Euskadi, España, Europa

Pedro José Chacón Delgado, EL CORREO, 2/7/12

La principal causa del fracaso de la Segunda República española, según quien representó como nadie sus ideales, Manuel Azaña, fue la actitud hacia ella de Francia e Inglaterra

En el proceloso camino del europeísmo por el que perseveramos, parece que a muchos en Euskadi les está sobrando el escalón intermedio y prefieren dar un salto para llegar directamente a la última estación: la ansiada Europa. Los nacionalistas vascos quieren llegar a Europa obviando a España, sacándola de sus vidas. «España es un lastre», nos dicen. Pero entonces, Portugal, Grecia e Irlanda, desde que fueron rescatados, ¿qué son?: Portugal con su sol de poniente y sus playas abiertas al Atlántico; Grecia con su cultura ancestral, base de la civilización europea; la verde y católica Irlanda, referencia para los vascos independentistas de primeros del siglo XX. Todos estos países, ¿también son un lastre para Europa? E Italia, siendo miembro del G-7 por su potencial económico, pero cuya prima de riesgo está solo un poco por debajo de la española, ¿también llegará a ser un lastre para Europa? El único escenario al que nos llevaría la lógica europeísta de nuestros nacionalistas vascos, de seguirla, es a dividir Europa en compartimentos estancos, con un club privilegiado, en el que naturalmente estaría Euskadi con lo más selecto de Europa (Alemania, Francia, Inglaterra y para de contar), y un resto del que mejor no hacer recuento para no herir sensibilidades innecesariamente.

Este discurso, afortunadamente, nadie, ni siquiera los propios nacionalistas, sería capaz de sostenerlo delante de todos los socios del actual club de los veintisiete. Pero lo cierto es que aquí lo tenemos presente un día sí y otro también. Sabemos, además, que en él se nos escamotea, por supuesto, que Euskadi va mejor, sí, pero siempre y cuando permanezca en el seno de España y con el régimen del Concierto económico, que tanto ansían los catalanes por ejemplo. Pero como ocurre siempre con los lemas nacionalistas, no hay razón que valga cuando algo suena bien. Y lo de «España es un lastre» les suena a muchos a música celestial.

El nacionalismo vasco surge en plena crisis española de 1898: es un producto genuino de la pérdida de influencia de España a nivel internacional durante todo el siglo XIX y hasta la actualidad. La crisis de España ha sido, desde entonces, la mejor aliada del nacionalismo: cuanto peor le ha ido a España, más argumentos ha tenido aquel para enriquecer su bagaje doctrinario. Pero las potencias europeas ya se venían encargando de que España no levantara cabeza desde nuestra Guerra de la Independencia, que abrió el ciclo de las emancipaciones americanas del que ahora se cumple el bicentenario. La Europa que hoy conocemos como más avanzada, la de Francia e Inglaterra, se construyó a la contra del poderío español, pugnando por su derrota en todos los frentes: militar, económico y cultural. Y frente al catolicismo que España impulsó y sostuvo en todos los territorios que dominó desde finales del siglo XV en adelante, Francia e Inglaterra propusieron otro concepto de organización política, basado en la emancipación respecto del obispo de Roma.

Todavía en plena Guerra Civil española, en 1937, el analista político más cualificado del momento, don Manuel Azaña, en ‘La velada en Benicarló’, reconocido por todos como el testimonio más lúcido y descarnado del mayor fracaso colectivo que ha padecido España en toda su historia, concretó así los factores determinantes de aquel conflicto fratricida, por boca de su álter ego en esa obra, Garcés: «Enumerados por orden de su importancia, de mayor a menor, los enemigos de la República son: la política franco-inglesa; la intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han menoscabado la reputación de la República y la autoridad del Gobierno; por último, las fuerzas propias de los rebeldes. ¿Dónde estarían ahora los sublevados de julio, si las otras tres causas, singularmente la primera, no hubiesen obrado a su favor?» De modo que la principal causa del fracaso de la Segunda República española, para quien representó como nadie sus ideales, fue la actitud hacia ella de Francia y de Inglaterra. Si estos dos países referencia de la Europa de entonces, y de ahora, hubieran ayudado al régimen republicano, la guerra civil se habría resuelto de otro modo y casi desde el principio.

Fue la actitud de los principales países de Europa y no la acción inicial de los sublevados en el seno del ejército español la que decantó la suerte de la República. Esto se entiende perfectamente porque España había dejado hacía más de un siglo de ser un país decisivo e influyente en el escenario europeo. De hecho era Europa la que nos marcaba sin remisión nuestro propio devenir interno. Igual que ahora. También Euskadi, la Euskadi del lehendakari Aguirre, buscó a la desesperada en Europa, léase en Francia y en Inglaterra, ayuda para sus propósitos emancipadores. Pero todo fue en vano: recordemos el episodio de la entonces sede del Gobierno vasco en el número 11 de la Avenue Marceau de París, que la República francesa puso, sin ningún escrúpulo, en manos de Franco.

Mientras, de fronteras españolas para adentro, y hasta hoy mismo, seguimos discutiendo por la guerra civil y la dictadura y tirándonos los trastos a la cabeza entre nosotros. Y muchos vascos siguen hoy demonizando al resto de España, atribuyéndole todas las carencias democráticas, identificándola para siempre con el franquismo, caracterizándola como país rancio, folklórico, anulador de identidades alternativas, foco de oscurantismo e intolerancia y, sobre todo, alejado de la armonía, el progreso y el éxito histórico que representan, al norte de los Pirineos, países como Francia e Inglaterra, esto es, mira por dónde, los principales responsables, según Azaña, del fracaso del republicanismo cívico en España. Pero aquella Europa ya no es la de hoy o, al menos, eso queremos creer todos los europeístas.

Pedro José Chacón Delgado, EL CORREO, 2/7/12