Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Somos europeístas para pedir fondos comunitarios, pero no cuando nos piden que controlemos déficit y endeudamiento
El Gobierno vasco desveló ayer sus previsiones macroeconómicas para el ejercicio en curso. El panorama es, como cabía esperar, muy malo. El PIB caerá un 3,6% con una pérdida estimada de 17.000 empleos. Eso es mucho. Para que se haga una idea, en 2009, que fue el peor año de la crisis financiera, la caída del PIB fue de un 4,1%. Para endulzar los datos, nos dice también que en 2021 se producirá una reacción intensa, de manera que para 2022 podamos volver al lugar en donde estábamos antes de que el maldito bicho apareciese en nuestra vidas.
Las previsiones me parecen razonables y seguro que están bien estimadas y sustentadas. Quienes las hecho tienen suficiente capacidad técnica para ello. El problema que tienen éstos cálculos y todos los demás igual, es que la variable clave, el elemento fundamental que ha provocado el cataclismo nos es desconocido: me refiero al tiempo de duración de la pandemia. Todos los cálculos se hacen en base a estimaciones de duración basadas en previsiones sanitarias y en evoluciones estadísticas. Pero el mismo argumento que sirve para justificar determinadas actuaciones no demasiado felices por cierto, que es el de su imprevisibilidad, tiñe de escepticismo todos los cálculos que hagamos.
Obviamente, no es lo mismo que el sector del turismo esté a pleno rendimiento para acometer la campaña del verano o que siga cerrado en el mes Julio. No es lo mismo que el comercio general pueda abrir en un mes a que deba esperar tres. No es lo mismo que la industria pueda trabajar ya con normalidad a que esté medio parada, a ritmo de ‘fin de semana’, como desea el Gobierno. Cuando sepamos todo eso podremos calcular con precisión el impacto. El mejor método, y quizás el único cierto, es el de Santo Tomás: Ver para creer. Hasta entonces, nos conformaremos con los anuncios y las estimaciones, a los que les daremos la verosimilitud que más nos convenga.
A favor del Gobierno vasco hay un elemento que juega en contra y otro que lo hace a favor. El primero es nuestra pequeñez relativa frente a la colosal dimensión mundial del problema. Nuestros medios son escasos, el virus nos ha empequeñecido, nuestro arsenal de defensa es limitado y los impactos que nos llegan desde fuera son imparables. No es suficiente que hagamos las cosas bien, necesitamos que todo nuestro entorno lo haga también bien. Más o menos esto es lo que le pasa a todo el mundo, aunque algunos disponen de un nivel mayor de autosuficiencia.
La ventaja es que nuestras cuentas públicas están sanas gracias a la política practicada por éste y los anteriores gobiernos. No es lo mismo, aquí tampoco, partir de una elevada capacidad de endeudamiento que estar ya de salida con el agua al cuello, por culpa de unas actuaciones poco cuidadosas con las cuentas públicas. En este país, y ahora me refiero a España, hemos tenido déficits públicos cuantiosos, cuando la crisis azotaba, y déficits relevantes cuando la situación se normalizó. Ahora suspiramos por la mutualización europea de la deuda a fin de evitar un crecimiento insostenible de la prima de riesgo que convierta en inasumible su costo.
De repente nos han entrado unos ardores europeos abrasadores. Es una lástima que tales ardores no los sintiéramos antes, cuando nos pedían un comportamiento que no seguimos. Y hay otra cuestión. Es posible que consiguiéramos convencer a los países del centro/norte europeo, los llamados halcones, para que se olviden de nuestras debilidades y nos ayuden. Pueden pasar página, entre otras razones, porque no podrían ponerse a salvo de otra epidemia, que esta vez se cebase en la estabilidad del euro. Pero puede estar seguro de que no permitirán su repetición en el futuro. Si hay ayuda europea, -y la Comisión ya la anuncia en los fondos de empleo-, esta será condicionada. ¿A qué? Al compromiso de un comportamiento ortodoxo y pactado en la salida de esta crisis. Lo malo es que todo lo que necesitamos hacer para salir de ella es perjudicial para el déficit y para la deuda. Ambos quedarán heridos. El primero crecerá porque habrá menos ingresos e incurriremos en mayores gastos. La segunda porque habrá menos crecimiento del PIB y un mayor saldo de deuda.
Y, ésta endiablada ecuación la debe de solucionar un gobierno que ya había anunciado sus políticas de futuro que caminaban exactamente en la dirección contraria. Pedir una relajación de las exigencias y exigir la mutualización de la deuda, sin aceptar compromisos en las actuaciones futuras está muy bien, pero, creo que es una quimera. La Europa de hoy no es tan buena. O tan tonta si prefiere.