ETA no mata, pero mató

ABC – 30/01/16 – TERESA JIMÉNEZ BECERRIL

Teresa Jiménez Becerril
Teresa Jiménez Becerril

· «Es necesario que las víctimas no tiren la toalla, que los medios no bajen la guardia y, por supuesto, que la clase política no dé el terrorismo de ETA como amortizado y comience su liquidación»

Y tanto que mató! Arrancó de nuestro lado a dos maravillosas personas, multiplicando el dolor entre su familia, sus amigos y muchísimos sevillanos y españoles que ese 30 de enero de 1998 lloraron tanto que todos aún recuerdan dónde estaban y qué hacían cuando escucharon la trágica noticia. No significa que debamos aferrarnos al dolor, eso sería un triunfo para los terroristas, pero, para que sus muertes no hayan sido en vano, hoy más que nunca no podemos permitirnos caer en la plácida tentación del olvido.

Es humano intentar borrar todo aquello que nos causa un dolor que ni siquiera el paso del tiempo logra atajar de manera definitiva. Es comprensible que evitemos recordar para no sufrir. Dieciocho años años podrían parecer suficientes para empezar a olvidar el terrible asesinato de Alberto Jimenez-Becerril y de su esposa Ascensión García a manos de la organización terrorista ETA; sin embargo, hay varias razones para no hacerlo. Una de ellas es que los pueblos que olvidan están condenados a repetir su historia. Pero el motivo más importante para seguir recordando es que nuestro olvido favorece a ETA, y no creo que ninguno de nosotros quiera ayudar a quienes tanto daño nos han hecho.

En este momento crucial para España, donde el «buenismo» –esa corriente de facilitar el camino a la reinserción política y social de los terroristas y su entorno– parece ir ganando adeptos, nada más conveniente que silenciar a las víctimas y, gracias a su silencio, ir borrando los atroces crímenes cometidos. La memoria ante este doble y tremendamente cruel asesinato de ETA en Sevilla no debe ser solo un acto de recuerdo obligado sin más, sino un reconocimiento social al que acompañe una contundente petición de justicia.

Propiciado por la ausencia de nuevos atentados y una buena voluntad mal entendida, el clima político actual está llevando a algunos de los que tienen la difícil tarea de interpretar lo justo a poner en libertad a terroristas condenados por crímenes de lesa humanidad y a aligerar condenas dentro del entorno de ETA. Y esto puede ser un botón de muestra de lo que puede pasar si la voluntad política lo impusiese. Esta actitud resulta inexplicable, no solo ante las víctimas de estos asesinos, sino ante la mayor parte de la sociedad española, que entiende como justo cumplir íntegramente las condenas en casos de terrorismo y delitos de extrema gravedad.

Por ello, insisto, es necesario que las víctimas no tiren la toalla, que los medios no bajen la guardia y, por supuesto, que la clase política no dé el terrorismo de ETA como amortizado y comience su liquidación, con unas nefastas consecuencias para quienes más han sufrido. En este incierto panorama político en el que nos encontramos, y en el que pocas cosas no están en venta, esperemos que el terrorismo y las concesiones a ETA no sean una de ellas. Yo conozco a algunos de los que están llamados a ser importantes actores del futuro, o, mejor dicho, del presente político de esta nueva España donde el pasado parece estorbar, que no distinguen que hay cosas que no se pueden borrar.

Y una de ellas es el sacrificio que tantos españoles hicieron por defender nuestra democracia, la unidad de la Nación, la libertad y la igualdad de todos. El precio fue tan alto como dar la vida. Y es por ello, por seguir manteniendo vivos los valores que llevaron a mi hermano a entrar en política –esa que nada tiene que ver con esa corrupción que a todos nos indigna–, por lo que, aunque los años pasen, nuestro recuerdo y nuestro sentido de la justicia tienen que ser tan sólidos como el dolor que sentimos esa triste noche sevillana.

Quienes tuvimos la suerte de conocer a Alberto Jiménez-Becerril sabemos que entró en el Partido Popular para servir a España, no para servirse de él; y lo habría seguido haciendo si la organización terrorista que hoy pide un final pactado –sin vencedores ni vencidos– no le hubiera matado a tiros junto con su mujer, dejando a sus tres hijos pequeños con ese eterno «¿por qué?» grabado en el alma. Lo que me dejó mi hermano como herencia es la política en la que yo creo y en la que quieren creer la mayoría de los ciudadanos.

Alberto es para mí, y para muchos, un referente moral que me da fuerzas para exigirles a quienes, desde el poder ejecutivo, legislativo o judicial, tengan la tentación de coger ese fácil camino de las nuevas circunstancias, que tengan presentes no solo a mi queridísimo hermano y a su esposa, sino a los casi 900 muertos, a los miles de heridos, exiliados y familias que con una dignidad insuperable han sostenido los valores de nuestro país en sus espaldas doloridas. ETA no mata, pero ha matado, y nadie que ame a España puede olvidarlo.

TERESA JIMÉNEZ BECERRIL, Eurodiputada y Hermana de  ALBERTO JIMÉNEZ-BECERRIL, asesinado por ETA junto con su esposa , ASCENSIÓN GARCÍA, en Sevilla, hace hoy 18 años.