ABC 17/03/13
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Eta sigue siendo una espada de Damocles sobre nuestras cabezas, y, además, desde las instituciones
ES una mentira, o dejémoslo piadosamente en autoengaño, decir «Eta ha sido derrotada». ¿Derrotada cuando quienes defienden sus tesis y sus fines gobiernan Guipúzcoa y constituyen el segundo partido vasco? ¿Derrotada cuando los socialitas vascos se han rendido con armas y bagaje al nacionalismo? ¿Derrotada cuando en ese Parlamento puede decirse impunemente que el asesinato de Fernando Buesa «era evitable al tener un origen político»? Esto me recuerda, y perdonen la frivolidad, aquel chiste de Gila: «Capitán, tengo un prisionero» — «Tráelo» —«Es que no me deja».
Es verdad que la Eta de las bombas y las pistolas se halla en un momento bajo. Que se le desarticulan comandos, descubren arsenales y descabeza cada poco. Pero no menos es cierto que sigue viva, como demuestran esas detenciones y, sobre todo, que su brazo político ha logrado legitimarse gracias a unos jueces archilegalistas y a unos políticos pusilánimes, que prefirieron enterrar la cabeza en la tierra para no ver lo que ocurría sobre ella. Eso, en el mejor de los casos, pues en el peor, habría que acusarlos de colaboración con banda armada.
Como consecuencia, aquella Eta que sembró la muerte y la desolación en España durante décadas ha pasado a segundo plano. Su vanguardia hoy son aquellos representantes legalmente elegidos, que pueden proclamar sus consignas y adelantar sus programas a plena luz del día en completa impunidad. Ya no necesitan tiros en la nuca ni coches-bomba que matan hombres, mujeres y niños en los más variados puntos de la geografía española, para apoderarse del País Vasco y Navarra. Como no necesitan extorsionar a empresarios o cobrar el «impuesto revolucionario», pues reciben sueldos del Estado. Aunque los etarras siguen sin entregar las armas ni disolverse. Como una espada de Damocles sobre nuestras cabezaso como la cartaen la manga de los negociadores de la llamada «paz en Euskadi». La paz del cementerio o la servidumbre.
De ahí que todo triunfalismo en esta lucha sea no ya erróneo, sino suicida. Como suicida ha sido la actitud de la izquierda desde la Transición, sin que haya aprendido la lección de aquellos compañeros que cayeron bajo el plomo de los que creen que su causa justifica el asesinato. Y lo más grave de todo sería que el PP cayera en esa trampa, creyendo que Eta desaparecerá con detener comandos, cuando es una hidra que se reproduce constantemente y ya ha alcanzado las instituciones.
En Alemania, cualquier justificación del nazismo, cualquier duda sobre sus crímenes es delito. En España, los crímenes de Eta se retribuyen con dinero público.