Vivimos en un país extraño: nadie se atreve a defender que las mujeres o los homosexuales son diferentes, pero en muchos lugares se puede decir en voz alta que los españoles sí lo son. La escuela, y no la lengua, es la clave; se puede explicar en euskera y en castellano lo mismo: que no se puede matar a quien piensa de manera diferente.
En una encuesta realizada hace pocos meses en el País Vasco, casi un 15% de los escolares de entre 12 y 16 años de la comunidad respondían con un sí a la pregunta sobre si pensaban que ETA tenía alguna razón para actuar. Es mucha gente, sobre todo si se sabe que otro 14% no se pronunciaba, o sea, que les daba un poco lo mismo.
Tener estos datos delante de la cara nos ayuda a entender un poco mejor aquello a lo que nos enfrentamos. Porque no estamos ante cualquier cosa, sino ante la posibilidad del crimen y su justificación.
Viene esto a cuento, sobre todo, por el júbilo que entre algunos ha despertado la publicación de una fotografía procedente de Facebook en la que dos tipos, que son etarras, celebran algo vestidos con la camiseta de la selección española de fútbol. De esa foto se infiere, con razón, que esta gente no tiene un alto grado de formación política ni unas profundas raíces ideológicas. Fernando Savater, que conoce bien el asunto, ha hecho un comentario sobre ellos, sobre su afición a la fiesta, al alcohol, y su descerebramiento.
La foto es un estupendo ejemplo. Pero, para mí, sobre todo de lo trivial que resulta ser terrorista. Un par de imbéciles son capaces de vestir la camiseta de España, gritar «podemos», y después ponerse a matar españoles.
Hay una pregunta de fondo que debe hacerse cada uno, y es muy difícil poner en una encuesta: ¿es mejor que los terroristas sean unos descerebrados o que tengan un alto grado de fanatismo? Me refiero a mejor para los demás. Yo creo que a efectos de las consecuencias posibles de que un tipo lleve una pistola, nos da igual. Un profesional concienciado va a obedecer las órdenes de su jefe militar. Un descerebrado, también. La única diferencia es que los motivos de los más concienciados les pueden parecer a algunos más nobles. O sea, que si te mata alguien que tiene una idea clara de su actitud, te duele menos que si lo hace un idiota.
Lo que no da lo mismo es si se piensa que el semillero de los etarras está en la escuela, porque en España (País Vasco incluido en ese territorio), la enseñanza es universal y obligatoria. Y resulta que el porcentaje de chavales que son partidarios de ETA o que les da lo mismo es muchísimo mayor entre los que estudian solo en euskera que entre quienes lo hacen en el sistema mixto o en el de solo castellano.
Nos olvidamos de intentar razonar con quienes infieran de ello que la lengua influye. Lo que queda claro es que sí es muy importante lo que los padres, que son quienes escogen el modelo, piensan al respecto y les inculcan a sus hijos. Y resulta, por una ecuación muy sencilla, que los padres nacionalistas tienden más que los que no lo son a infundir a sus hijos la idea de que matar españoles puede ser indiferente o, incluso, positivo. No se trata de ningún razonamiento facilón, es así. Y sabemos que esto viene de un largo periodo en el que una parte de los vascos ha pensado que la otra parte y los demás españoles podían ser asesinados sin que ello alterara la vida normal y decente de los demás.
La escuela, y no la lengua, es la clave. Porque se puede explicar en euskera y en castellano lo mismo: que no se puede matar a quien piensa de manera diferente. Se debe ir más lejos, es preciso enseñar en las escuelas que el que piensa o siente de manera diferente no puede ser asesinado. Y yendo en serio al fondo del asunto, que no es diferente el que piense de manera diferente, que se puede uno tomar una caña con él, o compartir mesa de estudio.
En ese porcentaje de personas que les enseñan a sus hijos la indiferencia o el odio, se incluyen muchos (esa es una petición que les hago a los encuestadores) que piensan que no se puede matar a nadie porque sea homosexual, por ejemplo, o que un hombre no puede maltratar a una mujer.
Vivimos en un país algo extraño en ese sentido. Un país en el que nadie con dos dedos (incluso con uno) de frente se atreve a decir en público que las mujeres o los homosexuales son diferentes. Pero un país en el que en muchos lugares se puede decir en voz alta que los españoles sí lo son.
A todos nos preocupa mucho que ETA pueda montar una nueva infraestructura en Catalunya. Pero lo peligroso no es eso. Lo peligroso es que ETA esté intentando montar una nueva infraestructura en cualquier parte. Por ejemplo, en Portugal. Daría lo mismo en Huelva. En esa preocupación distinta según dónde se instale la banda de asesinos reside también la semilla de la indiferencia. A nadie decente le puede preocupar más que se asesine en Vic que en Cuenca. Y no puede admitirse que un muerto provoque más dolor si es nacionalista que si no lo es.
En el País Vasco hay un profundo movimiento para cambiar los mensajes que reciben los escolares. Lo grave no es que los dos imbéciles de la foto vistan la camiseta española. Lo grave es que quieran matar.
Hay que cambiar los mensajes en el sistema escolar vasco.
Y, para terminar, nos podemos hacer otra pregunta: ¿solo en el País Vasco?
Jorge M. Reverte, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 26/2/2010