PEDRO CHACÓN-EL CORREO
- La ‘mano de Irulegi’ adquiere en el imaginario colectivo una presencia simbólica que la coloca en el centro de la discusión política
La verdad es que ha sido llamativa la sima que se ha vuelto a abrir entre la ciudadanía vasca a propósito de la presentación a los medios de la ya famosa ‘mano de Irulegi’, después de que fue descubierta hace más de un año y de haberla investigado -se supone que a fondo- desde entonces. En cualquier caso, la sensación que cunde es la de que los investigadores no las tenían todas consigo a la hora de presentar el hallazgo y que se han dejado llevar más por las prisas de los políticos, que al fin y al cabo son los que deciden sobre la financiación de la excavación, que por el sosiego que todo avance científico requiere.
De ahí que, al no estar suficientemente aquilatado todo lo que la ‘mano’ podría dar de sí, es por lo que esta ha quedado tristemente en manos de políticos y aficionados de uno y otro bando: el de los que creen que el euskera se prestigia más cuanto más antiguo es su origen y más solitaria es su trayectoria histórica y el de los que no están dispuestos a que les tomen el pelo con antigüedades supuestas e inseguras o con aislacionismos inmaculados.
Todo esto ocurre, obviamente, porque el euskera, después de más de cuarenta años desde que se inició su recuperación y lo que se llama desde el ámbito nacionalista «normalización», no acaba de lograr, ni de lejos, una presencia potente en la sociedad vasco-navarra. La última encuesta periódica de sociolingüística sobre el euskera ha venido a mostrar lo que es una tendencia que se repite desde tiempo atrás: la de seguir perdiendo influencia en las tradicionales zonas vascohablantes, mientras que gana en cuanto a conocimiento en el resto. Algo que para el futuro de cualquier idioma resulta dramático, puesto que es en el uso, como no se cansan de repetir todos los expertos, en el que debe reposar su avance, y no tanto en su mero conocimiento, que lo puede llegar a convertir en una pieza de museo, en un elemento accesorio de comunicación; en definitiva, en un mero símbolo.
Dentro de un par de semanas, con el preámbulo del Día del Euskera el 3 de diciembre, llegaremos a la gran cita anual de Durango y apuesto a que para entonces ya se habrán elaborado motivos de todo tipo, hasta libros incluso, con la ‘mano de Irulegi» en la portada, y sobre todo carteles y tarjetas, con su «Zorioneko» para recibir a los visitantes. Yo, de ser responsable de marketing de la Durangoko Azoka, así lo haría. Puesto que estamos ante un símbolo perfecto para elaborar la consabida liturgia de defensa de una lengua frente a sus enemigos, reales o imaginados.
Y como de simbología es de lo que más está sobrado este idioma, la aparición de la ‘mano de Irulegi’ vuelve a incidir en el mismo vicio: a este paso, más que en un idioma corriente, el euskera se va a convertir en una suerte de depositario de todas las muestras de antigüedad habidas y por haber -una especie de ‘Euskarasik Park’-, olvidándose de que su razón principal de ser es la comunicación y la presencia activa en la sociedad. Y todo lo demás es entrar en una discusión absurda sobre si lo que dice la mano es ibérico, vascónico, puntillado y no sé qué más, que no debería pasar del ámbito pseudocientífico pero que, por obra y gracia de los políticos, ahí tienen a la ‘mano’, siendo vapuleada por unos y puesta bajo palio por otros.
De entre la infinidad de memes que han salido en las redes sociales a propósito del descubrimiento, el más curioso y creíble -de hecho, hubo gente que lo tomó por real- ha sido el que utilizaba la ‘mano de Irulegi’ como logo de la asociación por la autodeterminación ‘Gure esku dago’ (está en nuestra mano), que últimamente no da muchas señales, lo cual prueba que desde el nacionalismo están ahora en una fase de influencia en Madrid y de recogida de beneficios, en vísperas de una campaña clave como es la de las municipales y forales, donde esperan revalidar su dominio aplastante en Euskadi.
La ‘mano de Irulegi’ adquiere así, en el imaginario colectivo, una presencia simbólica que la coloca en el centro de la discusión política. Y un hecho que debería ser solo cultural y disfrutable en común por toda la ciudadanía se carga de intencionalidad política divisiva. De hecho, en Euskadi y en el resto de España, el símbolo de la mano también alcanzó mucha presencia social con el motivo de las manos blancas contra el terrorismo, que aparecieron por primera vez tras el insoportable asesinato del catedrático Francisco Tomás y Valiente en 1996.
Lo que me da a mí que no han advertido los políticos, en esta ocasión, dejándose llevar ahora una vez más, con la ‘mano de Irulegi’, por esa fuerza simbólica irresistible de la mano, es que la ciudadanía está ya un poco cansada con todo lo que tiene que ver con cargar de simbolismo al euskera. Y en este tema sí que convendría bajar un poco el pistón.