueron asesinadas tras ser acusadas por Interviú del tremendo delito de ser fachas.

Mención aparte merece la actitud de la izquierda española, fascinada hasta tal punto por la banda terrorista que perseveró en considerarla una estimable organización antifranquista aunque su actividad criminal se disparara precisamente tras la muerte de Franco. Pero como todo lo calificado como antifranquista era considerado democrático y por lo tanto bueno, los crímenes de ETA fueron celebrados por la mayoría de la izquierda española quizá hasta que el primer socialista cayó bajo las balas de la vanguardia de la lucha proletaria contra la dictadura. Entre todos los testimonios recogidos en la película destaca el de Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía de adscripción marxista que en aquellos años consideraba que ETA luchaba por la justicia nacional y social. Treinta años después, Arteta explica su arrepentimiento y su asombro por el hecho de que sus planteamientos ideológicos le hubieran convertido en –según sus propias palabras– «un desalmado» que no fue capaz de comprender su error intelectual y moral.

También resulta especialmente interesante el recuerdo de los beneficios, tanto personales por su intocabilidad como políticos por su monopolio social, obtenidos por los peneuvistas gracias a la existencia del brazo armado del nacionalismo. En palabras del dirigente jeltzale Ramón Labayen, «si desaparecía ETA nos machacaban desde Madrid» y «ETA fue la espada que nos protegía». Como muy certeramente explica el citado Aurelio Arteta, sin ETA el nacionalismo no habría funcionado; y, a pesar de los tópicos biempensantes, la violencia es el arma política que más consigue.

Porque –y ésta es la principal enseñanza de la película– ETA no ha abandonado su actividad criminal ni por arrepentimiento ni por derrota policial, sino porque se ha dado cuenta de que ya no es rentable, por haber dejado de contar con la aceptación social de antaño. Además, ya no necesita amenazar a los empresarios para cobrar el llamado impuesto revolucionario, pues como ahora está en las instituciones maneja los impuestos de verdad, mucho más jugosos y de más cómoda adquisición.

ETA no ha fracasado. Todo lo contrario: ha conseguido más nacionalismo, más concesiones políticas como la imposición lingüística y la utilización de la educación para el adoctrinamiento. Por no hablar de una Constitución –en concreto su Título VIII– que, como explicó Gabriel Cisneros, se redactó mirando de reojo a ETA. No por casualidad el propio Cisneros recibió un balazo en el estómago, por el que fue procesado Arnaldo Otegi, el hombre de paz de Zapatero

Y ésta no es sólo la opinión del que suscribe, sino la constatación de un destacado protagonista de los crímenes de aquellos años, Josu Zabarte, el carnicero de Mondragón. Tras treinta años a la sombra por diecisiete asesinatos, ha explicado en una entrevista reciente que el abandono de la «lucha armada» se ha debido a que «hoy se ha cambiado de estrategia», ya que “en los últimos tiempos no eran acciones asumidas o aceptadas por el pueblo”.

Respecto a los frutos del terrorismo, sus palabras no precisan comentarios:

Cuando pasas la vida en prisión, la duda es cómo encontrarás la calle, y cuando llegas a la calle, te das una vuelta por aquí y por Navarra y piensas ¡qué satisfacción! (…) Mira lo que es el abertzalismo hoy y mira lo que era treinta años atrás.

Pero no sólo ve esperanzadora la situación del País Vasco, sino también la de Cataluña:

Mira en qué se han basado los estatutos de Cataluña. Se han aprovechado de la lucha de Euskadi desde un principio (…) Pujol ha sacado mucho de esto. Nos ha utilizado más de una vez diciendo: Si no queréis tener lo que tenéis en Euskadi…

Efectivamente, la sangre vertida en 1980 ha fortalecido inmensamente a los separatismos, tanto al vasco como al catalán. Convendría no olvidarlo. Por eso es imprescindible ver la película de Arteta y Galletero. Bastante se olvidó a las víctimas entonces. No cometamos la infamia de volver a olvidarlas ahora.