Andoni Unzalu-El Correo

Leyendo la propuesta de nuevo Estatuto presentada por los tres expertos nombrados por el PNV, PSE y Podemos me encontré con algo desconcertante, cada dos por tres se insertaba en el texto, entre paréntesis y en mayúsculas (NOMBRE), como si fuera una variable de Excel. Se repite 186 veces a lo largo del texto. Después de la primera sorpresa me di cuenta que (NOMBRE) quería decir ‘nosotros los vascos’. Los tres expertos no se han puesto de acuerdo en cómo nos llamamos, qué nombre tiene nuestra comunidad autónoma.

En el Estatuto vigente dice que nos llamamos ‘País Vasco o Euskadi’. A mí me parecía que estas dos denominaciones eran asumidas con naturalidad por la mayoría, hasta que en los 90, me parece, Batasuna dijo que no, que no nos llamábamos Euskadi sino Euskal Herria. Y se inició una guerra de términos que Batasuna le ha ganado por goleada al PNV. Hoy el término ordinario que todos los del PNV y Bildu utilizan, incluida la televisión pública vasca, es ‘Euskal Herria’, dejando en el cajón del olvido a Euskadi.

Cuesta entender con qué premura el PNV ha abandonado un término que es de su exclusiva invención. Bien es verdad que escrito con ‘Z’. Creo que se debe a dos factores. Uno: la reivindicación de que Euskadi no es sólo la comunidad autónoma, sino que es más, también Navarra y los vascofranceses. El nuevo término (que conviene recordar que le encantaba utilizar al franquismo, precisamente para no utilizar Euskadi, que estaba prohibida) abarca todo. Por ello el experto nombrado por el PNV propone «la ciudadanía de los territorios de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, como parte integrante de Euskal Herria’».

La segunda razón me parece más sutil. El término Euskadi ha sido aceptado por todos, por todas las corrientes políticas con normalidad y por ello ha perdido la marca y la connotación nacionalista. Y al nacionalismo le gusta que las palabras lleven su marca, que al oírlas sepamos ‘esto lo dice un nacionalista’. Y el término Euskadi había perdido esa connotación nacionalista para ser un término mostrenco, sin dueño y de todos.

El PNV, al abandonar Euskadi como denominación de nuestra comunidad autónoma y abrazar el nuevo, más extenso, pero claramente con connotación nacionalista, ha dejado a la comunidad autónoma huérfana de nombre, 186 veces en el texto. El experto propuesto por Bildu tiene algo más de innovación: al nombre Euskal Herria le añade la traducción al castellano llamándole ‘Vasconia’ (¿será reminiscencia del libro de Federico Krutwig?). Vasconia está formada por las instituciones de Iparralde, la comunidad foral de Navarra y nosotros. Tampoco acierta en darnos un nombre, pero al menos nos pone un nuevo adjetivo: Comunidad Estatal vasca.

Aunque para muchos las palabras no debieran estar en guerra, para el nacionalista este duelo de términos tiene mucha importancia, no por la palabra en sí, sino por su connotación. Saussure decía que el significante -es decir, la forma, la palabra- es una convención social arbitraria para definir el significado. Pero para ser válido todos los hablantes deben darle el mismo valor al significante: cuando digo ‘casa’ todos entendemos lo mismo.

El nacionalismo tiende a marcar las palabras añadiéndole un significado extra. Normalmente lo hace formando expresiones que funcionan como un solo concepto: proceso de paz, construcción nacional, normalización lingüística y la principal, conflicto. De esta manera las palabras no dicen lo que son, sino que expresan otra cosa, definida por el propio nacionalismo.

Para el nacionalismo, en el nombre está la reivindicación. Para los expertos del PNV y Bildu el Estatuto no es ya sólo un estatuto, sino que pasa a ser ‘Estatuto político’. ¿Qué quiere decir eso? No sabemos. ¿Acaso el Estatuto podría no ser político? Con ese adjetivo añadido el nacionalismo pone su marca, su reivindicación implícita: el Estatuto vasco no es una cosa como los demás estatutos, es otra cosa diferente. En las diferentes democracias que son federaciones, los territorios con autogobierno tienen diferentes nombres. En EE UU se llaman estados; en Canadá, provincias y territorios; en Alemania, lander, pero no todos, algunos tienen categoría singular como el Estado libre de Baviera; en México todos se llaman a sí mismos ‘estados soberanos’; la comunidad asturiana se llama Principado de Asturias y no creo que estén buscando un príncipe para gobernarlos.

Las diferencias de términos es el resultado de tradiciones históricas o culturales. Pero en todos los casos mencionados ninguno reclama la categoría de Estado soberano equiparable a la federación a la que pertenece. La diferencia está en que entre nosotros, con esta búsqueda de nuevos términos o adjetivos añadidos, quieren expresar la ruptura de la lealtad federal, la ruptura de la igualdad entre territorios, la reivindicación permanente de que nosotros no somos ellos, somos otra cosa. Y así surge la ‘bilateralidad’ o el ‘Concierto político’. Con ambos términos se pretende reivindicar que la categoría del Estado español y la nuestra son del mismo nivel.

Por todo esto, las palabras para los nacionalistas no son cosa sin importancia, sino la esencia, la materialización en el lenguaje mismo de sus reivindicaciones. Y tenemos que esperar a la adicional primera para encontrarnos c on la expresión sagrada: «la aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente Estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia».

Pueblo vasco no expresa el nombre de un país o de un territorio, para eso está Euskal Herria, ni el nombre de una sociedad. Es algo más profundo: es el cofre sagrado donde los nacionalistas guardan sus reivindicaciones disfrazadas de derechos históricos.