Ignacio Camacho-ABC
Sánchez no fue al funeral por las víctimas del Covid porque era un funeral y porque era por las víctimas del Covid
La ausencia de Pedro Sánchez (y de Pablo Iglesias) en el funeral de anoche por las víctimas del Covid puede obedecer a dos razones no excluyentes entre sí: que era un funeral y que era por las víctimas del Covid. Ni al presidente le gustan las liturgias religiosas ni menos aún nada que le recuerde el abrumador número de muertos de la pandemia, máxime ahora que se empeña en fingir que hemos salido de ella. Puede haber otros motivos, pero ninguno es el que oficialmente ha argüido: que tenía que ir a Lisboa para muñir con su colega António Costa una posición común sobre los fondos de reconstrucción que va a repartir Europa. Sencillamente porque, además de que podía haber
ido otro día, el viaje a la capital portuguesa en Falcon dura menos de una hora y tenía tiempo de sobra para llegar a la ceremonia. Querer es poder cuando es el querer y no el poder lo que importa.
Es cierto que Moncloa ya ha convocado para el día 16 un homenaje de Estado. Pero esa cita tiene truco, y es que servirá para rendir honores simultáneos a los fallecidos por el coronavirus y al personal sanitario. Es decir, que se trata de un totum revolutum que intenta rebajar el carácter funerario del acto mezclando el recuerdo a los que sucumbieron con el agradecimiento a quienes trataron de curarlos. De ese modo se diluyen los rasgos luctuosos de una tragedia que el Gobierno lleva meses minimizando hasta el punto de rebajar las estadísticas mortuorias mediante confusos criterios de cálculo. Desde el principio -no desde el principio del problema sino del confinamiento, para ser exactos- el Ejecutivo se empeñó en construir el relato de un país solidario, alegre y confiado en que sus autoridades sabrían sacarlo de un trance dramático, y esa versión edulcorada era incompatible con la visión de los ataúdes, los entierros sin duelo o las estampas de incertidumbre, desolación y pánico. El ninguneo a los difuntos ha sido palmario porque estorbaban la narrativa indolora y planteaban en silencio las responsabilidades del caos.
La función protocolaria del Palacio Real tendrá una naturaleza genérica, simbólica, abstracta, que permita a Sánchez impostar un solemne gesto de compunción bien ensayada. Sonará alguna partitura conmovedora a la altura de las circunstancias -ya puestos, ¿qué tal Morricone?- y en vez de plegarias habrá discursos donde encajar de soslayo algún mensaje de propaganda. La presencia de los sanitarios -diez por ciento de seroprevalencia por contagio, el doble de la media ciudadana- permitirá evocar las vidas perdidas junto con las salvadas sin que nadie pueda torcer la cara. Será bonita de ver toda esa mayestática gravedad laica.
Y luego, carpetazo. Aunque queden trece mil muertos «por ahí» -Don Simón dixit- pendientes de inventario. Aunque unas exequias donde todos estuviesen representados habría que oficiarlas, no en una catedral, sino en un estadio.