El autor analiza dos libros de reciente aparición que atacan el «egoísmo regional»
MENOS EN España, más bien pobre en este género, se multiplican por Europa las reflexiones sobre el futuro de las instituciones europeas, de las naciones y los Estados que las han encarnado, de la democracia, de los sistemas electorales, a la búsqueda de modelos que no signifiquen invariablemente la tergiversación de la voluntad popular. En este sentido resultan interesantes las reflexiones contenidas en el manifiesto que han firmado conjuntamente Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt, presidentes de los grupos verde y liberal, respectivamente, en el Parlamento Europeo. Se trata de dos personalidades relevantes de la escena europea con un pasado conocido: el primero, iniciado en el famoso mayo del 68 parisino, luego continuado en una labor de eficaz crítica social plasmada en libros y en activismo político; el segundo ha sido varios años presidente del Gobierno belga, un oficio truculento que sólo se desea a los enemigos muy encarnizados. Ambos exhiben una vida polémica, la única que merece la pena pues es rica en proteínas y elimina el ácido úrico. Hoy representan a millones de ciudadanos europeos que han votado sus concepciones de la política y de la sociedad.El libro ha salido en varios idiomas, también en español (¡Por Europa!), y por algún sitio he leído que se distribuye gratis en Grecia. La edición contiene además una entrevista jugosa con el periodista Jean Quatremer, del diario Libération. En él los autores defienden su concepción federal de Europa y la necesidad de ir a una convención constituyente tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 que sirva como piqueta para desbaratar los defectos de construcción observados en los años de aplicación del Tratado de Lisboa. Pero el librito es además un alegato en toda regla contra los nacionalismos, causantes de todas las perturbaciones que dificultan avanzar en el proyecto europeo. Oigámosles: «Quienes siguen entonando la cantinela nacionalista querrían compartimentar los pueblos detrás de barreras nacionales estancas. En Europa, compuesta en la actualidad por 44 países, se necesitaría un nuevo reparto en 350 Estados autónomos, sin contar los mini Estados como Andorra, Mónaco, etc. Con la misma lógica, África, que alberga una cincuentena de Estados, se transformaría en un continente con más de 2.000 pequeñas entidades nacionales. ¡Qué pesadilla! (…) Hoy el mundo cuenta con 191 Estados. Si seguimos a los nacionalistas en su delirio, esta cifra podría llegar a 5.000. Pero cuando se sabe que la mitad de las personas salidas de esos miles de Estados viven en metrópolis, es decir, en un medio donde coexisten lenguas, religiones y culturas, se advierte inmediatamente la incoherencia de sus postulados. El delirio nacionalista es de hecho el síntoma de su básica inadaptación al mundo multicultural contemporáneo».
Y más adelante: «La identidad nacional es el nuevo rostro del nacionalismo. Es el último disfraz de la ideología nacionalista (…) Lejos de nosotros la idea de que no exista una identidad o de que carezca de importancia. Al contrario: es el alma misma de cada individuo. Lo que combatimos es la manera como se manipula para ser utilizada en beneficio de sus representaciones nacionalistas y esclerotizadas de la sociedad. O, todavía más grave, para crear categorías artificiales entre las personas y así mangonear las sociedades (…) Frente a los desequilibrios de la actual globalización económica y financiera, Europa debe promover sus valores sociales, ecologistas y políticos. Europa debe acabar lo que ha iniciado durante los siglos precedentes y completar la mundialización. Para lograrlo se debe cumplir una condición ineludible: Europa debe, de una vez por todas, liberarse de sus demonios nacionalistas».
En un momento de la entrevista con Quatremer, Cohn-Bendit reitera: «No se puede negar que emerge un egoísmo regional. Como el Estado-Nación no es capaz de protegernos frente a la mundialización, algunos piensan que un espacio más pequeño será más eficaz (…) Esto es evidentemente falso: el espacio regional no ofrece ninguna protección suplementaria, es justamente lo contrario. Si un Estado no es capaz de resistir frente a la mundialización, ¿cómo lo podrá hacer una región pequeña? El espacio adecuado es sólo el europeo que es el único que nos permitirá defender nuestro modo de vida frente a los otros grandes espacios continentales».Bien claritos los disertos europeístas de Cohn-Bendit y Verhofstadt. Lástima que unas declaraciones tan contundentes se hallen en absoluta contradicción con la presencia en el Parlamento Europeo de diputados españoles y de otros países que defienden justamente las posiciones nacionalistas que ellos tan brillantemente combaten: de palabra en el hemiciclo y con la pluma en este manifiesto. En el caso de los verdes, en el Parlamento Europeo, forman además coalición con la Alianza Libre Europea, una organización política que acoge a «los partidos políticos que tienen como referente el derecho a la autodeterminación». Con la edad, todos sabemos que la vida es el arte de administrar nuestras contradicciones pero, al ser éstas tan clamorosas, convendría que los autores del manifiesto las explicaran con buena letra y haciéndose entender.
OTRO LIBRO que circula es el escrito por el periodista y ensayista austriaco Robert Menasse y cuyo título podría traducirse como El mensajero europeo (Der europäische Landbote). Menasse, según ha contado en entrevistas a los periódicos, se instaló en Bruselas porque tenía en la cabeza escribir una novela crítico-satírica de las instituciones europeas. Pero, al ponerse en contacto con personas que en ellas trabajan, fue viviendo una transformación intelectual que le ha llevado a escribir un alegato en su defensa, especialmente de la denostada Comisión, sanctasanctorum o mihrab para muchos indocumentados de burócratas, parásitos y otras modalidades de insectos hemípteros. Lo que le ha salido, aunque yo discrepe de algunas de sus tesis de fondo, es bastante regocijante («la UE es el infierno más cool de todos los que existen en la Tierra»), pero sobre todo es, de nuevo, un alegato en toda regla contra el peligro de los nacionalismos porque «una agotada ideología, la identidad nacional, ha conducido de manera continua a guerras y a cometer delitos contra la Humanidad (…) tener una patria es un derecho de las personas, pero no así disponer de una identidad nacional». En este sentido, la UE es justamente el proyecto para superar esos nacionalismos sangrientos y también los Estados-Nación que han cumplido ya en Europa su ciclo histórico. Considera Menasse que es precisamente la democracia «nacional» la que bloquea el desarrollo de la democracia «trasnacional» de suerte que es imprescindible encontrar un nuevo modelo democrático que no esté ya unido -como está ahora- a la idea del Estado nacional.Si a todo esto unimos las voces de Élie Barnavi, Edgar Morin, Ulrich Beck o las declaraciones recientes a la prensa alemana de Bernard-Henri Lévy, percibiremos que estamos en época de extinción de grandes mamíferos, entre los que ocupan lugar de privilegio los nacionalismos y sus Estaditos de bolsillo. Una vez yertos, la buena educación impone enterrarles y dejar caer sobre su tumba una aureola de tinieblas.
Francisco Sosa Wagner es catedrático de Derecho Administrativo y eurodiputado de UPyD.