Evita

Jon Juaristi, ABC, 22/4/12

Han descubierto lo rentable que resulta cebarse en una España debilitada y desunida

HACE nueve años tuve ocasión de conocer personalmente a la actual presidenta argentina, por entonces esposa del presidente en activo, Néstor Kirchner. Desde la Real Academia española y el Instituto Cervantes preparábamos el III Congreso Internacional de la Lengua Española, cuya sede, a propuesta mía, iba a ser Rosario. Yo había visitado la ciudad un año antes, invitado por el entonces director de la Biblioteca Nacional de Argentina, y quedé encantado de la calidez de los rosarinos y de la belleza manchesteriana de sus viejos edificios fabriles y de su puerto fluvial que, por qué no decirlo, me recordaban a Bilbao. El compromiso que se había adoptado en el anterior Congreso, en Valladolid, era celebrar el siguiente en Colombia, pero la situación de dicho país en los últimos meses del mandato de Andrés Pastrana se agravó con la ofensiva de las FARC y la desaparición de la zona de distensión, así que el turno pasó a Argentina, a la que habría correspondido acoger el IV Congreso en 2007, como se había acordado en Valladolid con el presidente De la Rúa. En 2003 los justicialistas habían vuelto al gobierno con Kirchner tras el período de transición del peronista Duhalde. Viajé varias veces a Argentina durante la presidencia de este último, que gobernó con el apoyo de los radicales, y saqué la impresión de que el peronismo ganó las elecciones de 2003 gracias a la sensata gestión de Duhalde, que era un moderado al que oí varias veces, por televisión —en Buenos Aires—, elogios a España y a su gobierno.

Los Kirchner representaban el peronismo más nacionalista y cateto, lo que en Argentina suele ir doblado de antiespañolismo, cosa que sabíamos de sobra en la RAE y en el Cervantes. Hubo algún momento en que dudamos de que el Congreso de Rosario llegara a celebrarse. Si salió adelante fue gracias al ministro argentino de Exteriores, Rafael Bielsa, rosarino él mismo y poeta. Bielsa era un demócrata que se distanció pronto de los Kirchner, fundamentalmente por sus desacuerdos con la reforma de la Magistratura impulsada por Cristina Fernández. Colaborar con él fue muy grato, porque como buen escritor en español se sentía personalmente comprometido en el proyecto. Lo vi por última vez en la manifestación madrileña del 12 de marzo de 2004 contra los atentados del 11-M. El año siguiente, desaparecería de la escena política.

¿Qué ha pasado desde entonces? La deriva autoritaria y demagógica del peronismo de los Kirchner y, en particular, de la actual presidenta se ha visto favorecida por el resurgimiento del nacionalismo revolucionario en Latinoamérica, que ha tenido su más vociferante muñidor en Chávez, pero cuyo foco sigue estando en Cuba, tras el quiebro ideológico del régimen castrista a comienzos de los noventa. En este carnaval de los nacionalismos, el destinatario principal de los escobazos de las destrozonas es, obviamente, la democracia de sus propios países, pero, a la hora de movilizar a sus bases, han descubierto también la rentabilidad —no sólo económica— de cebarse en una España debilitada y desunida, que ha sustituido en el imaginario populista al imperialismo americano y a la que cualquier Evita de pega se permite humillar sin excesivo coste de oportunidad.

Jon Juaristi, ABC, 22/4/12