TONIA ETXARRI-EL CORREO

Poner la venda antes de que apareciese la herida. Así actuó el presidente Pedro Sánchez ante la multitudinaria manifestación cívica que se desarrolló el sábado en Madrid para reivindicar la Constitución. Al mismo tiempo en que él mitineaba en Valladolid, sin ver ni quiénes, ni cuántos, ni por qué, arremetió contra los manifestantes equiparándolos a la manifestación de secesionistas catalanes que, dos días antes, habían intentado reventar la cumbre hispano-francesa en Barcelona. Son gajes del guion de su campaña: en un extremo, ubica a quienes quieren separarse de España; en el otro, a los que defienden la Constitución (aunque Sánchez los denomine «excluyentes»); y, en el centro, él. Un presidente que se sostiene en el Gobierno gracias a los aliados más radicales (Podemos, ERC, EH Bildu) se intenta reubicar en el centro, que es donde sabe que se ganan las elecciones. ¿Y los extremos? Sánchez ahora les hace la cobra. De hecho, en los últimos comicios generales él ganó después de haber prometido a su electorado movimientos que a los suyos les sonaron bien. No pactar con Podemos, no pactar con Bildu («si quiere se lo digo cinco veces o veinte»), traer a Puigdemont ante la Justicia porque los del ‘procés’ habían cometido, en su opinión (la de entonces) «un claro delito de rebelión». Y la segunda fuerza no fueron los extremistas de Podemos (que resultó ser la cuarta en las urnas), sino el PP. De ahí que se quiera dar ahora una vuelta por el centro.

Los partidos que apoyaron la multitudinaria manifestación de Cibeles ocuparon un discreto plano para no robar protagonismo a la sociedad civil. Pero a Sánchez le interesa seguir metiendo a todo el centroderecha en el mismo saco, presentando a un PP rehén de Vox, aunque en el litigio del supuesto protocolo antiabortista de Castilla y León se acabó imponiendo la autoridad del PP. Una circunstancia que no puede trasladar Sánchez a su situación. Él no sólo no se atreve a retocar la polémica ley del ‘sólo sí es sí’, sino que ni siquiera ha podido cesar a la secretaria de Estado, Angela Rodríguez ‘Pam’, por haber frivolizado con la excarcelación y la rebaja de penas de los violadores. Como el chicle ya no se podrá estirar mucho más, la comparación insólita que hizo Sánchez de los manifestantes constitucionalistas de Madrid con los separatistas de Barcelona sigue dando de qué hablar. Ese intento de desprestigio fue un insulto para quienes estaban reivindicando serenamente los valores de la Constitución. Un agravio comparativo que no se sostiene en pie.

La sociedad civil que protestó en Madrid escenificaba rechazo al desmantelamiento del Estado de Derecho por parte del Gobierno más radical de nuestra historia. Exhibir su alarma ante los cambios judiciales, mostrar su rechazo a los pactos con Podemos, Junqueras y Otegi. No es lo mismo quienes defienden la Constitución que quienes pretenden derrocarla. No se puede considerar ‘centrado’ a quien gobierna a base de hacer concesiones a los más radicales y antisistema. Pero vamos a seguir viendo virajes hacia el centro que si no dejan boquiabiertos a la ciudadanía no la dejará indiferente. Sánchez haría bien en no despreciar todo lo que no controla. Y los manifestantes constitucionalistas deberían ser conscientes de que con quejas y pancartas no basta para dar la vuelta a la tortilla. Feijóo dijo ayer, ante sus candidatos a alcalde, que ganarán a la propaganda de Moncloa «con hechos y argumentos». La clave está en la movilización del voto.