Javier Zarzalejos-El Correo

  • A falta de una brecha en la solidaridad europea con Ucrania y sin que la amenaza nuclear haya surtido efecto, el relevo en la Casa Blanca es la esperanza de Moscú

La matanza de Estado Islámico en Moscú abre un nuevo frente para Putin, pero por el momento le reporta el apoyo de la población rusa como efecto inmediato de la conmoción que ha producido el atentado. La sensación agravada de que Rusia está siendo atacada por sus enemigos puede jugar a favor de Putin, siendo esos enemigos señalados por el dirigente ruso, por un lado, la OTAN y, por otro, los terroristas islamistas. El reverso de este escenario, que Putin seguirá aprovechando, es que un atentado de la dimensión del que sufrió Rusia el viernes de la semana pasada pone de manifiesto vulnerabilidades graves en la política de seguridad que dejan en mal lugar al Kremlin.

La guerra de desgaste en Ucrania y la amenaza terrorista reavivada en el interior presionan a Putin. Y eso que ha ido creciendo el escepticismo sobre las posibilidades de terminar la guerra de invasión rusa sin que Ucrania tenga que allanarse a concesiones muy sustanciales en favor de Moscú. Pero incluso los más escépticos no pueden negar que la respuesta política europea ha superado cualquier previsión inicial, que la OTAN ha ganado a Finlandia y a Suecia como nuevos miembros y que el grado de compromiso económico de la UE está siendo real y efectivo. La Unión ha reverdecido su propósito fundacional de constituir una estructura de paz y seguridad en Europa ahora quebrada no por la rivalidad franco-alemana, sino por la agresión rusa. La que padece Ucrania es una guerra en Europa, no a las puertas de Europa.

Para alcanzar sus propósitos, Putin ha confiado en que alguna de estas tres variables produciría los efectos deseados. En primer lugar, el cansancio y la división de los países de la UE. Las europeas son sociedades con aversión al conflicto, en las que ha imperado una visión buenista de las relaciones internacionales; sociedades que han mostrado una confianza, sin duda excesiva, en las bondades del ‘poder blando’ europeo y la influencia de este, así como una imagen un tanto narcisista de sí mismas, lo que las ha llevado al ingenuo estado de negación consistente en creer que Europa -a diferencia de Estados Unidos- cae bien a todo el mundo y no tiene enemigos. El cálculo de Putin en teoría parecía bien fundado. Sin embargo, no ha resultado, al menos todavía. La UE ha reafirmado el apoyo político a Kiev y la asistencia económica sin la cual Ucrania ya habría colapsado. Y no parece que los gobiernos europeos, con pocas excepciones, sientan la presión de sus respectivas opiniones públicas para ablandar su compromiso con los ucranianos.

El segundo factor al que ha recurrido Putin ha sido la amenaza nuclear. Se trataba de que, si no por cansancio, Occidente desistiera por miedo. La evocación de un conflicto atómico ha sido utilizada de manera recurrente por el líder ruso para generar la convicción de que está dispuesto a una escalada sin líneas rojas que sitúa a Europa en el centro de la devastación nuclear. Pero Putin no ha sido creíble. La utilización del arma atómica tendría tales consecuencias que solo un puñado de fanáticos apocalípticos pueden considerar semejante salto en el conflicto. Dentro y fuera de su régimen -China, por ejemplo- existen suficientes elementos de contención como para inhibir una eventual decisión de presionar el botón nuclear. Semejante ‘solución final’ abriría una verdadera caja de Pandora también para Rusia.

A falta de que la fatiga de la guerra haya aparecido y sin que el miedo al arma nuclear haya tenido el efecto disuasorio que el Kremlin esperaba, a Putin le queda depositar su confianza en que un cambio político interno rompa el frente de apoyo a Ucrania. La llegada de Georgia Meloni al Gobierno italiano ofrecía la expectativa de una grieta en la solidaridad europea con Ucrania, pero no ha ocurrido. Más bien ha sucedido lo contrario. Meloni ha visitado Kiev, una de las veces en compañía de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen; ha reforzado su alineamiento con la posición europea y en su reciente viaje a Estados Unidos se ha mostrado especialmente cercana a Biden, sin concesión alguna al discurso aislacionista y antieuropeo de Trump.

Precisamente es Trump la gran esperanza de Putin. Trump, que anima a Rusia a atacara algún país europeo al tiempo que garantiza a Moscú que no intervendrá en defensa de sus aliados si estos no han pagado previamente por su seguridad. El mismo Trump que asegura a Viktor Orbán que no dará un céntimo a Ucrania si llega a la Casa Blanca. El Trump que advierte de que Estados Unidos abandonará la OTAN. Ni en sus mejores sueños Putin podría jugar con que un presidente de los Estados Unidos se instalara en semejantes desvaríos. Europa debe estar preparada.