Desde el pasado 7 de enero, ciertos sectores de la sociedad vasca nos repiten que la ansiada -por deseada, porque se les quiere, «maite ditugulako»- llegada a casa de los presos de ETA está más cerca. Cabe preguntarse después de los acercamientos producidos durante 2022: ¿pero no habían llegado ya a casa? Algunos ingenuos bienintencionados pensaron que las manifestaciones anuales después de la epifanía bajo el lema ‘presoak etxera’ se referían al final del alejamiento; una cuestión que, después de la desaparición de la banda, suscitaba un amplio consenso en la sociedad vasca y en sus instituciones. La famosa banderola colgada en muchos balcones y ventanas así parecía testificarlo.
Pues bien, el alejamiento de los presos etarras ya es historia, como reconocen los convocantes, pero cambia -o mejor dicho, aflora- el verdadero objetivo de las manifestaciones: la amnistía o algo que se le parezca. Lo que callan, de forma hipócrita, es que el final del alejamiento es consecuencia de una decisión del Gobierno de España, del Estado de Derecho. Y que el Estado de Derecho ha promovido en los últimos 45 años diferentes decisiones que han permitido llegar a casa a varios cientos de militantes de ETA. La amnistía de 1978; los acuerdos entre Juan José Rosón y Mario Onaindia sobre la disolución de ETA-pm; la denominada ‘vía Azkarraga’, que terminó con los últimos ‘polimilis’ y a la que se acogieron varios miembros de ETA militar y la puesta en marcha de la ‘vía Nanclares’ son ejemplos palmarios de la apuesta de nuestro Estado de Derecho para dar cumplimiento al mandato constitucional de la reinserción como objetivo de las políticas penitenciarias. Es decir, quien más ha trabajado para que los presos pudieran regresar a casa ha sido el Estado constitucional.
Y ¿cuál ha sido la actitud de la izquierda abertzale para con sus presos en todos estos años? Podríamos resumir que ha seguido una doble dirección: por un lado, despreocuparse de su llegada próxima a casa, dado que daba por descontado un nuevo ‘paz por presos’ en un imaginado final dialogado de ETA; y, por otro, su utilización para demostrar la maldad del enemigo, obligándoles al cumplimiento íntegro de las penas y a mantenerse en primer grado al no reconocer la legislación penitenciaria. Seamos rigurosos: fue desde ese mundo desde donde se forzó al cumplimiento íntegro de las penas. Ellos mismos han impedido durante décadas la vuelta a casa de los presos etarras. Y cuando alguno o algunos usaban las previsiones de la legalidad penitenciaria para avanzar hacia la vuelta a casa, como la ‘vía Nanclares’, eran expulsados del colectivo, tachados de traidores con previsibles consecuencias para ellos y para sus allegados. Durante más de treinta años la izquierda abertzale ha utilizado a los presos bajo un control férreo, hasta que fue consciente, tras la derrota de ETA sin concesiones de ningún tipo, que no habría otra ‘paz por presos’, lo que la llevó a la aceptación de la legalidad penitenciaria al igual que unos años antes había aceptado la legalidad constitucional, Ley de Partidos incluida. Durante más de tres décadas ha conculcado de manera palmaria los derechos de los presos y ahora tiene la desfachatez de erigirse en defensora de su liberación.
Recordemos que, en esa aceptación de la legalidad penitenciaria, introdujeron dos líneas rojas: la no delación y el no arrepentimiento (quizás negación de una posible autocrítica). La primera tiene una importancia relativa. Ya lo vimos en el caso de las Brigadas Rojas. La legislación no obliga taxativamente a la delación; siendo ésta una posibilidad, deseable, de demostrar el alejamiento de su anterior y macabra militancia. Pero lo que sí es una condición ‘sine qua non’ para la progresión de grado es la autocrítica. Porque -lo hemos dicho de forma reiterada- la autocrítica respecto del terror es la base fundamental de la convivencia. Y al negarse la izquierda abertzale a realizarla obliga nuevamente a sus presos a ver recortadas sus expectativas de vuelta a casa.
Ese conglomerado ideológico sigue controlando de forma activa a los presos ya en cárceles vascas, lo que constituye un obstáculo para que quienes quieran -que los hay- seguir el camino de la reinserción no lo hagan por la presión del colectivo, tal y como ocurría en los viejos tiempos. La ‘vía Nanclares’ nos mostró que la dispersión, no el alejamiento, era muy importante a la hora de facilitar la reinserción de quienes optaran por ese camino al superar la presión del colectivo (idéntica experiencia se obtuvo del fin de las Brigadas Rojas).
Sobre el papel de los presos recuerda Reyes Mate que «exigirles que reconozcan el daño causado, que declaren el sinsentido de la violencia utilizada y que proclamen la autoridad de la víctima no debería verse como un obstáculo a la reinserción, sino como una forma de hacerles valer, de darles importancia, de hacerles ver que su experiencia, que fue letal, puede metabolizarse en aportación sanadora».
Sean sinceros. Llamen a las cosas por su nombre, no digan a casa cuando quieren decir impunidad. Dejen autodeterminarse a sus presos y, si quieren que vuelvan pronto a casa, apóyenles en el camino de la reinserción.