Cristina Losada, LIBERTAD DIGITAL, 27/9/11
El perdón es un acto privado, íntimo, personal que en ningún caso puede sustituir a la acción de la Justicia. Así que llámese por su nombre, sin rebabas sentimentales, aquello que se pretende. La impunidad.
En sus días como primera ministra, Margaret Thatcher, que fue víctima, junto a la cúpula de su partido, de un atentado del IRA que causó dos muertos, apuntaría a una cuestión esencial. «Las naciones democráticas –dijo– deben encontrar el modo de quitarles a los terroristas el oxígeno de la publicidad del que dependen». Thatcher se refería, ante todo, a la prensa. A buen seguro, no imaginaba que un Gobierno se hiciera dependiente e incluso adicto a publicitar las palabras y los gestos de una banda criminal interpretados a su conveniencia. Pero tal ha sido aquí la norma desde el infausto proceso de paz hasta estos minutos de la basura. Así, tras haber desafiado el principio de realidad, el Partido Socialista se ha entregado, en las antevísperas electorales que padece, a ese principio del placer que exige satisfacción inmediata. Y ha encontrado una, mira por donde, en una especie de comunicado de los presos de ETA.
Todos a una, sus voceros han celebrado como un hecho «inédito» el pronunciamiento de los reclusos y han vuelto a anunciar el final de ETA igual que hacían, cada hora, antes de que volara la T-4. Se diría que en busca de algún voto perdido y despistado se agarran a cualquier clavo ardiendo que pueda sujetar un decorado tan raído. Aunque, para ser precisos, hay algo que no es inédito, pero sí inaudito. Porque los socialistas no sólo saludan jubilosos la enésima exigencia de amnistía. Resulta que también saltan de alegría ante un cierre de filas de los presos que aboca al fracaso de su política de beneficios penitenciarios. Si querían generar división con el palo y la zanahoria, ya tienen la réplica. Ha ocurrido lo que vaticinó Mikel Buesa en La Ilustración Liberal mediante la analogía con el juego del gallina. O los sueltan a todos o nada. En suma, otro viaje a ninguna parte que deja como secuelas el sufrimiento infligido a las víctimas y la legalidad burlada.
El viaje, no obstante, prosigue. La próxima parada está aquí y el rótulo anuncia «perdón». Algunas víctimas y algunos presos de ETA se reúnen y se perdonan. O no. Pero se prepara ese escenario de «la reconciliación» que viene justificándose con imposibles comparaciones con el tránsito de una dictadura a una democracia. El perdón es un acto privado, íntimo, personal que en ningún caso puede sustituir a la acción de la Justicia. Así que llámese por su nombre, sin rebabas sentimentales, aquello que se pretende. La impunidad.
Cristina Losada, LIBERTAD DIGITAL, 27/9/11