Miquel Giménez-Vozpópuli
Ahora que la vuelta al colegio despierta tantos recelos por la nula previsión del gobierno es bueno recordar dos palabras que antes sembraban el terror en los educandos: exámenes y septiembre
Que te quedaran asignaturas suspendidas a final de curso suponía, de entrada, todo un verano de hincar los codos, sudar tinta y perderse la mayoría de las diversiones que gozaban tus amigos. Claro está que les estoy hablando de unos tiempos antediluvianos en los que se suponía que ibas a la escuela para aprender, respetar a los profesores, aprobar, como mínimo, y prepararte de cara al futuro. El castigo se entendía como algo pedagógico – no era lo mismo saber declinar en latín que apedrear las vidrieras del colegio, fíjense que fachas eran aquellos tiempos -, las notas no se discutían, había primero y último de la clase como estímulo y no se desdeñaban ni la memoria, ni la puntualidad, ni el aseo ni la urbanidad.
Lo dicho, puro fascismo, porque lo suyo es llamar al profesor tío, rajarle las ruedas del vehículo, pasarse por el forro el curso y las materias de estudio, impugnar exámenes y notas, hacer muchas, pero que muchas huelgas ni que sea en favor de la apicultura bosquimana y convertirse en unos excelentes aspirantes a la paguita de papá estado, eso sí, con conciencia eco sostenible, anti heteropatriarcal y antifa, que saber despejar integrales es franquista.
Con estos mimbres deben hacerse los cestos del mañana y, claro, no hay quien tenga pelendengues de atreverse. Intuyo que, al final, se repartirán los aprobados y las licenciaturas en combinación con los números del cupón de los viernes. Los másteres, por lo visto hasta ahora, ya están en ese camino. De ahí que Su Pedridad haya decidido prolongar sus ocios estivales una semanita más, como el que no quiere la cosa. Sabe muy bien que no hay reválida a la vuelta de vacaciones, que nadie lo examinará, que el cúmulo gigantesco de suspensos acumulados en lo que llevamos de pandemia no ha de pasarle factura.
Sería paradójico que quien tiene la obligación política y moral de pedirle al Gobierno cuentas acerca de como lleva las asignaturas pendientes no lo hiciera y tuvieran que ser otros quienes se plantasen ante Sánchez
El claustro de la fiel oposición se ha entregado también a ese conformismo buenista que no asume el compromiso de pedir resultados, porque hay que comprender al alumno en lugar de enseñarle. Y salvo algún que otro profesor que piensa poner pie en pared y pedirle al gobierno que le entregue los cuadernos Santillana a ver qué carajo han hecho, el resto serán tortas y pan pintado.
Aunque es posible, y digo tan solo, que vengan de fuera a comprobar el nivel de conocimientos que tienen estos que dicen gobernarnos a los españoles. Son gente seria, que no está para circunloquios y, además, vienen hartitos de pagar becas y más becas a esta panda de fracasos con patas. Sería paradójico que quien tiene la obligación política y moral de pedirle al Gobierno cuentas acerca de como lleva las asignaturas pendientes no lo hiciera y tuvieran que ser otros quienes se plantasen ante Sánchez, Iglesias – bueno, eso si el día del examen no lo ha citado todavía un juez a declarar – y el resto de parvulitos ministeriales para decirles: «A ver, y ustedes ¿qué se supone que han hecho todo este verano?».