EDITORIAL ABC – 14/11/15
· Los atentados de ayer en París obligan a todos los gobiernos europeos a preguntarse si sus políticas contra el yihadismo son suficientes y si no es el momento de asumir que Europa vive un estado de guerra.
· Que no nos confunda el nuevo rostro del totalitarismo. Hay que acabar con él como Europa acabó con el nazismo.
Los ataques terroristas que ayer sufrió París suponen un salto cualitativo y cuantitativo de la estrategia yihadista contra las sociedades europeas. Los autores de las masacres en la capital francesa actuaron como una guerrilla terrorista que buscaba causar el mayor número de víctimas y demostrar, al mismo tiempo, una alta capacidad de organización, preparación y ejecución de los atentados. A pesar de las medidas de seguridad desarrolladas en Francia tras el atentado contra la sede de «Charlie Hebdo» los terroristas han podido preparar un golpe de mano que clava en el corazón de Europa un escenario de guerra sin precedentes. España vivió el 11-M y pareció que el terror del islamismo integrista había tocado techo, pero no ha sido así.
Los atentados de ayer en París obligan a todos los gobiernos europeos a preguntarse si sus políticas contra el yihadismo son suficientes y si no es el momento de asumir que Europa vive un estado de guerra. En los años treinta del siglo pasado, las sociedades europeas creyeron que el nazismo sólo sería una amenaza sin trascendencia y acabó asolando Europa. Hoy, el enemigo de nuestras libertades y derechos, de nuestras democracias, de nuestros códigos de valores ha cambiado de apariencia, pero no de objetivos. El terrorismo yihadista no es una delincuencia agravada, ni un fenómeno pasajero. Es la avanzadilla criminal del nuevo yugo que pesa sobre los europeos y al que hay que responder policial y militarmente.
Los atentados en París nos ponen en esa alternativa que tan poco gusta a ciertos sectores de las opiniones públicas europeas: o ellos o nosotros. No hay margen para la negociación, ni el consenso, porque asesinos como los que ayer sembraron de terror la capital de Francia no buscan objetivos políticos, ni ofrecen alternativas discutibles. Quieren sencillamente nuestra esclavización y no debemos tolerarlo.
Las dimensiones de los ataques en Francia dan muestra de la determinación de un enemigo que no tiene plan de fuga, que mata y muere matando porque además de segar vidas, busca humillar a los gobiernos europeos y demostrar a los ciudadanos que sus Estados no son capaces de asegurar sus vidas y libertades.
Por eso hay que responder de forma contundente, empezando por la formación de una coalición militar a gran escala que erradique por completo a Estado Islámico de los territorios en los que ha conseguido instalarse, financiar su expansión, formar a terroristas europeos y extender el terror por el Oriente Próximo, hasta unas costas norteafricanas desde las que puedan divisar suelo europeo sin esfuerzo. No bastan los bombardeos selectivos, ni los apoyos tácticos a kurdos e iraquíes. Antes o después, las democracias amenazadas tendrán que sacudirse el temor al sacrificio y mandar tropas para que combatan sobre el terreno a los mismos que ayer, en París, atacaron Europa.
Internamente, los gobiernos europeos han comprobado que no son suficientes los mecanismos habituales de los ordenamientos jurídicos para establecer sistemas de prevención eficaces. Si Europa quiere seguridad tiene que aceptar los costes de unas políticas antiterroristas que, sin duda, afectarán nuestra libertades. Pero los muertos que ayer jalonaban París ya no las disfrutarán nunca más y esto es lo que ahora cuenta. A amenazas de excepción, leyes de excepción, con las garantías necesarias para no perder nuestra identidad como Estados de Derecho, pero con el realismo suficiente para combatir a quienes sólo tienen como opción la destrucción de la civilización europea, cristiana y democrática.
La unidad política es imprescindible para cerrar las fisuras por las que los Estados pierden fuerza frente a sus enemigos. No son horas para medir los réditos políticos de apoyar o no medidas de fuerza militar o policial, sino para juntar voluntades que hagan fracasar el primer objetivo de los terroristas: sembrar el miedo y desánimo.
Quizá sea bueno recordar en este trance las apelaciones a la fortaleza moral de las democracias y hacer nuestras aquellas palabras de Churchill que pedía a los ingleses combatir a los nazis en las playas, en las calles y en los campos. Que no nos confunda el nuevo rostro del totalitarismo del siglo XXI, porque hay que acabar con él como Europa acabó con el nazismo.
EDITORIAL ABC – 14/11/15