Juan Carlos Girauta-ABC
- Lo que ha revelado como real la guerra de Ucrania son los valores fundacionales de la UE
Cada país entierra sus vergüenzas como puede. Bélgica o el Reino Unido (que ha vuelto a aislar al continente) practican la proyección freudiana: ven en España las crueldades y genocidios que les caracterizan a ellos: de las mutilaciones en el Congo a las mantas con viruela para los indios. Contra la leyenda negra poco podemos cuando la alimenta nuestra propia historiografía. También, claro, las fuerzas políticas que tienen en el odio a España su razón de ser. Pero no es lo mismo creer leyendas que proyectar. ¿Por qué no iban a creer tanta mentira los turistas sin excesivas lecturas si hasta se las confirman en Toledo exponiendo instrumentos de tortura que nunca existieron? La proyección tiene más miga, pero al menos el Reino Unido guarda la ficción en el imaginario, en tanto que Bélgica mantiene con España, socio europeo, una relación de permanente deslealtad.
La forma en que protegieron a etarras de la Justicia, la afrenta de pasarse las euroordenes contra los golpistas catalanes por el forro, su conversión en refugio de la peor canalla política española (a su pesar) es doblemente dañina al ser Bruselas sede de tantas instituciones europeas. Con todo, las personas finas no detestamos países. Uno recuerda los placeres y emociones que debe a Simenon, Hergé o Brel e inmediatamente tiene a Bélgica por benefactora, apartando del recuerdo un rato los zoos humanos en pleno siglo XX y el genocidio congoleño en aquella propiedad personal de Leopoldo II.
Bruselas, al condensar lo institucionalmente europeo, nos evoca el discurso europeísta. Y creo que ha sucedido algo extraordinario con el tronco de ese discurso. No con su ramaje, generalmente inútil. No con su hojarasca de buenas intenciones, ilustradas en el infierno multicultural de Saint-Denis, o en las chorradas apocalípticas. Lo que ha revelado como real la guerra de Ucrania son los valores fundacionales de la UE, antes CE, antes CEE, antes Mercado Común y antes bendita decisión de que dos países enfrentados en varias guerras atroces empezaran a colaborar. Había motivos para sospechar que aquellos valores eran ya pura palabrería, pero no. No es así pese a Alemania y Francia. Precisamente.
Obsérvese que Alemania ha hecho todo lo posible para depender de Rusia. Merkel todavía tiene el cuajo de reafirmarse en la política seguida con Putin. Nótese que Francia, en la persona de su Rey Macron, desea por encima de todo presentarse como la gran pacificadora. Ello la ha conducido a una intermediación éticamente insoportable, puesto que la obliga a pedir «que no se humille a Rusia», la potencia agresora. Recuérdese que Borrell amenazaba a Putin con privar a su país de Eurovisión. Y sin embargo, al final la UE va haciendo lo correcto porque su lógica no es geopolítica. Los europeos han creído el discurso y, al poner la tele o leer el diario, ven encarnados sus valores en Zelenski.