IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Hay algo de brutal en la llegada de la ley a la España cementerial del Covid

La de la eutanasia es una cuestión en la que no aportan nada ni el monjerío fanático que ve en esta Ley, o en cualquier otra que se plantee, un decreto de muerte obligatoria y que metería en la cárcel al anciano que, por amor y por piedad, libra a la compañera de su vida del sufrimiento extremo de una interminable agonía, ni el izquierdismo barato y presto a proporcionar la coartada perfecta al heredero impaciente de la fortuna paterna, que no es precisamente una encarnación de la utopía socialista. Desde el fanatismo religioso se presenta la mera opción de la muerte digna como se presenta la pedagogía de la sexualidad en la escuela: como una perversa campaña dirigida a estimular las relaciones homosexuales en la infancia. Desde el dogmatismo izquierdista se aborda el tema con el mismo sectarismo con el se trata la llamada «memoria histórica». La estigmatización furibunda a la que, en estos días, se está sometiendo a quien presenta la mínima objeción razonable a la eutanasia sanchista-populista hace temer el autoritario uso que tendría en ciertas manos la confección de una nómina de los médicos que no están por esa práctica; las probabilidades que tendría ese inocente listado de convertirse en una lista negra. ¿Es ése el premio para un colectivo que ha dado heroicamente la talla que no ha sabido dar la clase política?

Hay algo de importuno, de insensible, de brutal en la eufórica llegada de esta ley a la España cementerial del Covid en la que todavía está vivo el recuerdo de la tragedia en las residencias en las que ha sido la mala gestión del Gobierno quien se ha encargado de ejercer de ángel de la muerte.