ABC-Isabel San Sebastián

Cataluña se ha convertido en un «territorio comanche» donde no impera más orden que el que conviene a los golpistas

ESPAÑA se enfrenta a una dramática escalada en el desafío secesionista catalán sin un Gobierno capaz de parar los pies a los separatistas que ocupan el poder autonómico. ¿O debería escribir «okupan», con k? Resulta difícil aceptar que pueda detentar (he escogido el verbo a conciencia) la máxima representación del Estado en dicha comunidad un individuo como Quim Torra, no ya instalado en el desacato y la provocación constantes, sino directamente implicado por uno de los presuntos terroristas detenidos la semana pasada en la preparación de una acción violenta contra el parlamento autonómico. Resulta igualmente intolerable que dicha institución haya dejado de funcionar como un cámara de debate entre todas las fuerzas políticas para transformarse en un instrumento al servicio del independentismo, a costa de silenciar impúdicamente las voces críticas. ¿Y qué decir de una televisión local pagada con el dinero de nuestros bolsillos, cuya función es jalear el maldito «procés» hasta el punto de disculpar a quienes planeaban darle «un empujón» utilizando explosivos? Cataluña se ha convertido en un «territorio comanche» donde no impera más orden que el que conviene a los golpistas. ¿Hasta cuándo habremos de soportar esta situación quienes vivimos cumpliendo las normas y pagando religiosamente el sueldo de los insurrectos, sus cómplices y los incapaces que deberían frenarlos?

Rajoy cometió el grave error de precipitarse en la convocatoria de unos comicios autonómicos una vez aplicado el 155 tras la intentona golpista, sin dar tiempo a que se hiciera una limpieza democrática a fondo, y Sánchez ha multiplicado exponencialmente las consecuencias de esa equivocación incurriendo en la irresponsabilidad de forzar dos elecciones generales seguidas. Con lo cual ahora nos encontramos ante un Ejecutivo y un Parlamento autonómico en abierta rebeldía a la Constitución, frente a un Ejecutivo nacional débil, en funciones desde hace más de un año y únicamente ocupado en tomar medidas electoralistas que favorezcan al candidato socialista en las urnas.

Es hora de que unos y otros pongan las cartas boca arriba y nos digan claramente qué proponen hacer para sacarnos del atolladero en el que nos han metido. Porque Cataluña es el mayor de los problemas, pero no el único. Por citar solo los más acuciantes, se avecina una nueva crisis económica, la demográfica no amaina y el sistema de pensiones es totalmente insostenible. España necesita un gobierno fuerte que, a tenor de los sondeos, habrá de estar conformado o al menos sostenido por más de un partido. Y es ahora, antes de pedirnos el voto, cuando los dirigentes de las distintas opciones deben decir la verdad sobre sus intenciones. La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad respecto de futuros pactos, precios y condiciones. No es pedir demasiado. Que Sánchez decida de una vez si mirará a su derecha o a su izquierda en busca de socios, ya sea para ser investido o para investir a otro si así lo decide el electorado. Que Rivera nos aclare si «no es no», es «depende de la circunstancia» o es «según el momento», porque hasta la fecha ha cambiado tantas veces de opinión que resulta difícil tomarle en serio. Y que Casado concrete si estaría dispuesto a suscribir un gran pacto de Estado con el PSOE y, en caso afirmativo, cuáles serían sus requisitos. Además de, por supuesto, precisar cómo piensan actuar en Cataluña.

Sé que muchos colegas aceptan la máxima cínica de que las promesas electorales están para no cumplirse, pero en lo que a mí respecta, no perdono el engaño y me estoy quedando sin opciones.