«ETA vampiriza los símbolos nacionalistas»

 

Especialista en movimientos sociales, Jesús Casquete (Bilbao, 1976), aborda en el libro ‘En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical’ (Tecnos) un novedoso análisis de los ritos y símbolos desarrollados por el mundo de ETA-Batasuna para glorificar a sus mártires caídos por la causa. A través de esa liturgia y de sus celebraciones anuales, apunta, se asegura la cohesión interna del movimiento y la incorporación de nuevos militantes que alimentarán la espiral de la muerte.

Pregunta. En su libro caracteriza como una «religión política» el sistema de creencias y ritos que sostiene al llamado MLNV.
Respuesta. En efecto, en toda religión es posible identificar dos elementos indisociables: la creencia en un ente trascendente y su perpetuación mediante la celebración periódica de rituales. Cuando el objeto de fe es la patria, la nación, el Estado o el pueblo, podemos hablar de una religión política. En el caso vasco, numerosas investigaciones se han ocupado del ideario del nacionalismo radical, de la sacralización de la patria hasta el extremo de sacrificar individuos concretos en aras del ideal soñado. Sin embargo, había un vacío de análisis centrados en la liturgia de ese movimiento, que es el que modestamente me he propuesto cubrir con mi trabajo.

P. La glorificación de la muerte del héroe o del mártir patriótico es general en todos los nacionalismos. ¿Qué hace singular al gudarismo desarrollado por la izquierda abertzale respecto, por ejemplo, a los rituales del IRA?
R. Los nacionalismos que recurren a la violencia, como hacen ETA o el IRA, coinciden en glorificar a los mártires caídos por la causa patria. Y elevan a unos por encima de los demás, estableciendo una jerarquía a la hora de buscar referentes aptos para la réplica. En ambos casos, y en general en todas las religiones políticas modernas, la construcción social del mártir descansa sobre una matriz cultural judeo-cristiana. Estas religiones monoteístas se percataron muy pronto del valor integrador de la muerte. La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, sostenían. Esta imitación no debería de sorprender en contextos como el irlandés y el vasco, con una impronta del catolicismo más que notable.

P. También destaca la apropiación por el mundo de ETA-Batasuna de la figura del gudari del 36 y de varias de sus fechas y símbolos de la Guerra Civil, como el Eusko Gudariak.
R. Para movilizar a los individuos resulta imprescindible elevar símbolos sobre sus cabezas. En sus inicios, digamos que hasta la Guerra Civil, el nacionalismo vasco fraguó un complejo repertorio simbólico, entre los que destacan la ikurriña o el Aberri Eguna. Con el advenimiento de la democracia se impone la lógica electoral y el PNV va desactivando, por falta de uso, ese arsenal acumulado. Es entonces cuando parte de ese repertorio es vampirizado por el nacionalismo radical, más volcado en la ocupación permanente de la calle. Así, la festividad del Gudari Eguna, que el PNV celebró por vez primera en 1965, languidece hoy en favor de su homónimo radical; lo mismo ocurre con el Eusko Gudariak, una canción jeltzale de la Guerra Civil monopolizada ahora por el MLNV.

P. ¿Ha sido importante ese culto patrio para asegurar el relevo de militantes de ETA?
R. Los concelebrantes que glorifican a los etarras caídos en el altar de la patria están emitiendo a la opinión pública, pero también hacia dentro, el mensaje de que esos héroes-mártires eran nosotros. Su recuerdo y culto los convierten en figuras referenciales que invitan a sus simpatizantes a seguir su ejemplo. Estos actos sirven también de puntos de recarga emocional de los participantes, que regresan a sus casas, por decirlo así, con las pilas de la convicción en la causa cargadas para seguir alimentando la espiral de violencia.

P. En el caso de los homenajes a los presos liberados y a los terroristas muertos, ¿cree que ha habido hasta ahora un exceso de tolerancia por parte de los poderes públicos?
R. El enaltecimiento de los presos de ETA excarcelados, igual que el recuerdo año tras año de los terroristas fallecidos en acto de combate, constituyen una anomalía de nuestro sistema político. En las democracias occidentales sería difícilmente imaginable esos actos de homenaje a los victimarios; ni la sociedad ni los poderes públicos los admitirían.

P. ¿En qué medida estos ritos y el calendario de celebraciones de la izquierda abertzale la han configurado como sociedad aparte?
R. Un grupo social se constituye como una sociedad diferenciada en la medida de que dispone de enclaves de sociabilidad y canales de comunicación propios: bares, festivales, periódicos, etc. Pero también en tanto que forja un universo ritual y simbólico de uso exclusivo. Las celebraciones del calendario del nacionalismo radical ligado a la muerte proporcionan la excusa para visualizarse a sí mismo como una sociedad paralela.

P. Apunta en su libro la asimetría en el culto a algunos de los héroes de ese mundo y se sorprende que entre ellos no figure Txomin Iturbe, el dirigente que más años estuvo al frente de ETA. ¿Morir en la lucha es esencial para ser glorificado?
R. No todas las muertes son igual de funcionales a la hora de fraguar una pedagogía de la épica, y de esto son conscientes quienes alimentan las religiones políticas. La muerte individual como nutriente de vida grupal es más rentable cuando tiene lugar en circunstancias violentas. En el caso de Txomin, en 1987 decenas de miles de seguidores le juraron recuerdo eterno en Mondragón. Y un orador le reprochó en caliente que no tenía derecho a morir así, aludiendo a su muerte accidental. Su muerte no era lo suficientemente épica, y ello contribuye a explicar que no haya cuajado como una fiesta señera en el calendario martirial del nacionalismo radical.

EL PAÍS, 21/6/2009