La experiencia de los meses transcurridos desde el 11-M muestra que hemos empezado a cometer los mismos errores que tanto nos costó superar en la lucha contra ETA. Hemos recuperado la teoría de las causas y su consecuencia inevitable que es esa defensa de las medidas sociales y políticas para combatir el terrorismo.
Tras el último golpe a ETA, estamos en la fase final de este grupo terrorista. Pero, sin embargo, estamos en la etapa inicial de Al Qaeda. Y la experiencia de los meses transcurridos desde el 11-M muestra que hemos empezado a cometer los mismos errores que tanto nos costó superar en la lucha contra ETA. Porque me temo que aquella furia dirigida hacia el Gobierno más que hacia los terroristas tras el 11-M no fue únicamente producto del impacto emocional del atentado, sino de algunas valoraciones de fondo sobre el terrorismo islamista que nos devuelven a los lejanos tiempos de la confusión respecto a ETA. Hemos recuperado la teoría de las causas y su consecuencia inevitable que es esa defensa de las medidas sociales y políticas para combatir el terrorismo.
Los defensores de la teoría de las causas del terrorismo islamista son los que se escandalizan cuando alguien afirma que todos los terrorismos son iguales y que las democracias deben combatirlos con la misma firmeza. Porque no se indignan porque les parezca que sea analíticamente simplificador destacar la afinidad entre ETA y Al Qaeda, sino porque consideran que no se puede hablar de causas políticas y sociales en el primer caso, pero sí en el segundo. O, en otras palabras, porque no hay más responsables que los propios terroristas en los asesinatos de ETA, pero sí los hay, aunque sea indirectos, en los asesinatos de Al Qaeda.
Tardamos veinte años en entender y aceptar que la causa fundamental de ETA era el fanatismo, que ETA asesinaba aún más con democracia y con instituciones autonómicas, y temo que puedan pasar otros veinte hasta que comprendamos que, en este punto, en el origen y en el motor de su acción, Al Qaeda es totalmente equiparable a ETA. Hay diferencias, desde luego, y me referiré más adelante a ellas, aunque éstas ni siquiera interesan a quienes defienden la teoría de las causas.
Dado que a estas alturas se da por supuesto un mínimo de conocimiento sobre Al Qaeda, la teoría de las causas es sorprendente por lo que tiene de ignorante. Porque se refiere a la pobreza y a la opresión y sugiere que Al Qaeda es el producto de sociedades pobres y de gobiernos opresores. Pasa por alto que dos países centrales en la creación de Al Qaeda, Egipto y Arabia Saudí, ponen en cuestión la tesis de la pobreza, y que el problema de los gobiernos dictatoriales de los países árabes y musulmanes es que, en opinión de Al Qaeda, son demasiado liberales.
Los defensores de la teoría de las causas parecen desconocer por completo los discursos y textos de los líderes del terrorismo fundamentalista. Porque éstos no se construyen alrededor del concepto de desigualdad o de opresión política, ni mucho menos reivindican la democracia y la libertad. Al Qaeda nació y emprendió lo que considera la guerra santa porque desea construir sociedades basadas en estrictos principios islámicos en los que la influencia occidental haya sido completamente erradicada. Por eso sus enemigos son los propios sectores aperturistas y liberales de las sociedades musulmanas y los países occidentales que tienen alguna presencia, política, económica o cultural, en esos países.
La causa de Al Qaeda es la creencia religiosa fanatizada. El origen, el motor y el objetivo son el islam, o una determinada concepción del islam. Y el fanatismo tiene autonomía respecto a las condiciones económicas y políticas. Recuerdo un revelador ejemplo de un reportaje reciente de la periodista Ángeles Espinosa sobre Arabia Saudí, en El País: un profesor universitario le relataba con preocupación que cuando en septiembre de 2001 pidió a sus alumnos, universitarios de 20 y 21 años, su opinión sobre el 11-S, la mayoría lo justificaron porque «las víctimas pagaban impuestos». Ese es el camino entre la lectura fanatizada del Corán y el crimen, y es el camino que explica Al Qaeda.
Pero el problema de la teoría de las causas va mucho más allá del desconocimiento porque se relaciona, además, con una arraigada concepción sobre los fenómenos políticos, incluida la violencia, según la cual las explicaciones tan sólo pueden ser económicas y sociales y los valores son siempre dependientes. Y a ello se suma lo que es algo peor que un grave error analítico, que es la persistencia de una parte de la izquierda en entender el terrorismo, o algunos terrorismos, como una reacción de sectores oprimidos contra la tiranía y la desigualdad.
El elemento central de la comparación entre terrorismos, entre ETA y Al Qaeda, es el anterior. Y casi nadie se interesa por las diferencias que sí son, sin embargo, importantes para diseñar las acciones antiterroristas adecuadas. En otro lugar he analizado más detenidamente esas diferencias (Terrorismo y democracia tras el 11-M, 2004) y he destacado cinco: 1) las dimensiones, 2) los objetivos, 3) la estrategia, 4) la organización, y 5) el grado de apoyo social. Respecto a las dimensiones, si los miembros de ETA no pasan de mil y la mayoría están en la cárcel, algunos cálculos sobre Al Qaeda hablan de más de 100.000. Sobre los objetivos, los etarras son muy limitados, pues pretenden la independencia de lo que llaman Euskal Herria e incluso podrían aceptar la exclusión del territorio francés, mientras que Al Qaeda persigue el control total de las sociedades musulmanas. Sobre la estrategia, la de ETA se basa en acciones calculadas de presión sobre el Estado español, mientras que Al Qaeda despliega una estrategia de guerra, y, además, mientras que ETA practica un terrorismo «discriminado», Al Qaeda opta por las acciones «indiscriminadas» y por un amplio uso de los ataques suicidas. Sobre la organización, la de ETA es piramidal y unitaria, mientras que la de Al Qaeda es dispersa y en forma de red, y, sobre todo, apenas se conoce aún. Y sobre el grado de apoyo social, el de ETA es muy limitado, alrededor del 15 por ciento en sus mejores tiempos, y tan sólo en el País Vasco, mientras que el apoyo a Al Qaeda alcanza, según las encuestas, porcentajes escalofriantes del 30 y del 40 por ciento en algunos países musulmanes.
Ya antes del último y decisivo descabezamiento de ETA, estas diferencias permitían apreciar que la amenaza de Al Qaeda es inmensamente superior a la de ETA u otros terrorismos europeos. Nuestro problema futuro es Al Qaeda y no ETA. Pero, además, sus características obligan a pensar en la necesidad de unas acciones antiterroristas diferentes de las aplicadas contra ETA. El problema es que sólo es posible debatir y decidir sobre esta segunda cuestión, fundamental, una vez que la primera haya quedado clara, es decir, una vez que hayamos consensuado que la naturaleza de ambos terrorismos es la misma y se basa en el fanatismo, y no en factores sociales y políticos de los que son responsables otros. Y cuanto más tardemos en entenderlo, más tiempo habremos perdido en combatir adecuadamente el nuevo terrorismo fundamentalista.
Edurne Uriarte es catedrática de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos
Edurne Uriarte, ABC, 7/10/2004