Etnosindicalismo

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO 31/05/2013

Luis Haranburu Altuna
Luis Haranburu Altuna

· Según ha dicho el máximo dirigente de la mayor central sindical abertzale, los sindicatos pueden cambiar los gobiernos. Ahora resulta que los sindicatos y no los parlamentos aspiran a regir nuestra suerte.

Poco antes de su muerte y a la vista de la deriva de la socialdemocracia europea Tony Judt decía que la opción que le restaba a la socialdemocracia era convertirse en ‘conservadora’ e intentar preservar los logros de la sociedad del bienestar. Es una apreciación que da cuenta de la orfandad teórica de la socialdemocracia actual y su incapacidad para plantear alternativas al modelo económico, social y político vigente. Si en los dos últimos siglos se ha destacado por algo el pensamiento de izquierdas, lo ha sido por su capacidad de anticipar las utopías y los idearios que han transformado nuestras sociedades. La socialdemocracia ha de reinventarse y proceder a su metamorfosis ideológica, así como al reajuste de su avejentado bagaje doctrinal. La lógica de la redistribución de la riqueza que ha sido la columna vertebral del pensamiento socialdemócrata desde hace dos siglos, necesita ser revisado e innovar en el sentido de la creación de la riqueza y su fomento. Solo el impulso científico, la creación de nuevas fuentes de riqueza, la acumulación del capital humano y la articulación de nuevas redes de progreso determinarán la suerte de la exangüe socialdemocracia.

Si el pensamiento de Tony Judt conviene a la socialdemocracia, viene que ni pintada para los sindicatos en general y los abertzales en particular. Su única obsesión es la conservación de los derechos adquiridos en épocas de bonanza. Poco importa que las empresas quiebren o se conviertan en inviables, siempre y cuando los logros anteriores se conserven. Conservar, es la palabra y el discurso que han articulado con ella es ‘conservador’. A quienes hablan de la ‘construcción nacional’ como máximo referente político, no les tiembla el pulso para llevar a cabo su política sindical de confrontación. Es una política de tierra quemada que está a punto de desertizar industrialmente comarcas enteras. Lo de Corrugados de Azpeitia es un botón de muestras elocuente. Es así como algunos pretenden cambiar el modelo económico y acumular fuerzas para lograr asalto final a los palacios de invierno, si es que alguno queda todavía el día en el que la gran Euskal Herria sea una realidad. Es su manera de hacer frente a la crisis económica, política y social que padecemos. Una crisis de la que en parte son, también, responsables ya que su estrategia sindical está únicamente centrada en la reivindicación y el aumento sin fin de sus derechos laborales. Ni una alternativa clara, ni una propuesta viable, ni una idea razonable se escuchan en boca de este sindicalismo, salvo las genéricas y difusas profesiones de fe a cerca de un nuevo modelo económico. ¿Serán Venezuela y el chavismo las referencias del nuevo modelo?

Según ha dicho el máximo dirigente de la mayor central sindical abertzale, los sindicatos pueden cambiar los gobiernos. Ahí es nada. Ahora resulta que los sindicatos y no los parlamentos aspiran a regir nuestra suerte. Querer abarcar lo político, lo sindical e incluso el modelo de nuestra economía, denota la voluntad de abarcar la ‘totalidad’ de la escena sociopolítica y recuerda pasadas ensoñaciones de aquel nacionalsindicalismo de funesta memoria.

Pero con ser peculiar la deriva del entramado sindical abertzale, convertido en la vanguardia clarividente del pueblo trabajador vasco, no deja de sorprender su estrategia para romper la unidad sindical que presuntamente debería ser el instrumento precioso de la negociación y el pacto. Al anteponer lo identitario a lo social, los sindicatos abertzales han conformado un prototipo de etnosindicalismo donde lo sindical pasa a segundo orden para priorizar la construcción nacional. Esta deriva étnica de algunos sindicatos vascos choca, cuando menos, con la solidaridad de clase y el cultivo de valores que han constituido el nervio del mejor sindicalismo europeo que está en el fundamento de la sociedad del bienestar.

La atípica conformación del etnosindicalismo vasco tiene que ver, seguramente, con la subcultura generada por las políticas identitarias llevadas a cabo por el ultranacionalismo de la izquierda abertzale. Si bien la etiología política de la principal central sindical abertzale es muy distinta a la que nació a la sombra de ETA, ambas comparten hoy el léxico y la gramática de la subcultura del «jo ta ke, irabazi arte».

Los vascos disfrutamos con la autonomía política nuestro momento histórico mas prospero y fecundo. Fue el Estatuto de Gernika el que diseño la arquitectura política y económica que tan buenos réditos nos ha proporcionado. Curiosamente fue el anterior secretario general de ELA quien dio por finiquitado el estatuto de autonomía y a su rebufo se organizó todo el tinglado político que un día culminó en el llamado Pacto de Lizarra. El etnosindicalismo tuvo en aquella ocasión su protagonismo más destacado y con su concurso se produjo la mayor brecha abierta en la sociedad política vasca. Hoy los partidos políticos, todos ellos, participan del común descrédito y de la general desafección de la ciudadanía. Son malos tiempos para la política inteligente y sosegada. Son tiempos desapacibles para la democracia y no sería de extrañar que algunos aprovecharan para hacer ganancias para su convento. El etnosindicalismo vasco cree tener todo el viento a su favor para acumular fuerzas y cambiar incluso los gobiernos. Así lo han advertido, en la convocatoria de la enésima huelga general.

Menos mal que frente al etnosindicalismo de confrontación, acontecimientos como el del mundo cooperativo en tono a Fagor, que ha sido recapitalizado con el esfuerzo de miles de cooperativistas, permiten creer que nuestro mundo productivo posee todavía nervio creativo y capacidad para el concierto y el acuerdo.

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO 31/05/2013