ABC-IGNACIO CAMACHO

En el autorretrato de la sociedad española encaja como un guante el modelo político de rentas subvencionales

MÁS de izquierdas que nadie, más de extrema izquierda que nadie, más igualitarios que nadie y más convencidos que nadie de que el Estado tiene la obligación de procurar el bienestar de los ciudadanos interviniendo para ello todo lo que sea necesario. Así se definen los españoles en el Estudio Europeo de Valores, un reciente sondeo comparativo de la Fundación BBVA entre los cinco países más poblados de la UE. Hay que leerlo, y a continuación mirar las últimas 370 propuestas de Gobierno de Sánchez, para entender por qué el presidente encabeza nuestras preferencias electorales. Ese documento socialista es un verdadero prontuario de servicios gratuitos y rentas subvencionales. Y encaja en la mentalidad mayoritaria como una mano en un guante.

Además de la arraigada creencia proteccionista en que las instituciones son responsables de nuestra vida –justo al contrario del pensamiento dominante en Alemania o Gran Bretaña, naciones de raíces morales luteranas–, hay en el citado estudio una respuesta que nos delata. El concepto de igualdad está entre nosotros tan consolidado que abogamos por retribuciones lo más uniformes posibles con independencia del tipo de trabajo, el grado de compromiso, la carga de responsabilidades o la posesión de estudios cualificados. Y son los jóvenes los más inclinados a esta equiparación del salario. Es el retrato de una sociedad en la que el mérito y el esfuerzo individuales han sido abolidos como conceptos básicos, y que encuentra en el modelo socialdemócrata, o más allá de él, su mejor correlato. En ese sentido, no les falta razón a los dirigentes del PSOE cuando afirman que es el partido que más se parece a España. Así es porque durante décadas ha amoldado la arquitectura política, social y civil del país a su propio programa.

Por eso es difícil que la perspectiva de otra crisis económica perjudique, como creen algunos sectores liberales, las expectativas de la izquierda. Más bien cabe suponer que, en el supuesto de que sean conscientes de ese riesgo, muchos votantes tenderán a buscar amparo preventivo en ella. El precedente de Zapatero es engañoso: su caída se produjo precisamente cuando tuvo que renunciar a sus promesas porque eran incompatibles con las graves circunstancias financieras. Fue la necesidad perentoria de aplicar un ajuste la que acabó con su «democracia bonita» de cheques, subsidios y prebendas. No lo tumbó la frívola imprudencia de sus ofertas, sino su incapacidad para mantenerlas.

Sánchez no va a caer en ese error; si logra gobernar, incrementará el gasto en consonancia con la demanda del electorado. Su probable mandato podrá ser más o menos estable, pero desde luego no resultará barato. Aunque el proceso etimológico real contenga vericuetos semánticos más complicados, el socialismo contemporáneo tiende a asociar de un modo exacto el verbo «sufragar» con el sustantivo «sufragio».