Ignacio Camacho-ABC
- Putin ha resucitado a Europa como proyecto político. La clave es si la cohesión durará más allá de este momento decisivo
Por mucha simpatía que haya despertado su heroica resistencia conviene ir asumiendo la idea de que Ucrania va a perder muy probablemente esta guerra. Rusia se juega ella su estatus -o su aspiración- de gran potencia y antes que retirarse con el rabo entre las piernas Putin ordenará su destrucción completa hasta que no quede piedra sobre piedra. Al no ser miembro de la OTAN, la Alianza no puede terciar porque cualquier intervención militar extranjera provocaría una suicida generalización de la contienda; incluso la entrega de armas plantea serios problemas toda vez que sus portadores se convertirán en objetivos en cuanto pasen la frontera. Y estando por medio la amenaza nuclear hay que andarse con suma prudencia. A medio o
largo plazo, dependiendo de la entereza con que los ucranianos se defiendan, las democracias occidentales tendrán que centrar su estrategia en lograr que el agresor pague las consecuencias de su inaceptable aventura bélica. Y para eso va a hacer falta que este esfuerzo de solidaridad internacional se mantenga y que la opinión pública europea no desmaye en su inesperada demostración de fortaleza. Hay una grata sorpresa en la sacudida de rebeldía moral de unas sociedades acomodadas en el relativismo y la indiferencia. El paso de Venus a Marte en una semana ha sido un prodigio impensable tras el caos de dos años de pandemia.
Y sin embargo se ha producido. Como dijo Guy Sorman en ABC, Putin ha resucitado a Europa como proyecto político. Francia ha liderado la diplomacia, Alemania ha dado un giro histórico decisivo y hasta Von der Leyen, que parecía una dirigente fofa, se ha venido arriba junto a un Borrell cuyo creciente prestigio hace pensar en el buen presidente socialista español que acaso hubiese sido. Pese a la ausencia de un entramado defensivo y al enorme lastre de la complejidad de sus mecanismos, la UE ha encontrado el modo de reaccionar con rapidez y unidad ante la certeza de un peligro y tal vez ese reflejo intuitivo sea el comienzo de un futuro distinto. Incluso la mentalidad social ha abandonado su teórico pacifismo para volcarse en apoyo de un vecino invadido. El siguiente desafío consiste en mantener la cohesión más allá de este momento crítico, sobre todo si cae Ucrania y cunde el desaliento o el pesimismo. No habrá muchas más oportunidades de darle sentido al languideciente modelo heterogéneo que ha recobrado a la fuerza la conciencia de su papel en el equilibrio geopolítico. Acostumbrada al ejercicio de los poderes blandos, la Unión se ha visto compelida a ejercer el poder duro ante la provocación real de un régimen autoritario. La cuestión es crucial: se trata de demostrar, sin capacidad de respuesta armada, la firmeza de los sistemas democráticos. Va a ser un conflicto más largo que el ucraniano y para ganarlo es necesaria la determinación absoluta de los gobernantes… y de los ciudadanos.